Reseña: "Autorretrato", de Jesse Ball
Un autorretrato no es lo mismo que una autobiografía. Propone una experiencia básicamente pictórica, no lineal: un pantallazo. En 2005, con 39 años, el francés Édouard Levé (1965-2007) escribe su Autorretrato (Eterna Cadencia, 2024), un ejercicio con reminiscencias oulipianas: anotaciones sobre la propia vida, preferencias, opiniones. Nada de eventos destacados, ninguna jerarquización. Al llegar a la edad de Levé, el norteamericano Jesse Ball (1978), poeta, narrador, autor entre otros de las novelas Cómo provocar un incendio y por qué (Sigilo, 2020) y Los niños 6 (2022) repite el procedimiento. Recurre a ese ojo estrábico que, al mismo tiempo, se observa y se dibuja para construir, desde la acumulación de observaciones, su propio retrato.
Al igual que Levé, todo el texto es una gran masa compacta: no hay punto y aparte, y lo que domina es la deriva. “Que yo sepa, nunca he montado a caballo”, empieza, y así, al igual que en el célebre comienzo de Don Quijote, incorpora la posibilidad del olvido. Unas líneas más abajo, dice: “Quizás lo intuimos: las cosas no tienen explicación”. Se detiene en sus gustos: “No me caen bien los ciclistas aficionados”, “Odio las banderas”; en su personalidad: “No tengo permitido jugar al tetris, de lo contrario pienso en el tetris días enteros”; en su aspecto: “Tengo poco vello en los antebrazos”. Por más irreverente que sea, Ball no es ingenuo: en Autorretrato contribuye a la construcción de lo que Julio Premat llama, en su libro Héroes sin atributos (FCE, 2009), una “figura de autor”, operaciones a partir de las cuales un escritor se construye a sí mismo. Elige una tradición donde lo performático jugó su parte: el último libro de Levé es Suicidio y se lo entregó a su editor tres días antes de matarse. Responde a la pregunta, ¿quién es Jesse Ball, el escritor? Dice: “Leo rápido y recuerdo muy poco”, “Creo que los libros no tratan sobre nada”, “Me cuesta escribir y que me comprendan” o “Mis últimos tres libros los escribí en mi celular”. Es el escritor ladrón (robaba libros y “otras cosas”), el mal estudiante, el niño humillado, el lector de poesía (nombra a la poeta británica Alice Oswald, a Walt Whitman). Sin embargo la potencia de su mirada entre poética y apocalíptica hace que el procedimiento retroceda y sea la belleza del lenguaje lo que cautiva: la forma en la que describe los dumplings: “Tienen la piel joven como de animal lozano” o cuando escribe: “A este árbol lo considero mi adversario”.
Autorretrato es un texto hipnótico, de ritmo veloz. Ball dice haberlo escrito en un día en la casa del bestseller John Grisham, a quien, aclara, no conoció. Contemporáneo pero también clásico: por esquivas que sean las facciones del rostro que propone, en su centro está, otra vez, el sujeto y la gran pregunta sobre cómo narrar una vida.
Autorretrato
Jesse Ball
Sigilo
128 páginas
$ 17.000