Reseña: Blancos móviles, de Margaret Atwood
Las reseñas, ensayos y textos periodísticos que conforman Blancos móviles demuestran, entre otras cosas, que la prolífica Margaret Atwood (Ottawa, 1939) sabe cómo cargar las tintas más allá de la ficción. La escritora canadiense, que recobró celebridad gracias a la adaptación televisiva de su distopía patriarcal El cuento de la criada (1985), deja detrás de cada línea una estela que denuncia su visión del mundo. No resulta gratuito, así, el subtítulo del volumen: Escribiendo con intención.
Escritos durante el arco que va de 1980 a 2004, en tiempos que albergaron fenómenos político-sociales altamente significativos, de la Unión Soviética a la unificación de Berlín, de la paranoia por el virus “Yk2″ que, en las postrimerías del milenio anterior amenazaba con desordenar las computadoras, al atentado contra las Torres Gemelas, la autora no le escapa a ningún tema: el ambientalismo, la denuncia del patriarcado, la reflexión literaria. Y hasta le dedica una sentida “Carta a Estados Unidos” a propósito de la invasión a Irak.
Sin embargo, son los ensayos personales y los comentarios de libros los que tienden a priorizarse en este extenso volumen. Atwood –es uno de sus principales méritos como crítica– reseña novelas y libros de cuentos con el ojo puesto, fundamentalmente, en el valor literario. Cuando reseña, por caso, Las brujas de Eastwick, de John Updike, pareciera ensañarse con el costado conservador del texto (el papel que ocupan en él las mujeres y las brujas), pero termina, por el contrario, por subrayar la calidad de la novela para rubricar, sin más, que la hechura del libro “redefine el realismo mágico”. Su cintura es tal que cuando reseña relatos y antologías (de Angela Carter o Italo Calvino, por dar dos nombres), antes que demorarse en cada una de las piezas, ofrece un pantallazo general que el lector agradece.
En “Leer a ciegas”, la autora sostiene que, tal como lo hizo a la hora de seleccionar relatos para una antología, borrar el nombre del escritor para adentrarse de lleno en la escritura ofrece una considerable libertad, distante de todo prejuicio o valoración previa. El artículo le sirve, en verdad, para explorar un campo de respuestas posibles a esa pregunta incontestable: ¿Qué es una buena historia? Y para recordar, a su vez, la primigenia cualidad oral (tal vez antropológica) de los relatos. Todos supimos ser –afirma– niños detrás de la puerta escuchando conversaciones adultas o secretos familiares que no debíamos escuchar; madurar supondría retener, por razones diversas, aquello que no puede decirse más allá de los umbrales privados. Sencillamente, los buenos escritores –entiende Atwood– no han sabido aprender, para indignación de algunos y beneficio de la literatura, a mantener la boca cerrada.
Blancos móviles
Por Margaret Atwood
Elefanta. Trad.: L. Martínez Vega y C. Nuñez
582 páginas, $ 25.000