Por qué un siglo después Trilce sigue siendo único
El libro de poemas del peruano César Vallejo al que la crítica todavía no pudo domesticar se publicó en 1922
- 4 minutos de lectura'
Trilce, la palabra, nunca quiso decir nada. O eso sostenía César Vallejo años después de haber publicado la colección de 77 poemas que llevó ese título y a la que todavía hoy, cien años después, ninguna crítica pudo domesticar. Había inventado el título, Trilce, a último momento: “¿No es una palabra hermosa?”, dicen que decía el poeta peruano. Hay otras interpretaciones posibles, pero importa poco: lo único seguro es que hubiera sido más desconcertante todavía si se hubiera llamado “Cráneos de bronce”, el nombre que pensó en un principio, que parece un eco de Los heraldos negros (1918), el primer libro de Vallejo.
"Trilce es la culminación de una vanguardia, pero se produjo al principio de todo, con su gesto de arrasar para dar de nuevo"
Los heraldos negros participaba del modernismo latinoamericano de entonces, aunque en sus temas peruanos y cierta heterodoxia de la forma ya mostraba rasgos absolutamente propios. Pero Trilce es otra cosa: se puede imaginar a Vallejo como un artista que se coloca frente a la lengua, la hace trizas y después se pone a reconstruirla con sus restos en forma de mosaico. Un ejemplo al azar, el comienzo del poema XVI: “Tengo fe en ser fuerte./ Dame, aire manco, dame ir/ galoneándome de ceros a la izquierda”. O el siguiente, el XVII: “Destílase este 2 en una sola tanda, /y entrambos lo apuramos./ Nadie me hubo oído. Estría urente/ abracadabra civil”.
A Trilce se lo explica con facilidad por el atajo de las vanguardias de comienzos de siglo, la búsqueda de novedad que también circulaba por América Latina, pero ese dato inobjetable generalmente se olvida de lo temprano de su radicalismo. Por entonces ya estaba activo Vicente Huidobro, importador de primera mano de muchas audacias formales francesas, pero para Altazor (1931) faltaban años. Neruda solo empezó los poemas de Residencia en la tierra en 1925, pero los publicaría en forma de libro mucho después. Trilce es la culminación de una vanguardia, pero se produjo al principio de todo, con el gesto de arrasar para dar de nuevo. Tal vez las influencias experimentales vinieran de más lejos: ¿del Mallarmé más disperso? ¿De Rimbaud, que también supo pulverizar el sentido de las palabras para llevarlas a otro territorio? ¿O habrá tenido la influencia de su amigo José Carlos Mariátegui, que por entonces empezaba a escribir largo y tendido sobre los diversos “–ismos” europeos que surgían?
Vallejo, como es sabido por sus biógrafos, escribió los poemas mayormente en 1919, en años personales duros, y después siguió con ellos durante un confinamiento por una falsa acusación en la cárcel. Los publicó en octubre de 1922, en una edición modesta, que –después de las buenas críticas de Los heraldos negros– se encontró con un amplio silencio. En una carta, el poeta habló de la “sacratísima” obligación de ser libre, y la lengua nueva de Trilce, su rareza sintáctica, sus deformaciones léxicas, su uso de todas las figuras retóricas posibles, los juegos tipográficos, sus malescrituras deliberadas (“que la bamos a hhazer”) son su instrumento. Pero eso, que podría ser una simple descripción de las herramientas vanguardistas de la época, no alcanza a explicar por qué Trilce toca un punto nodal: la poesía que no se entiende, pero de todas maneras se comprende.
A los que le criticaban su aparente hermetismo, un poeta judío de expresión alemana posterior, Paul Celan, les contestaba que no importaba tanto el sentido como lo que el poema transmitía. Al hablar de Celan, Giorgio Agamben anotó que el poeta es aquel que recuerda cómo se quedó sin lengua ante el vacío (el de la infancia, el preverbal) y busca llenar ese hueco con palabras. El poder de los versos de Trilce, algunos crípticos hasta la masmédula, consiste en eso: no es tanto una desestructuración lúdica del lenguaje, sino que cada palabra, cada torsión lingüística, al reconstituirse en los poemas, logra transferir algún grado de experiencia, aunque el lector desconozca cuál. Solo debe dejarse llevar para encontrar la emoción viral que contagia el poema.
Paradojas de las obras clave: el intraducible Trilce, cumbre latinoamericana y de la literatura a secas, no tiene por qué ser tenido por el mejor libro de Vallejo. Algunos prefieren la claridad de los Poemas humanos, que escribió ya lejos de Perú, en su definitivo exilio europeo, y se publicaron de manera póstuma.