Reseña: Cosas que vienen y van, de Bette Howland
Las tres nouvelles que integran Cosas que vienen y van, de Bette Howland (Chicago 1937-2017) se valen de las escenas domésticas y de detalles mínimos para construir, con honestidad, el retrato familiar de tres mujeres trabajadoras de mediados de siglo XX.
En Dios los cría la narradora es Esti, una mujer que recuerda su infancia en medio de una familia grande y estridente. El humor y el rescate de características muy precisas de cada miembro del clan llevan a pensar en Léxico familiar, de la autora italiana Natalia Ginzburg.
El viejo bromista narra la historia de una madre soltera que regresa a su casa con su novio, y allí la esperan Mark, su hijo pequeño, y Mrs. Cheatham, la niñera. El punto de vista se desliza a través de los cuatro personajes, y cada uno de ellos va a dejar a la vista sus prejuicios y sus sueños en una ciudad cubierta por la nieva y la soledad.
Un llamado telefónico es el puntapié inicial de La vida que me diste, la historia de una mujer que tiene que viajar a Florida porque su papá se accidentó. Es el relato de un reencuentro. Conmueve el modo en que reaparecen en ella recuerdos de una vida en común plagada de conflictos y de silencios que le permiten entender de otra manera a su padre.
Howland publicó tres libros y no se supo más de ella. Décadas más tarde, una editora encontró en un cajón de saldos S-3 (donde Howland narra su paso por un psiquiátrico), quedó cautivada con su escritura y decidió sacarla del olvido. Las historias de Cosas que vienen y van justifican ese rescate. Cifran momentos en apariencia intrascendentes que contienen la esencia de una vida.
Cosas que vienen y van, de Bette Howland. Trad.: Inés Garland (Eterna Cadencia), 165 pág. / $ 12.600