Reseña: Ciudad, 1951, de María Lobo
Benita y Charles, protagonistas de Ciudad, 1951, la cuarta novela de María Lobo (Tucumán, 1977), ganadora en 2022 del Primer Premio del Fondo Nacional de las Artes, son dos arquitectos jovencísimos. Son, de alguna manera, pioneros: de su propia vida adulta, que recién comienza, y de la historia de la arquitectura argentina. Es 1951 y están trabajando en un proyecto modelo: una ciudad universitaria apoyada por Perón, diseñada a partir de las ideas de la Bauhaus y de Le Corbusier. Sin embargo, ambos saben que el proyecto va a quedar a medio camino; comparten un extraño don: pueden recordar el futuro. No tienen la capacidad adivinatoria de la videncia, sino la nostalgia de quien ya ha vivido lo que está por venir y sabe que el entusiasmo de la vanguardia mañana no será más que una estructura en ruinas.
El proyecto existió y quedó trunco, como muestra la foto de la nota introductoria. A partir de este hecho, la autora embarca a sus personajes en una larguísima conversación mientras caminan rumbo al cerro en el que están los cimientos de la obra. Lobo sigue la tradición de Juan José Saer en Glosa o de Sergio Chejfec en La experiencia dramática: el diálogo que va a la par de la caminata, plagado de derivas, de impresiones. A través de las disquisiciones de los personajes, trabaja uno de los temas recurrentes de su literatura y de la literatura argentina: la relación entre la ciudad y el campo o, en este caso, la ciudad y la provincia. La novela no habla de “las provincias” sino de “la provincia”, en singular. Juega con el estereotipo, con el adjetivo provinciano. Replantea la cuestión del centro y la periferia. “¿Estás loco?”, le dice Benita a Charles, “Cómo las personas van a querer vivir en las capitales. Estás loco”. No se habla de San Miguel de Tucumán porque San Miguel es la ciudad y Tucumán, la provincia.
En su novela anterior, San Miguel (2022), Chaco es una ciudad con residencia para escritores, nieve y centro de esquí; el invierno, un espacio. Al mapa escolar de la Argentina y por qué no, al mapa cultural, Lobo le superpone otro, lleno de lírica, de imágenes poéticas, donde los territorios son móviles al igual que la frontera entre lo real y lo imaginario. Incluso aparece Italo Calvino: Benita se escribe cartas con él.
Las novelas de María Lobo hablan de una literatura en construcción, algo se está escribiendo y esto las hace interesantísimas. Lo único real, lo provisoriamente definitivo es ese hilo narrativo, esa conversación, esa música (Lobo intercala letras de canciones en los parlamentos de los personajes). “Me quedaría aquí”, dice en un momento Benita, “por todo el resto del tiempo.” Esa es la ilusión a la que invita esta novela: congelar el tiempo como quien demora hasta lo inevitable un final que todavía no ocurrió pero que, como los personajes, ya está recordando.
Ciudad, 1951
Por María Lobo
Tusquets
150 páginas, $ 17.900