¿Qué busca Cristina? Las condiciones que el kirchnerismo le pone a Alberto Fernández para frenar el asedio
La vicepresidenta vacía de apoyo político al Presidente y teme que si no se modifica el rumbo hay riesgo de que se espiralice la crisis
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Una palabra maldita resuena en las charlas cotidianas que Cristina Kirchner mantiene con dirigentes que la frecuentan: hiperinflación. El tabú de la crisis total emerge como hipótesis en sus escenarios de futuro y es un motor de su ofensiva inclemente sobre Alberto Fernández, la criatura presidencial que ofreció a la sociedad hace tres años.
Cristina actúa estos días como un animal político que lucha por sobrevivir. Percibe a Fernández como un peligro para la continuidad del kirchnerismo como movimiento político. Lo acusa de ignorar un abismo que se abre delante de sus pies y asume que, por mucho que se despegue ampulosamente, ella pagará un precio carísimo si la experiencia del Frente de Todos desemboca en un cataclismo económico. El avance de las causas judiciales en su contra le agrega un costado personal dramático a este conflicto de poder.
"Con el discurso que dio el lunes en Avellaneda, la vicepresidenta envió el mensaje de que no hay tregua a la vista"
“Alberto tiene que asumir su realidad. Le quedan dos objetivos muy importantes que puede cumplir: zafar de una hiper y terminar el mandato. Debería olvidarse de la reelección y escuchar a Cristina”, dice sin eufemismos un dirigente bonaerense que todavía aspira a una recuperación del oficialismo bajo un programa kirchnerista clásico.
Con el discurso que dio el lunes en Avellaneda, la vicepresidenta envió el mensaje de que no hay tregua a la vista. Va por la demolición de lo que queda de albertismo. “No es una cuestión personal. Ella puede aceptar incluso que siga Martín Guzmán en Economía. Lo que está pidiendo a gritos es que gobiernen, que asuman las medidas que se requieren para encauzar la situación y nos den una oportunidad electoral el año que viene”, amplía un intendente del conurbano que decidió jugar abiertamente en el bando kirchnerista.
A la vicepresidenta la aterra la sangría de dólares (pide obsesivamente informes sobre la evolución de las reservas) y despotrica por lo que entiende como desidia del Gobierno para detenerla. Identifica ese problema como el “germen de un desastre” que se debe eludir a toda costa.
En su entorno desgranan una suerte de pliego de condiciones que podría detener el asedio kirchnerista sobre Fernández. De la lapicera presidencial –guiada sinceramente por Cristina- deberían salir al menos tres medidas de alto impacto que, a su juicio, ayudarían a acomodar las cuentas públicas y permitirían contener a los sectores de la sociedad desencantados con el oficialismo.
Al tope de la lista está un aumento de las retenciones a las exportaciones de granos, en consonancia con la suba de los precios internacionales a raíz de la invasión rusa a Ucrania. Fernández ya dijo que él desearía hacerlo, pero que no tiene los votos para aprobar una ley en el Congreso que vaya en ese sentido. Cristina insiste en que son excusas y que existen vías para imponer incrementos por decreto.
Ilustrativa nota de @elDiarioAR sobre los resultados del “uso de la lapicera”: se generan dólares que demanda la economía y trabajo genuino que necesita el pueblo. O sea… GOBERNAR, que de eso se trata.https://t.co/p4e9GH3moG pic.twitter.com/raFwAIpmp4
— Cristina Kirchner (@CFKArgentina) June 22, 2022
El cupo a las importaciones es otra medida que Cristina juzga urgente. Se lo dijo a Daniel Scioli cuando hablaron después de su nombramiento en reemplazo de Matías Kulfas en el Ministerio de Desarrollo Productivo. Le abre un crédito al exgobernador al que tantas veces maltrató, pero lo marcará bien de cerca, como dejó claro en su diatriba del lunes. Lo mismo corre para el nuevo jefe de la Aduana, Guillermo Michel (hombre de Sergio Massa).
En su exposición en Avellaneda se permitió incluso reivindicar políticas que durante su presidencia impulsó Guillermo Moreno, el extravagante secretario de Comercio Interior que manipuló las estadísticas del Indec y que durante años gestionó arbitrariamente qué podía entrar y qué no al país. Aunque terminó mal con él, rescata el arrojo para pelearse con los empresarios y con quien se le parara enfrente.
“Cuando se acaban los dólares o cuando el mercado atisba que no va a haber dólares comienza la carrera por la devaluación”, dice. De ahí a la aceleración imparable de la inflación hay solo un paso, advierte.
“Tiempo de descuento”
El otro punto central de su reclamo al Gobierno es que intervenga de manera decidida para garantizar que el salario no pierda con la inflación. En Avellaneda avaló con el aplauso al sindicalista Hugo Yasky cuando pidió un aumento de sueldos por decreto para estatales y privados. Suele decir que Fernández se suicidó políticamente en 2021 cuando dejó que Guzmán mantuviera el ajuste fiscal en el camino hacia las elecciones de medio término. Y que no puede volver a pasar.
“Estamos en tiempo de descuento. Si no reaccionamos, porque las elecciones son ya, la única forma de que tengamos una chance es generar hechos de magnitud política”, opina Andrés “Cuervo” Larroque, ministro de Axel Kicillof y vocero elegido para transmitirle a Fernández el pensamiento de Cristina y Máximo Kirchner.
Añade otro dirigente del ala dura del oficialismo: “Alberto puede ordenar la política con dos o tres medidas que acompañemos todos. Tiene que dejar de pensar en fantasías reeleccionistas y concentrarse en atajar la inflación”.
Lo que piden, en definitiva, es un cuerpo a cuerpo de controles, cepos y emisión monetaria con la ilusión módica de aguantar los días difíciles que vienen por delante. El invierno -con alta demanda de dólares para importar energía y decreciente ingreso de divisas por exportaciones- se convierte en un desafío para valientes. No ven margen para un plan de estabilización y asumen que una inflación anual del 70% sería un éxito en este contexto.
Los dos Kirchner operan sin pausa para alinear al peronismo detrás de su proyecto político. Es un despliegue de poder que apunta, antes que nada, a que Fernández descubra de una vez su soledad. La jugada más audaz fue el ataque frontal al Movimiento Evita, último sustento territorial del Presidente.
Cristina lo decidió después de tejer una alianza con los intendentes peronistas del conurbano, que desde 2019 piden quitarles a los movimientos sociales la intermediación con los beneficiarios de planes sociales. En esta cruzada tiene de su lado incluso a los ministros albertistas de la primera hora Gabriel Katopodis y Juan Zabaleta. Los gobernadores peronistas que llegaron a soñar con “jubilar a la señora” ahora se resignan a coincidir con su estrategia. “Los militantes del Evita son todos de Cristina. Ella les declara la guerra a los dirigentes y los enfrenta a las bases”, traduce un diputado K.
Cristina despotrica habitualmente contra “los gerentes de la pobreza” y acusa a Fernández de haber alimentado a un monstruo que ahora se vuelve en contra del peronismo y sus votantes de la clase media suburbana. “Tenemos que recuperar al laburante que nos ve como repartidores de planes”, dijo la última semana en una charla con sindicalistas.
La respuesta de Fernández en defensa de los movimientos sociales -acusó a Cristina de “decir cosas injustas”- causó desazón en quienes esperan que se rinda “por su propio bien”. No va a ocurrir, juran en la Casa Rosada. Solo queda, entonces, esperar más discursos, tuits y cartas desde el Senado.
Debilidad por partida doble
La insistencia de la vicepresidenta expone su propia debilidad. La “Jefa” da órdenes que no siempre se cumplen y tiene que sobreactuar hasta casi forzar la institucionalidad para empujar a Fernández a cumplir sus deseos. Si no lo consigue (como ya pasó ostensiblemente con el acuerdo con el FMI), al menos intentará refugiarse en el consuelo del “yo avisé”.
Quienes la tratan confirman su pesimismo respecto de las elecciones de 2023. Pero explican que la obsesión es evitar un desenlace descontrolado de la crisis inflacionaria y, desde ahí, construir una opción competitiva para 2023. Al menos para retener su bastión de Buenos Aires, con Axel Kicillof cada vez más perfilado como su candidato a la reelección.
La dinámica política la expone a otro dilema: quién sería el candidato presidencial si, como ansía, Fernández quedara fuera de la lista de competidores. ¿Se animará a confiar otra vez en el truco “moderado/radicalizado” que ya usó sin el resultado esperado en 2015 con la fórmula Scioli/Carlos Zannini y en 2019 con Alberto/Cristina? ¿O, como cada vez más gente de su entorno sospecha, no tendrá más remedio que ponerse al frente y asumir el liderazgo de frente, sin artilugios?
Los números que le devuelven las encuestas no ilusionarían a alguien ambicioso. Ese es el hilo de ilusión que sostiene a Fernández y a los últimos albertistas: hoy nadie en el Frente de Todos mide más que él en una simulación de votación presidencial. Así se mantienen en una disputa encarnizada por la mejor ventanilla del Titanic mientras el iceberg se dibuja en el horizonte.