Pluralismo de ideas. Se aprende de los libros, pero también de los otros
En un mundo polarizado, la universidad es un ámbito donde los alumnos pueden cultivar el diálogo desde miradas diversas
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Este texto reproduce el discurso que el rector de la Universidad Torcuato Di Tella, Juan José Cruces, ofreció en la graduación de grado
Queridas familias y colegas, pero, sobre todo, queridos graduados y graduadas: hoy es un día muy importante para ustedes. Están recibiendo sus títulos como graduados universitarios. Es un día de coronación en el que todos los esfuerzos de estos años se plasman en un diploma frente a la sociedad, ante sus seres queridos y, sobre todo, frente ustedes mismos.
Es también un día muy importante para nuestra universidad. En cada graduación volcamos a la sociedad lo más preciado que tenemos: nuestros estudiantes, como si fueran nuestros propios hijos. En cada ceremonia, renovamos nuestro compromiso con la sociedad de contribuir a la formación de las nuevas generaciones que el país, la región y el mundo necesitan.
Pero debo admitir con sentimientos encontrados que este es un fin de año particular. Por un lado, ustedes están por atravesar un mojón importantísimo en sus vidas, y eso nos llena de felicidad y orgullo. A su vez, este 2023 nos encuentra, como hace años, con una Di Tella pujante y en pleno crecimiento.Pero no vivimos en una isla. Sabemos que, incluso equipados con las herramientas de primera calidad que ustedes se llevan de estas aulas, desembarcan arropados con energía y motivación a un país hoy poco generoso en oportunidades y muchas veces hostil para la convivencia transversal. Salen también a un mundo que en las últimas semanas nos ha mostrado su rostro más oscuro, que ha exhibido y sigue exhibiendo un grado de intolerancia que hasta hace pocos años no habríamos podido prever. No son semanas optimistas.
Quizás por eso no quiero ahora hablarles, como suelo hacerlo en estas ocasiones, de lo que les espera de acá en más. Quiero invitarlos a volver la mirada a los cuatro o cinco años que pasaron en nuestras aulas, a la luz de lo que estamos viendo que hoy ocurre en un número importante de universidades prestigiosas de otras latitudes del mundo. Allí, pareciera que la capacidad de convivencia, reflexión y discusión en entornos diversos pero respetuosos, comprometidos con la libertad de pensar y expresarse sin hostigar a nadie, se ha visto seriamente comprometida en los últimos tiempos, tornándose esos campus en lugares hostiles y violentos.
Doy un paso para atrás, como cuando uno quiere ver con perspectiva en un museo un cuadro de grandes dimensiones, lleno de detalles, matices y complejidades. Miro y miro, y todavía no me alcanza la distancia que tomo para entender. Entonces doy otro paso para atrás y me miro para adentro, haciéndome una pregunta básica: ¿para qué venimos a la universidad?; ¿para qué entraron ustedes acá hace casi un lustro?
No hay a esto, desde luego, una sola respuesta legítima. Algunos de ustedes habrán venido para aprender una profesión, otros para tener en el futuro con qué ganarse la vida, otros para adquirir conocimientos que canalicen una vocación clara, otros para descubrir en la marea de clases y materias de todos los días una inclinación profesional y una curiosidad intelectual que no terminaba de definirse, y otros para muchas otras cosas más.
Yo creo sin embargo que, lo busquen o no, lo quieran o no, lo sepan o no, lo más importante para lo que todos venimos a la universidad es para transformarnos. Para salir distintos de como entramos. Para distanciarnos un poco de las ideas recibidas de nuestros entornos cercanos, poniéndolas en diálogo con otras nuevas que a veces confirmarán lo que trajimos, otras veces nos lo pondrán en duda y otras simplemente nos harán ver que lo que pensábamos estaba equivocado, era incompleto o se había transformado en inadecuado con el paso del tiempo y las circunstancias.
Sea como sea el resultado de ese proceso de transformación intelectual y personal, que veo como el corazón de lo que ocurre en la universidad, su condición de posibilidad es el entorno y la atmósfera en que ocurre ese lento pero potente cambio de piel, en una edad sensible y plástica para absorber lo que nos ofrecen el mundo y los otros. Ese entorno y esa atmósfera propicios y necesarios para esta transformación están hechos de intangibles, de detalles, de pequeños cuidados cotidianos y de ciertas decisiones que ustedes casi nunca ven pero que son el colchón mullido en el que se apoyan estos años suyos. Y sobre eso quiero llamar la atención.
Nuestra universidad se asienta sobre tres pilares: la excelencia académica, la igualdad de oportunidades y el pluralismo de ideas. Los hemos sabido honrar a lo largo de los años, en una tarea silenciosa que es la madre de la comunidad social e ideológicamente heterogénea que convive en nuestras aulas y que hace posible la diversidad pacífica y constructiva –aunque no sin roces y divergencias esporádicas– que nos expone a otras experiencias, otras ideas, otros puntos de vista.
Hace poco organizamos nuestra cena de recaudación anual para el Fondo de Becas con el que solventamos a jóvenes enormemente capaces que no podrían pagar lo que cuesta educarse en la Di Tella. Para el librito que repartimos esa noche, una profesora de la casa escribió un texto cuyo contenido quiero compartir con ustedes hoy.
A través de una anécdota cotidiana y aparentemente trivial de nuestro día a día, el relato de nuestra docente ponía la lupa sobre el vínculo entre transformación virtuosa y exposición a lo diverso.
La autora de esos párrafos enseña desde hace años un curso de literatura medieval y renacentista en primer año de las carreras de Historia y Ciencias Sociales, en el que todos los años leen la Divina Comedia. No toda, pero sí los cantos más importantes, como el 30 del Purgatorio, en el que Dante y Virgilio se separan.
Después de haber recorrido juntos círculos aterradores y terrazas expiatorias, Dante peregrino se da vuelta en busca del calor de su guía y maestro. Pero el maestro ya no está. Se esfumó. Tres cantos antes, Virgilio –el “dulce padre” latino– se había despedido con estas palabras anticipatorias pero crípticas, como les dirían ustedes, queridos padres, a sus hijos aquí presentes: “Hasta aquí te traje con ingenio y con arte.... Ya mi tutela no andarás buscando: libre es tu arbitrio”.
Para Dante y para los lectores, explica la profesora, la separación es un momento de sorpresa y también, incluso al borde de entrar al Paraíso, de pérdida, desprotección y soledad. Todos los años en ese curso se detienen en ese episodio.
Pero en 2022 sucedió algo especial. Al final de la clase, una alumna muy tímida con acento de una provincia norteña se le acercó a la profesora y le dijo que seguramente era una interpretación tonta pero que, cuando leyó el pasaje, se puso a llorar.
Entendió que esa despedida ficcional entre Dante y Virgilio expresaba lo que ella sintió pocos meses antes, cuando abrazó a sus padres y se subió al micro que la traía, lejos y sola, a Buenos Aires para estudiar en la Di Tella. “Yo vengo de una escuela chiquita”, siguió la estudiante, “nunca leímos libros así; por eso entré a la Divina Comedia con mucho miedo de no entender nada. Y sin embargo encontré que me hablaba a mí”.
Mientras hablaba, se le volvieron a llenar los ojos de lágrimas. La profesora cuenta que le aseguró a su alumna que su interpretación, tan hija de una experiencia íntima y personal, estaba muy bien por muchas razones, entre ellas porque ilustraba maravillosamente bien algo de lo que se conversa desde el principio en ese curso de literatura: los clásicos perduran si nos ayudan a darles sentido con palabras de otros tiempos a experiencias de hoy y si sirven también para ampliarnos el rango de experiencias y emociones vivibles, independientemente de si nos tocaron o no vivirlas a nosotros.
La anécdota refleja algo que está en la base de la transformación que les ofrecemos. Aquí, la diversidad del estudiantado, que se ve y se escucha en los pasillos y en las clases de nuestro campus cada vez más desde hace años, enriquece nuestra mirada del mundo, ilumina aristas nuevas de los temas tratados en clase, les da un espesor a las discusiones del aula solo explicables por nuestras diferencias y, por último, tal vez en estos tiempos mucho más importante todavía, hace posible que intercambiemos abiertamente visiones diferentes del mundo en contextos amables y cuidados.
Venimos a la universidad para aprender. Aprendemos de los libros, pero también de los otros y de cómo otros, de vidas diferentes a las nuestras, entienden distinto los mismos hechos, los mismos conflictos, los mismos libros, las mismas palabras, las mismas ideas. Esa variedad pacífica nos enriquece, nos potencia y nos hace una comunidad fértil para el desarrollo humano e intelectual en la reflexión, el diálogo y el respeto, incluso –o, sobre todo– en la discrepancia y el disenso.
Los quiero despedir hoy recordándoles este valioso trasfondo que se llevan, para que lo conserven, lo cuiden y lo cultiven en todo lugar a donde vayan. Diálogo, reflexión y respeto van anudados a sus diplomas y son, en gran parte también, obra de ustedes. Son tesoros a recordar y preservar para que la transformación que comenzó en estas aulas vuelva a encontrar un terreno tan fértil y afable afuera como el que encontraron acá. Esto recién empieza, el mundo afuera está oscuro, pero ustedes llevan consigo esta luz.