Reseña: Cosas pequeñas como esas, de Claire Keegan
Desde la publicación en nuestro país de Antártida (1999), su primera colección de cuentos, la irlandesa Claire Keegan no ha dejado de ganar lectores. Cosas pequeñas como esas, su cuarto libro, llega como los demás, traducido por el poeta Jorge Fondebrider, un impulsor de la literatura irlandesa en nuestro país.
“Sabemos que vamos a perderlo todo al final –dice la autora en una entrevista–, así que mientras envejecemos vamos ensayando la pérdida”. Esta certeza está en el corazón de la nouvelle. Su protagonista, Bill Furlong, es un vendedor de carbón y madera, un hombre que viene, en palabras de la narradora, “de menos que la nada”: su madre, empleada doméstica, quedó embarazada a los dieciséis y lo crió con la ayuda de su patrona. Keegan describe a Furlong como un hombre que “no estaba dispuesto a quedarse en el pasado”, focalizado en salir adelante, en cuidar de sus cinco hijas. Y sin embargo el invierno de 1985 lo encuentra preguntándose por su padre, revisando su infancia, tratando de entender cómo puede su mujer ser tan distinta de él, tan práctica: “¿No vuelves a repasar las cosas, Elieen? ¿No te preocupas?”, le pregunta.
Keegan es una gran narradora: sabe mucho más de lo que cuenta. Detrás de Furlong hay un drama callado, como el de algunos personajes de los cuentos de Tolstoi –”La tormenta de nieve”, por ejemplo– cuya interioridad se desenvuelve sin apuro. Así es como una mañana en la que va a llevar carbón y madera al convento de las monjas del Buen Pastor, donde también funciona una lavandería, descubre algo: las pupilas trabajan, están sucias, desnutridas, presas. No solo eso: en otra visita, ve a una adolescente encerrada en el establo, muerta de frío, que le pide ayuda y le cuenta que la han separado de su hijo recién nacido. En esa chica Furlong ve el pasado –la vida de su madre– y el futuro –el tétrico destino que podría depararle a sus hijas–: se ve a sí mismo. La nouvelle narra la hipocresía de una sociedad capaz de lo peor: la última lavandería de la Magdalena –tal el caso real– fue cerrada en 1996. Allí miles de niñas y mujeres fueron encarceladas y obligadas a trabajar; se calcula que murieron más de nueve mil niños y setecientos bebés.
Keegan construye con estos materiales una maquinaria narrativa perfecta donde el personaje principal se encuentra en aquella encrucijada de la que habla un conocido poema de Robert Frost. Cosas pequeñas como esas brinda una felicidad doble: el diálogo entre la lengua de la autora y la versión del traductor. Hay un trabajo preciso con el ritmo, con la cadencia de la prosa. Fondebrider encuentra cómo plasmar en castellano imágenes de gran belleza como la que compara el humo que se disipa con “extensos hilos desmelenados”. Una novela que invita a la relectura.
Cosas pequeñas como esas
Por Claire Keegan
Eterna Cadencia. Trad.: Jorge Fondebrider
94 págs./ $ 1200