Reseña: Cartas quemadas, de Gabriela Saidon
¿Quién se atrevería a recrear el texto que, en el pasado, pudo haber escrito tal o cual celebridad en páginas que acabaron destruidas? Nada más tentador, sin embargo, que conjeturar acerca del contenido de unos manuscritos que –por ejemplo– Pushkin supuestamente habría perdido durante un duelo. En Cartas quemadas, su nueva novela, Gabriela Saidon, la autora de Santos ruteros y La reina, juega a recuperar, hipotética y ficcionalmente, un material de ese orden. La recuperación ocupará una franja secundaria de este visceral relato estructurado en dos series, una de las cuales es eso, la reconstrucción hipotética de las cartas que Louise Colet le escribió a Flaubert y que la sobrina de este, Caroline Commanville, incineró impiadosamente.
Un epistolario “rengo”, que en realidad es la caja de resonancia del asunto central: la pasión que reúne a Génesis, exdocente hétero de casi cuarenta años, con Simona, una exalumna, lesbiana declarada y bastante más joven. La breve convivencia estalla en un erotismo espasmódico “en la mesada de la cocina, sillón, puf, ducha...”
“Fueron días de escritura frenética”, anota Génesis en la novela que el lector está leyendo: basta reemplazar “escritura” por “sexo” para acceder a la ambivalencia de significado de estas páginas. Calientes, sin duda, pero también elocuentes en las reflexiones (y contradicciones) que va anotando una escritora que suele arremeter contra las falacias que sustentan ciertos mitos (como la ecología) pero que, además, es una visitante asidua y comprometida en cuestiones de género.
Al recuperar los “reclamos” de Colet a Flaubert a partir de las cartas de él, Génesis despliega un discurso amoroso que no le pertenece pero del que se apropia, y así se reconstruye a sí misma en el acto ficcional del monólogo (en segunda persona, en este caso) que rige tanto para el escritor francés destinatario como para su propia joven amante. La académica, a propósito de su novela in progress, presiente que la escurridiza Simona aspira a controlar esa ficción que “las narra”. Sí, sostiene, “porque las cartas de Colet encierran nuestra historia”.
Ahí Saidon prueba su sagaz oficio de narradora al vincular las dos series de su relato; también, la impávida ironía con que juega con la ambivalencia de “género”, aplicado a la literatura y a la identidad: “De ensayo a novela, de hétero a bisexual. O lesbiana”.
“Escribo como Duras”, declara Génesis, cuya sintaxis a veces remite a la pulsación de Hiroshima mon amour, pero Saidon apela a una sensorialidad puntualizada, esa con las que sus criaturas se inmolan, también, en el fuego de sus días (“el deseo se iba”), en una peripecia de escritura que la inscribe, decididamente, en su propio código.
Cartas quemadas, de Gabriela Saidon (Galerna), 195 páginas, $ 4500