Reseña: Casi nada que ponerte, de Lucía Lijtmaer
Fragmentos del pasado, en una deriva personal
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Una de las grandes tretas de eso que ha dado en llamarse “autoficción” –o en su variante más señorial: “narrativas del Yo”– es la de venderle al lector el relato como necesidad vital. Justificar, llevar al plano de lo racional y de lo objetivo aquello que es, en esencia, subjetividad contante y sonante. Pero en un libro como el de Lucía Lijtmaer (Buenos Aires, 1977), ese artificio significa su punto de partida y, en cierta medida, su razón de ser.
Sin nada que ponerte se concentra, en principio, en la historia de dos célebres modistos –aquí rebautizados como “Simón” y “Jorge”– que tuvieron su época de esplendor en las décadas de 1970 y 1980. Su emblemática boutique, situada en un palacete de Palermo extrañamente cercado por espacios verdes, funcionó como una suerte de faro para el siempre aspiracional jet set porteño, que acaso como nunca antes llegó a sentir que Europa no le quedaba tan lejos.
La anécdota, disparada por un par de imágenes familiares aisladas –en una de ellas, “Jorge” aparece junto a su madre–, inocula en Lijtmaer el virus de lo narrativo; solo que cuando se dispone a encarar el proyecto comprende que el mismo es inseparable de su propia historia, o más bien que esta resulta ineludible.
Catalana nacida en Buenos Aires, Lijtmaer (1977) se trasladó a España con su familia cuando tenía apenas siete meses, bajo la amenaza feroz de la dictadura. Regresar a la Argentina implicaba entonces dialogar con los fragmentos de un pasado, y en particular con un territorio –la provincia de Santa Fe– del que eran oriundos tanto sus padres como los protagonistas de su novela.
El libro posee sin duda el atractivo de no solo plasmar un micromundo fastuoso e ilusorio y en cierto modo ya perdido –ahora que todo parece mucho más cercano–, sino que además atomiza en la historia de Jorge y Simón un recorrido paradigmático en su ascenso, gloria y caída, que podría asimilarse al de un país y sin embargo elude ampliamente el capricho de apropiárselo.
Aun así, al texto le cuesta quebrar la superficie del retrato, en el que se hallan demasiado próximos el punto de partida y el de llegada. Hay algo pudoroso, a la vez que –quizá como consecuencia de eso– extremadamente repetitivo en el acercamiento de Lijtmaer a sus protagonistas, lo que por fortuna no sucede con los actores secundarios (como en el caso del encuentro que tiene con Carmen Yazalde, un ícono de aquellos tiempos).
Algo semejante ocurre con la propia historia personal de la narradora, apenas esbozada o estática. Como si ese pasado que es, en esencia, el de los otros, se transformara al hablar de su propia experiencia como deriva, en un viaje que no termina por encontrar del todo su norte.
Casi nada que ponerte
Por Lucía Lijtmaer
Anagrama
194 páginas, $ 12.000