Reseña: Animalia, de Sylvia Molloy
En La teoría de la bolsa de la ficción, publicado recientemente en español por Rara Avis, Ursula K. Le Guin considera que, si la narrativa de especulación prescinde del esquema tecno-heroico lineal, “progresivo, de la flecha (asesina) del tiempo y se redefine la tecnología y la ciencia como una bolsa de cultura” y no como una herramienta de dominación, será mucho más fértil para describir lo que está sucediendo en “este útero de cosas por ser y en esta tumba de cosas que ya fueron, en este relato sin final”. Si, tal como decía Sylvia Molloy (Buenos Aires, 1938; Nueva York, 2022), las citas disparan relatos, vale asir la reflexión que propone Le Guin con el artefacto narrativo que propuso Molloy, construido, en sus palabras, a partir de una “bolsa de retazos”.
La vitalidad que supo desplegar en gran parte de su obra se articuló en la reivindicación de los recuerdos: los propios, los cercanos, los ajenos, los pretéritos, los intemporales, los que están al borde del abismo. Una materia prima que, puesta en valor y en resonancia en otros entornos, se activa como una piedra semipreciosa, en la luz –intrínseca y externa– y en el tacto, en la dinámica de escritura en sí misma. Miniaturas que, al igual que los elementos diminutos que utiliza la artista plástica Liliana Porter, realzan distintos escenarios y desde el amor y la nostalgia, o el cruce incierto entre ambas, crean nuevas imágenes. Como sucedió con Varia imaginación (2003), reeditado por Eterna Cadencia el año pasado antes de la muerte de la autora, Animalia consta de una veintena de piezas brevísimas, donde afloran distintas evocaciones en relación a sus vínculos con los animales.
“La ficción siempre mejora lo presente”, solía decir Molloy y así lo esmerila en sus relatos, muchos de ellos concebidos en el encierro durante la pandemia, en un contexto donde las situaciones dolorosas se tornaron aún más tortuosas: “No me olvido de la última noche antes de llevarlo a clínica –dice en relación su gato, fino y desconfiado–. Se instaló en la cama junto a mí, empezó a revolcarse como quien pide cariño, como lo hacía con Lola (la perra). Se dejó mimar y pude acariciarlo como nunca lo había hecho. Pensé: se está despidiendo. Al día siguiente fuimos a la clínica. Al volver lo enterramos junto a Lola. Todo esto en plena pandemia”, escribe. A pesar de situaciones así, que tienen que ver con los ciclos temporales o con otras instancias restrictivas (por ejemplo, cuando era niña no le permitían tener mascotas), el libro refleja un tierno sentimiento de adoración hacia los animales que la acompañaron durante su vida: gatos y perros, faisanes, teros, gusanos, ranas. Como un requiebro o una manera chispeante y amorosa que tuvo Sylvia Molloy de despedirse.
Animalia
Sylvia Molloy
Eterna Cadencia
$2390