Reseña: Derroche, de María Sonia Cristoff
El tesoro oculto de una sátira sobre el malestar contemporáneo
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Las fantasías de enriquecimiento meteórico parecen pasar hoy por las cibermonedas, el afanoso trabajo del tiktoker o el emprendedurismo de buena estrella. Afortunadamente, la literatura todavía puede atenerse a versiones menos sofisticadas de la suerte, como acertarle a la lotería o a una herencia salida de la nada. Algo de la última especie le pasa a Lucrecia, la protagonista de Derroche, de María Sonia Cristoff (Trelew, 1965) cuando recibe la carta –deliberadamente póstuma– de una tía. La mujer le comunica, en una prosa pintoresca y personal, que en su computadora le dejó, encriptados, una serie de archivos. En ellos, si la sobrina recuerda qué palabra usar como clave, descubrirá las coordenadas para salir con pico y pala a la busca de un tesoro en efectivo.
Las novelas de Cristoff suelen avanzar como funámbulas haciendo equilibrio sobre un delgado hilo emocional a punto de cortarse. En Inclúyanme afuera, una intérprete simultánea se promete no hablar durante un año: su catarsis final es una obra en sí misma. En Mal de época, el fragor verbal de un personaje afectado por una guerra innominada es contrapuesto a las desquiciadas experiencias de un hombre que se lanza a caminatas compulsivas. Los comportamientos, en Cristoff, vienen enrarecidos de origen. En Derroche, Lucrecia –fogoneada por la carta– se traslada al pueblo de La Pampa donde vivía Vita, la tía díscola, para corroborar si no se trata de una fabulación. De paso, esas microvacaciones son una fuga de su puesto en una universidad y el tesoro, la coartada para escapar del “extractivismo vital” del trabajo.
Derroche progresa con estrategias folletinescas cercanas a las de Manuel Puig, que van barajando el argumento como una filigrana en el trasfondo. En los archivos de Vita coinciden el recuerdo de infancia, el teatro anarquista y los camafeos de personajes. Con el correr de las páginas se entrecruzan notas de diario personal, diálogos telefónicos, mensajes por celular, una insólita mirada ubicua desde el más allá (el tono recuerda a Clarice Lispector), los flashes de noticias curiosas y un telegrama de renuncia.
Ese último texto, seco y escueto, podría ser el final, la solución a la neurosis que motoriza el libro. Pero la novela, que no es convencional, continúa: la crónica de viaje con que concluye el libro adopta el frenesí cuadrúpedo de un narrador inesperado y una gira musical con cancionero. “El trabajo es la mejor policía/Frena apetitos de autonomía/Nos distrae con cualquier cosa/Nos roba potencia nerviosa//De la mañana a la noche/nos prohíben el derroche”, proclama una de esas letras con candor rockero. La novela de Cristoff se revela entonces como un potlatch, una sátira radiante y artística del malestar contemporáneo que, para llegar más lejos, tira los últimos lastres de la convención por la borda.
Derroche
Por María Sonia Cristoff
Random House
254 páginas
$ 2499