Reseña: Caballo de verano, de Hernán Ronsino
Reacio a las formas hipercalculadas del cuento, Hernán Ronsino (Chivilcoy, 1975) cultiva una serenidad narrativa distante del aceitado mecanismo de relojería que supone la tradición de Poe y de Cortázar. Dueño de una prosa por momentos morosa, como el tiempo dilatado de una siesta pueblerina, el autor descansa, entre la ciudad y el campo, en los conflictos soterrados que anidan en el silencio de una familia, de una pareja, de una psiquis.
Caballo de verano, su último libro de cuentos, rescata textos que reinciden en las aristas de una poética cara a los márgenes territoriales, a los personajes intrascendentes, a los ecos del pasado que refractan en el presente, y que se distinguían ya en novelas como Glaxo o Cameron. Ronsino es de esos autores que, con sus matices, siempre está escribiendo el mismo libro.
En la primera parte del volumen se imprime el tono rural al que el autor nos tiene acostumbrados; el título del libro, de hecho, tomado de un texto de Haroldo Conti, explicita el homenaje a un escritor cuya lectura le ha brindado –como confesó Ronsino en más de una entrevista– un modo peculiar de observar la vida de los pueblos pampeanos. En “La tormenta” los (tormentosos) dibujos de un niño alteran el clima hogareño, de calma aparente. La tensión se electrifica, subterránea, y se dispone in crescendo. El malestar familiar, interno, se articula con el político y externo: es que estamos, afirma el narrador, en marzo de 1978, y las prohibiciones de la madre para con el niño llevan, claro, a las prohibiciones generales de la dictadura. En “Pie sucio” las cuitas matrimoniales de un pasado no del todo superado afloran en el presente de una pareja estancada que ha optado por un silencio que, no es difícil imaginar, agrietará espíritus cuando se lo abandone. En “Y a los perros también” los intereses mezquinos por la herencia de una casa predisponen los ánimos belicosos entre dos mujeres de naturaleza opuesta, y, elididas, será el lector quien reponga sus voces en el encuentro final. Y, en consonancia con aquello de que Ronsino pareciera estar siempre pergeñando una misma historia, “Febrero” retoma los personajes de “Pie sucio” pero lo encubierto, ahora, juguetea con el secreto policial.
Los personajes, como la trama misma de las anécdotas, se insuflan de esperanzas secretas: de destinos que aguardan a ser confirmados –en el espesor de una vida parsimoniosa y trazada de antemano– o, por el contrario, rebatidos, en un exceso de rebeldía y hartazgo. De cualquier manera, incapaces de trascender más allá de sus círculos familiares e inmediatos, acarrean, como una medalla o un castigo, la mudez estridente que caracteriza a una literatura que sabe cómo arrebatarle al silencio las más significativas de las palabras.
Caballo de verano
Por Hernán Ronsino
Eterna Cadencia
120 páginas, $ 21.300