Pola Oloixarac. “Me encanta escribir de política porque es el gran show contemporáneo”
La escritora cuestiona la “hegemonía cultural” del kirchnerismo y dice que el peronismo perdió el sentido del humor y quedó congelado en una supuesta superioridad moral “que no puede sostener”
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Al leer las ficciones y columnas satíricas de Pola Oloixarac se evoca aquella línea que cantaba Federico Moura décadas atrás: “Tu imaginación me programa en vivo”. Autora de tres novelas, las tres distópicas, Oloixarac pasa del erotismo sibilino a los saberes hipertecnológicos, y de los funerales de una época (la década de 1970) al rutilante gueto de los artistas internacionales (del que se puede decir que ella misma, con todo derecho, integra) y al de la opaca dirigencia local.
Este año, Mona (2019), su novela más reciente, fue publicada en inglés y la primera, Las teorías salvajes (2008), en alemán, en ambos casos con buena recepción crítica. En la Argentina, luego de dejar atrás el proyecto de un portal de periodismo feminista, la escritora volvió a la vieja tradición de la columna satírica sobre personajes de la política criolla, con perfiles del jefe de Gabinete Santiago Cafiero y el ministro de Educación Nicolás Trotta, entre otros. “La gente necesita reírse del poder, porque no queda otra”, asegura.
Oloixarac, junto con la escritora Imaobong Umoren, obtuvo el Premio de Literatura Eccles Centre & Hay Festival; su proyecto consiste en crear un atlas literario del Amazonas. Desde inicios de 2020, reside en Barcelona con su familia. “Es una ciudad hermosa y, a la vez, me hace sentir en Belgrano –revela–. Donde vivo hay muchos edificios abalconados estilo años 1980, de burguesía confiada y pujante, y parece una mezcla de Belgrano R y 11 de Septiembre y Zabala. Diría que soy una exiliada política pero la verdad es que mentalmente nunca me fui”.
¿Cómo atravesás las olas de la pandemia?
Estoy en Barcelona desde fines de febrero del año pasado. En esta segunda ola me pude organizar mejor. Aprendí a cocinar con los libros de Yotam Ottolenghi, que es un cocinero israelí, y fue genial porque renovó mi experiencia de la lectura; las recetas atan la precisión del texto a tus movimientos, creando un algoritmo físico. Es muy interesante. Nunca me había interesado cocinar, pero ahora ir a la verdulería es mi fiesta, ya con las variedades de tomates y papas distintas te hacés una rave. Esta semana voy a hacer kimchi, un fermento coreano; después te cuento si me intoxiqué. Siempre estoy estudiando algún idioma, empecé árabe en 2020 y lo dejé. Y ahora estoy aprendiendo catalán y mejorando mi francés escrito.
En 2020 retomaste las columnas políticas satíricas. ¿Cómo fue ese acercamiento a un género un poco olvidado y a la vez tan rico en la tradición local?
Me encanta escribir de política, porque es el gran show contemporáneo. Venía escribiendo en Perfil, y cuando empecé a escribir en La Nación fue como entrar al Luna Park. Era como estar en un gran teatro, y sentir a la vez el espíritu del pugilato y de lo popular. Es algo muy performático, porque casi de inmediato tenés las reacciones del público. Fue muy divertido para mí que hasta el Presidente, en su cuenta de Twitter, se sintiera llamado a reaccionar ante mi nota sobre Santiago Cafiero. Y fue encantador que Taiana, Rossi, ministros y exministros se rasgaran las vestiduras. Incluso Jorge Rial, como esos canes que son engordados para dar miedo. Creo que se dan dos fenómenos irresistibles para una escritora: el peronismo perdió el sentido del humor y la gente necesita reírse del poder, porque no queda otra.
¿Tuviste algún episodio de censura?
No, siempre escribí con total libertad. A veces me zarpo un poco y no me doy cuenta, y no me molesta si alguien me dice: “Ojo acá que nos van a matar”. Me encanta trabajar con editores. Como en la película de Woody Allen con Alan Alda: si se dobla es gracioso; si se quiebra, no.
¿Por qué hay tan pocas columnistas mujeres en los medios periodísticos argentinos?
Es de verdad una lástima que haya pocas mujeres, y los medios se pierden mucho más de lo que creen. Cuando escriben mujeres la tendencia es que sean una bomba, como Sabrina Ajmechet, Adriana Amado o Mercedes Funes, tipas muy inteligentes con miradas frescas, que piensan. O Beatriz Sarlo: podés estar de acuerdo o no con sus opiniones pero es de una pieza. Como mujer estás acostumbrada a tener que convencer a los demás de tu capacidad. Entonces, en general, cuando una mujer escribe va con todo, y esa fuerza se percibe.
¿Cuáles son tus críticas a la gestión de la pandemia del Gobierno nacional?
Lo peor fue sin duda la política de escuelas cerradas, dejando afuera del sistema educativo a millones de chicos, sin evidencia científica para ello. Está por salir en Libros del Zorzal un libro de la investigadora María Victoria Baratta, una de las fundadoras de Padres Org, con un prólogo mío, donde se analiza el tema y cómo la sociedad civil se tuvo que organizar para defender la educación. Ahora en el Gobierno se hacen los enterados, cuando es algo que Padres Org y otros repetíamos desde septiembre de 2020: la escuela es un lugar de detección, no de contagio; no ir a la escuela hace más daño del que evita. Lo segundo, que está ligado a esto, fue la militancia de la desinformación. En tercer lugar, creo que es también trágico el rol en el que quedó el sector científico real en el “Gobierno de Científicos”, como unos planeros sobreescolarizados obligados a ser médiums de las medidas del gobierno.
Por otro lado, este Gobierno debutó con la pandemia.
La pandemia le brindó al kirchnerismo la oportunidad de un branding al que aspiraban: ellos eran el gobierno de científicos. Siempre quieren ser los superiores, los que saben y los que son moralmente mejores. Que hubiera una situación sanitaria fuera de lo común puso en marcha todo un dispositivo de Estado de excepción con la anuencia de los sectores progresistas. Cosas básicas, como el acceso a la educación, de pronto ya no eran consensos, ya no eran derechos. El progresismo fue totalmente funcional a estos derechos vulnerados durante la pandemia, desde los casos de Facundo Astudillo Castro hasta Solange Musse y los miles de niños que se quedaron sin acceso a la educación, y que quizás nunca regresen a la escuela.
¿Creés que tu simpatía por Cambiemos perjudicó de algún modo tu trabajo como escritora? Al salir tu primera novela todos te amaban de manera unánime.
No era tan así. ¿No te acordás de que pidieron que me retractara de Las teorías salvajes? En la revista digital Planta decían que tenía que hacer un desagravio a la UBA, que mi novela era fálica y “sin amor”. Pobres esos chicos, eran tan amantes de la literatura y terminaron haciendo panegíricos sobre Máximo Kirchner. Después había otros que decían que la novela la había escrito un tipo y que se hablaba del libro solo porque yo salía bien en las fotos. Me insultaba gente de todos los colores. Me acuerdo de que un tipo del blog de Quintín vino a verme a Madrid para hacer un retrato para “asesinarme”, y yo algo me olí. Entonces grabé la conversación, donde podés escuchar que soy una persona correcta y educada y el tipo un chupamedias filomontonero ex-OAS. No sabía que lo grabé, escribió su cosa espantosa y yo publiqué la grabación. En su momento me afectó tanta agresividad; solo era una chica que había escrito una novela. Sobre Cambiemos: firmé una carta en apoyo a la candidatura de Mauricio Macri en 2015, y eso me permitió observar cómo funcionaba la corporación. Ahí me enteré de que al peronismo no se lo critica en público, y que si lo hacés sos castigada. El peronismo perdió el sentido del humor, quedaron abroquelados en una superioridad intelectual que no pueden sostener. Es un ambiente pequeño y los que se creen con poder se desesperan por meter “su gente”. Es una pena, va contra nuestra gran tradición nacional, la de Borges y Victoria Ocampo, que es súper cosmopolita y liberal.
¿Cuál es tu mirada sobre el ámbito literario desde el punto de vista ideológico?
Si tengo una mirada compasiva, te diría que la gente hace lo que puede para sobrevivir. Hay gente que no escribe cosas muy interesantes y su única vía es tratar de tener cargos en el Estado. Hacen lo que pueden, no los culpo. Es un progresismo concheto, porque la burguesía en la Argentina es estatal. Tengo amigos peronistas que no son así, que son personas con buen gusto que no atacan a nadie públicamente solo porque no vota como ellos. Es como que te guste mucho el helado de frutilla y quieras que en todas las heladerías vendan solo helado de frutilla y proscriban el chocolate.
¿Y cuál es tu mirada sobre ese ámbito desde lo estético?
El peronismo tiene un problema de estilo. Están desesperados por ser respetables, ser “la gente bien”, la “GCU” como se decía en los años setenta durante la dictadura. Son la alta burguesía estatal que aspira a marcar una superioridad de clase. Entonces celebran expresiones culturales desde un lugar de lo que está bien que le guste a la “gente bien”. Y eso te diría que es incompatible con el arte y la literatura que valen la pena. Así que tenemos un kirchnerismo que solo sabe hacer cultura en este sentido de promover una hegemonía cultural, que no es lo mismo que crear arte significativo, y del otro lado un macrismo que no tiene idea de qué hacer con la cultura.
¿En qué sentido?
Hubo una relación muy fóbica con la cultura durante la presidencia Miau. Como si los funcionarios macristas hubieran internalizado este dogma kirchnerista, y se creyeran que la cultura es lo que hacen otros. No promovieron una renovación de las discusiones en torno a la memoria y los años setenta, por dar un ejemplo, y tampoco trajeron una renovación de contenidos. La Argentina está atrapada en una cultura cada vez más provinciana, siempre preocupada por el pasado, cuando en el resto del mundo se está pensando fuerte en la tecnología y la ecología. Hubo poca imaginación para pensar estas cuestiones y fue un enfoque bastante chato. Por otro lado, creo que el arte y la cultura pasan un momento de mucha creación y fuerza, el Museo de Arte Moderno que dirige Victoria Noorthoorn brilló y sigue brillando, como muchos otros espacios dirigidos por gente súper capaz en la ciudad de Buenos Aires.
¿Y cómo ves tu tercera novela, pasado un tiempo de su lanzamiento? ¿Qué tienen en común vos y Mona, la protagonista?
Yo le serví de conejilla de Indias a Mona, y Mona es también mi experimento. Mona acaba de salir en Estados Unidos, y es muy interesante porque las reseñas son muy buenas pero a la vez muy distintas entre sí. El libro funciona un poco como un espejo de lo que cada crítico tiene en la cabeza. Las teorías salvajes salió este mes en Alemania, y fue muy lindo porque pude dedicar la traducción alemana a Jorge Dotti, un gran filósofo argentino y profesor legendario de Filosofía Política en mi facultad, la de Filosofía y Letras.
Sos feminista y a la vez una outsider del movimiento feminista en la Argentina.
Me parece grave que el feminismo sea propiedad de un partido político. El feminismo es para todas las mujeres, igual que los derechos humanos son para todas las personas: no sirve tener un feminismo partidario que calla selectivamente cuando las violaciones de derechos tocan al partido. Los casos de Victoria Donda, José Alperovich, las embarazadas que escapan de Gildo Insfrán, las mujeres desalojadas de la fuerza de trabajo para cuidar a la familia son todos temas que deberían preocupar a las feministas, y sin embargo parece que no. Que el Presidente vaya desplazando a las mujeres de su gabinete (Losardo, Bielsa) y reemplazándolas por hombres tampoco parece muy feminista. Para el gobierno el feminismo es como una legión chic dentro de la hegemonía cultural: sirve para bajar el volumen de los reclamos, para invisibilizar voces y problemas, para marcar una agenda que sigue las modas norteamericanas de qué es ser biempensante.
¿Por qué te dedicaste a la literatura?
Siempre quise escribir, desde que tenía ocho años. Leía novelas de aventuras y sigo creyendo en algo muy noble, muy aventurero y valeroso en el acto de escribir. Nuestro trabajo es decir lo que no se puede decir, pensar junto al peligro.
En tus novelas hay referencias a la ciencia, la tecnología, el erotismo y la ecología. ¿Qué relación hay entre esas variables?
Creo que mis libros tienen en común una preocupación por cómo se produce el conocimiento, y cómo se sobrevive dentro de él. Las teorías salvajes: el mundillo intelectual. En Las constelaciones oscuras, la ciencia del siglo XIX y sus mapas. En Mona, el circuito de la literatura mundial. Es la cultura contemporánea lo que me fascina.