Reseña: Botchan, de Natsume Soseki
La narrativa japonesa parece hoy condenada en español al nombre omnipresente de Haruki Murakami, unas cuantas narradoras de éxito (como Banana Yoshimoto) y algunos clásicos no tan distantes, como es el caso de Yasunari Kawabata. Sus raíces, sin embargo, son profundas y si se explora hacia atrás pueden encontrarse obras únicas como las de Natsume Sōseki (1867-1916).
Como se deduce de las fechas, Sōseki fue contemporáneo de Joseph Conrad o Henry James. De hecho, vivió un par de años a comienzos de siglo en Inglaterra, como aquellos dos expatriados contemporáneos, aunque fueron los años más infelices y solitarios de su vida. Volvió entonces a Japón, donde publicó Soy un gato, y más tarde Botchan (1906), que desde entonces es una de las obras más leídas en el país asiático.
A Botchan se la compara con Huckleberry Finn, de Mark Twain, pero esa necesidad de encontrarle un paralelo occidental es apenas una coartada confortable. El relato se basa en las experiencias del propio Sōseki como maestro en una apartada escuela rural. Botchan (que significa “joven maestro”), narrador de la novela, es un joven de Tokio más o menos descreído que, tras recibirse en la academia de Física y tras la muerte de su madre, es enviado a enseñar a la isla de Shikoku.
En el lugar se encontrará con un microcosmos de rivalidades, no solo entre los maestros, sino también entre los desaforados alumnos, que dan espacio a unas peripecias afiebradas. En Botchan hay tensiones y crueldades, pero también un sentido del humor extremo, mucho más contemporáneo y juvenil que el de las novelas de su época.
Botchan
Por Natsume Sōseki
Impedimenta. Trad.: José Pazó Espinosa
234 páginas, $ 26.500