Reseña: Buzios era un hospital de tránsito, de Juan Carlos Kreimer
“Pocas, muy pocas veces durante estos primeros días, me pregunto qué idea de la existencia me hago para pensar que podría vivir aquí el resto de mi vida”, dice Juan, el protagonista de Buzios era un hospital de tránsito (Seix Barral), novela de Juan Carlos Kreimer.
Juan es un periodista argentino que llega a esa ciudad brasileña en 1979. Tres años atrás había dejado Buenos Aires un mes y medio antes del golpe militar y viajado a Londres acuciado por esta pregunta: “¿Estoy aquí porque […] no le encuentro sentido a nada y no me soporto, o para escapar de la barbarie que se anticipa?”.
Progresivamente, la novela se puebla de una gran variedad de personajes cuyas apariciones o menciones fugaces refuerzan un vértigo de efímeros episodios que se entrelazan velozmente sin desenlaces definitivos, porque no se busca armar una trama convencional, sino generar el incesante fluir de un magma narrativo.
La primera parte adopta la forma de un diario. En la capital inglesa Juan, que en ese entonces tiene 31 años, vive al borde de la marginalidad y brinda chispazos del naciente movimiento punk (un tema que Kreimer ya trató en Punk. La muerte joven, 1978).
En Buzios –que “crece al ritmo de la plata dulce y la evasión de algunos argentinos, y su obsesión inmobiliaria”, y donde la única vestimenta necesaria consiste en un traje de baño, remera y ojotas– se reencuentra con un “ex compañero de redacciones” y va conociendo toda clase de gente. Alquila una piecita, se dedica a hacer traducciones y más adelante construye una casa para alquilarla a los turistas.
Entabla relaciones sexuales con diversas mujeres, pero sin un compromiso serio, un poco en consonancia con la corriente contracultural de “amor libre” imperante en las décadas del sesenta y el setenta. La excepción es Gracia, “la feminista carioca”, la única mujer que le gusta de veras.
Algunos de los fragmentos más atractivos de la novela son los destinados a examinar el vínculo entre el protagonista y su madre, una persona que se ha vuelto adicta a los ansiolíticos y los antidepresivos, y a la cual por primera vez su hijo reconoce vulnerable y obligada a librar sus propias batallas.
Kreimer elude el estereotipo de beatnik o hippie argento y, a cambio, comparte una serie de experiencias que ofrecen verosímiles resonancias de lo vivido. Cuenta con sobria naturalidad, ajeno a los alardes eróticos y guiado por oportunos toques irónicos que desbaratan solemnidades filosóficas. No precipita respuestas existenciales y tampoco idealiza un legendario balneario tropical al que, en aquella época, “…todos llegan con una herida que ocultar, un tema al que le escapan, o un tramo de pasado inconfesable”
Buzios era un hospital de tránsito, de Juan Carlos Kreimer (Seix Barral), 301 páginas / $ 20.000