Reseña: Autorretrato, de Celia Paul
Si Autorretrato, la autobiografía de la pintora inglesa Celia Paul (Trivandrum, 1959), pudiera resumirse en una sola frase que sintetizara su tema, sus personajes y su conflicto, esa frase sería: “Lucian me pidió que fuera a verlo el domingo a la noche, a la una. Y como una oveja idiota, accedí. Sin reservas”.
“Lucian” es Lucian Freud (1922-2011), nieto de Sigmund y uno de los más grandes pintores del siglo XX, además de pareja de Paul entre 1978 y 1988. Cuando Freud tenía 62 años y Paul 25, tuvieron un hijo. Esto es importante, ya que cuando Paul siente que le “gustaría dejar todo” y que “la marea poderosa de amor maternal” la arrastrara, al relato sobre su relación con Freud, por aquel entonces divorciado dos veces, padre de dos hijos matrimoniales ya adultos y de otros doce concebidos con distintas de sus, literalmente, cientos de amantes (categoría que los biógrafos le asignan a Paul), se añade la cuestión del trabajo: “El conflicto entre que me importe alguien, amar a alguien, y al mismo tiempo permanecer íntegramente dedicada a mi arte”.
A partir de este punto, sin embargo, Celia Paul insiste en licuar sus dilemas a fuerza de recitar generalidades sobre la opresión masculina en el mundo del arte y la vida que resultan inconsecuentes con su propia realidad. En una carta a Freud, por ejemplo, le confiesa: “Sé que nunca me obligaste a hacer nada y que si poso para tus cuadros es porque me gusta y porque te admiro”. De hecho, también cuenta que él siempre apoyó su trabajo y puso a su disposición sus contactos con grandes artistas y galeristas.
Autorretrato, en consecuencia, establece dos rumbos casi irreconciliables. El principal recorre en primera persona las neurosis de una de las mujeres retratadas por Freud en cuadros famosos como Pintora y modelo. Hija de un religioso y artista talentosa, desde su infancia Paul demuestra una activa disposición a la hipocondría (logra que le diagnostiquen una leucemia solo para “llamar la atención de mi madre”) que, de adulta, evoluciona hacia conductas autodestructivas (abuso de alcohol y drogas) y ataques de culpa que la convierten en poco menos que un caso prototípico como los que solía analizar Sigmund Freud.
El rumbo secundario, en cambio, esconde las raíces de lo anterior entre prejuicios a veces irreflexivos (“a los hombres en general les resulta más fácil ser egoístas”) y deseos de libertad teñidos de empoderamiento que, aunque genuinos, solo proyectan sobre Lucian Freud los miedos que cualquier artista debe superar al bosquejar la forma y el sentido de una voz propia. Es por esto que la mejor vara para medir Autorretrato sea lo que su autora recuerda que le dijo Freud en una discusión: “Sería mejor que no digas nada o que digas la verdad”. “Lo obedezco y hago lo primero”, dijo Celia Paul en aquel momento. Cuarenta años más tarde, muchas de estas páginas confirman que su disposición es la misma.
Autorretrato
Celia Paul
Chai Editora
Trad.: Esther Cross
220 págs. / $ 1200