Reliquias y fracasos de las vanguardias
La única conquista permanente de la vanguardia, aquella de la que se aprovecharon aun quienes no eran vanguardistas, fue la publicidad. Descubrieron los vanguardistas que, en ausencia de la obra (cuyo certificado de defunción ellos se empecinaron en firmar) quedaba la publicidad vacía del gesto. El resto fue pura defraudación. El teórico Terry Eagleton concluyó que si la vanguardia artística había fracasado era, o bien porque no estaba aliada con una vanguardia política, o bien porque la vanguardia política con la que estaba aliada había fracasado. Eagleton juzga a las vanguardias por sus intenciones, que, como ellas declararon, no eran estéticas, aun cuando sí lo hayan sido sus efectos. Si se lo piensa de esta manera, cualquier consideración sobre las vanguardias históricas tendría –por respeto a las reglas de juego− que subordinar la estética a la política. Este modelo funciona bastante bien para el surrealismo y el futurismo; no tan bien para el dadaísmo, y nada bien para la vanguardia rioplatense. Hablar de vanguardia rioplatense es hablar de ultraísmo, y hablar de ultraísmo es hacerlo de España, de donde fue importada, entre otros por Borges.
En una entrevista de hace pocos días, Martín Kohan recuperó de su último libro la fórmula “vanguardia moderada” para referirse a Borges. No habría que concluir que con “moderación” Kohan quiera decir apocamiento. Podría el vanguardismo moderado aludir a que no había alianza política (su devaneo yrigoyenista, al que sería una mentira piadosa calificar de movimiento de masas, fue por suerte brevísimo), o a que su poética era más proclive a servirse de la vanguardia que a servirla a ella.
En su comentario, en el número 20 de Martín Fierro (1925), al libro Literaturas europeas de vanguardia, Borges discute con Guillermo de Torre, el autor: “Primeramente, quiero echarle en cara su progresismo, ese ademán molesto de sacar el reloj a cada rato. Su pensamiento traducido a mi idioma se enunciaría así: Nosotros los ultraístas ya somos los hombres del viernes; ustedes rubenistas son los del jueves y tal vez los del miércoles, ‘ergo’, valemos más que ustedes… A lo cual cabe replicar: ¿Y cuando viene el sábado, dónde lo arrinconan al viernes?”
A Borges lo incomodaba este optimismo cronológico, tan propio de las vanguardias, gobernadas por la escatología del novissimo, lo más nuevo, lo final. Fue Torre el campeón del ultraísmo: “Si la poesía ha sido hasta hoy desarrollo, en adelante será síntesis. Fusión en uno de varios estados anímicos. Simultaneísmo. Velocidad espacial”. Ya había dicho también que la meta del ultraísmo era reducir la poesía a su elemento primordial, la metáfora. En Hélices, de 1923, Torre acertó con el correlato exacto del programa. El libro era inhallable hasta ahora, cuando Cátedra lo sacó en edición cuidada minuciosamente por Domingo Ródenas de Moya. Es cierto que Hélices, según señala Ródenas, pide ser leído como “reliquia literaria”, o bien, en palabras de Borges, como “una bella calavera retórica”. Pero lo es porque Torre, en un virtuosismo al que no se le prestó la suficiente atención, agota las posibilidades de aquello que él mismo había inventado. Que no volviera a publicar otro libro de poemas (aunque haya seguido escribiéndolos) da mucho que pensar.
Borges le elogia por carta y en público el libro a Torre, su futuro cuñado, y en otra carta le dice a Jacobo Sureda, amigo suyo, que Hélices estará repleto de esdrújulas y de “cachivaches” (por los aviones y semáforos). Le dice algo más: “Yo me siento viejo, académico, apolillado, cuando me sucede un libro así”.
El abandono de la vanguardia no fue una simple abjuración, y esto porque para ellos (Torre, Jorge Luis y Norah Borges) la vanguardia no fue promesa ni cumplimiento sino, apenas, una estación (“etapa evolutiva”, dirá Torre) en la conquista de un estilo.
Probablemente Borges había entendido ya que la vanguardia no era cuestión de obra sino de contemplación (o de lectura), y “Pierre Menard” (cuento y personaje) sería evidentemente, como ya sabemos, el manifiesto sin escuela de esa constatación.