Reseña: Cien noches, de Luisgé Martín
“Cien coitos. Cien encuentros. Cien noches. A partir de esa cifra, todo es previsible y ordinario. No desaparece el deseo, pero sí la perturbación. No desaparece el placer, pero sí el asombro”. La cifra, sospechosamente redonda, es parte de un “razonamiento” –algún nombre hay que darle– que hace una de las protagonistas de la novela ganadora del último Premio Herralde: al mismo, que en apariencia implica alguna clase de revelación, arriba luego de algo así como cuarenta años de experiencias sexuales de todo tipo, revestidas desde bien temprano de una suerte de búsqueda sociológica injustificable o, si se quiere, producto de una moralina burdamente travestida. Asimismo implica la posibilidad de un anclaje, desde el título, en el núcleo de un texto que trata de unas cuantas cosas, o al menos lo sobrevuelan, pero que en rigor pareciera no enfocarse en ninguna.
Hay una protagonista, sí, ya se dijo: Irene es una mujer inverosímilmente bella que consigue manipular a sus padres sobreprotectores trocando su mandato primero por la psicología, y luego dedicándose a la investigación criminológica. También está el multimillonario Adam Galliger, que de tan irreal apenas resiste la evaporación, con quien Irene traba desde muy joven una relación surgida de una súbita sed de prostituirse. Además está el sexo, claro, en todos sus lenguajes: como obsesión, como ideal, como pérdida, como estafa. También hay un novio obviamente asesinado, una mujer obviamente despechada, personajes gratuitos y obvios de toda calaña, una costosísima investigación que alumbra obviedades irrepetibles, y decenas de máximas desconcertantes como la siguiente: “Nadie sabe nunca en qué piensan los muertos. Pero nadie sabe tampoco realmente en qué piensan los vivos”.
Es posible que la hibridez, es decir, la disolución de límites de todo tipo, sea lo mejor que le haya ocurrido a la literatura de las últimas décadas. Pero entre el collage y el pastiche a veces hay solo un par de pasos, y lo mismo puede afirmarse de la distancia entre el ingenio y la tentación de pasarse de listo. Es indudable que Cien noches, de Luisgé Martín (Madrid, 1962), no carece de ambición, aun cuando sus artificios revelen a cada momento su artificialidad o arbitrariedad. El problema es hasta dónde puede esperar del lector una ingenuidad sin fondo: hasta dónde puede exigirle que observe las piezas sobre el tablero sin saber cómo se mueven, ni qué sentido tiene ponerlas en movimiento.
CIEN NOCHES
Luisgé Martín
Anagrama
262 páginas
$ 1075