Reseña: Darwin o el origen de la vejez, de Federico Jeanmaire
Diálogo entre dos miradas distantes con paisaje único
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Pocos lugares tienen tanta mística como las islas Galápagos, ese santuario de tortugas, lagartos y playas rocosas donde desembarcó Charles Darwin hace casi dos siglos y adonde viaja para su 70° cumpleaños el protagonista y narrador de la última novela de Federico Jeanmaire (Baradero, 1957), con la que el autor obtuvo en España el XXII Premio Unicaja de Novela Fernando Quiñones. Los paseos del protagonista de Darwin o el origen de la vejez siguen los del naturalista inglés: las impresiones sobre los animales que lo llevan a la teoría de la evolución, pero también las confusiones, las reflexiones erradas.
“¿Dónde empieza todo lo que empieza?”, se pregunta el narrador mientras recorre playas, sube crestas volcánicas, anda en bicicleta u observa los lagartos negros descansar al sol. Como toda pregunta, se multiplica en otras: ¿cómo se miden los cambios, las transformaciones? ¿Se puede marcar el momento exacto en el que la transformación pasa a ser algo más, por ejemplo, el comienzo de la vejez? Para esta última, el narrador ya cuenta con una respuesta. Ha tratado sin éxito de enamorar a Rut, una española de treinta y pico, que lo acepta como amigo, pero prefiere no involucrarse de manera sexual: la diferencia de edad, le dice, es demasiado grande.
¿Por qué viaja entonces a Galápagos? ¿Qué es lo que va a encontrar en las islas que no encuentra en Barcelona, donde vive Rut, o en Buenos Aires, donde vive él? Al arrojar a su personaje a la naturaleza, Jeanmaire replica el gesto de otros; la tradición de Henry Thoreau, por supuesto, pero también de algunas novelas contemporáneas como Los llanos, de Federico Falco. Pareciera haber hoy en la literatura una necesidad de salir de las ciudades. Es que la naturaleza es una manera de medir lo humano: la vejez de un hombre, en este caso, su cansancio o su entusiasmo en relación a la inmutabilidad de una piedra, de un animal que ha resistido siglos. Jeanmaire también se detiene, con humor, en la depredación del turismo, incluso del llamado ecológico. Plantea la tensión entre preservación y crecimiento económico; como cuando Rubén –el dueño de un restaurante al que va el narrador– propone multiplicar criaderos de tortugas para replicar las sopas que se servían en el siglo XIX y ganar algo más de plata.
Al igual que en su novela anterior, Wërra, es en la demora donde se genera la literatura de Jeanmaire, en el espacio que se abre entre la experiencia y su posterior reflexión, entre la observación y el registro. Es bellísimo el fragmento en el que el protagonista observa los piqueros, esas gaviotas de patas y pico celestes que también maravillaron al inglés. ¿Qué es lo que vio Darwin y qué es lo que ve el narrador? Es en esa relación donde se da lo más interesante de la novela, un diálogo entre dos miradas.
Darwin o el origen de la vejez
Por Federico Jeanmaire
Alianza
214 páginas, $ 2900