Pedro Luis Barcia: “La grieta se ha socavado con pala ideológica y con adoctrinamiento escolar”
Compilador de los ensayos de El resurgir de la Argentina, el prestigioso académico afirma que, en lugar de dividir, hay que sumar inteligencias y saberes para trazar un proyecto de país que supere la anomia
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Dígame, ¿qué significa este proverbio hitita: «El pez no sabe qué es el agua»”. “Explique el consejo que brinda Martín Fierro: «En la barba de los pobres/aprienden pa ser barberos»”.
Quienes han sido sus alumnos jamás olvidarán la erudición, la presencia escénica, la voz y la autoridad que sin esfuerzo impone Pedro Luis Barcia (Gualeguaychú, 1939). Intelectual con todas las letras, fue director de la Academia Argentina de Letras (AAL) de 2001 a 2013, y de la Academia Nacional de Educación (ANE) de 2012 a 2016, en exitosas gestiones en las que logró, con escasos recursos económicos, publicar una gran cantidad de volúmenes de autores argentinos y ubicar estas instituciones en un lugar destacado dentro y fuera del país.
"La lengua es el cemento de la ligazón social; si la denigramos o entorpecemos, decae el diálogo social, que es la Compilador de los ensayos de El resurgir de la Argentina, el prestigioso académico afirma que, en lugar base de la democracia”"
Barcia forma ciudadanos desde hace 60 años y los invita a reflexionar en diversas escalas: de los refranes y los versos –eruditos y populares– puede pasar a pensar un proyecto de país. Este ha sido su objetivo en El resurgir de la Argentina (Biblioteca Testimonial del Bicentenario) donde reúne a 36 expertos de diversos ámbitos para presentar una salida al laberinto vernáculo: “El libro no es una obra sistemática: es un haz de propuestas realizables alzadas desde ángulos diversos, que he agrupado por espacios afines –dice–. Es una obra de buena voluntad y una invitación a que otros intelectuales se sumen alzando sus sugerencias. Pedí que no se extiendan mucho en diagnósticos, porque los argentinos padecemos de diagnosrrea, vocablo creado por Stanislaw Lem, y nos aquerenciamos en ella sin avanzar con la terapéutica”. En la idea de construir un futuro mejor, entonces, ha compilado estas propuestas.
En la Academia Nacional de Educación publicó la colección Idearios Argentinos, que inauguró con tres tomos de Domingo Faustino Sarmiento y uno sobre José de San Martín. Barcia ha publicado más de cien libros, entre ellos Diccionario de fraseología del habla argentina y El refranero de uso argentino (2010 y 2013, respectivamente, ambos en coautoría con María Gabriela Pauer); Pedro Henríquez Ureña y la Argentina y Los géneros comunicativos universitarios. Orales y escritos, en coautoría con Maricruz Barcia, entre otros. Infatigable, trabaja en su próximo libro, La identidad de los argentinos (“obra del género de los que no deben intentarse”, bromea).
–El resurgir de la Argentina realiza un diagnóstico estremecedor: el país está inmerso en la anomia, en la anormalidad naturalizada. Las raíces de este mal son seculares, pero este es un momento crítico, al que se le suma una gran polarización social.
–La anomia ubicua es uno de los rasgos más sostenidos entre los argentinos, desde el XVIII hasta hoy. Denunciada por todos los ensayistas que se han ocupado de nuestra caracterización, desde Juan Agustín García hasta Carlos Nino. Es mal endémico y matriz de otros males. La existencia de confrontaciones antinómicas en el seno del país se ha dado, como en todo el mundo, siempre. Españoles y criollos, unitarios y federales, peronistas y antiperonistas. Joaquín V. González, en El juicio del siglo (1910), se refiere a una de las leyes que rige la historia argentina, soterradamente: “Un elemento morboso que trabajó el alma de la revolución: la discordia, fundada en rivalidades personales y en facciones”. Entonces se instala entre los argentinos una desgraciada pasión, que se instituye, para González en una ley: “la ley del odio”. El fenómeno actual es que dicha grieta se ha socavado con pala ideológica, Ernesto Laclau, y con adoctrinamiento escolar sostenido por lustros, lo que ha radicalizado sus efectos. Lo que solía ser labor de campaña electoral se ha transformado en una irrespirable atmósfera cotidiana, que nos aqueja como el mal climático.
"Es pasmoso el gradual empobrecimiento sistemático al que se somete a nuestros alumnos. Así se logra ciudadanos manipulables"
–¿Es posible el resurgir de un país si la sociedad está polarizada?
–Habrá que trabajar por amortecer la polarización, buscar el diálogo pontonero, dificilísimo, porque a quienes profundizan la brecha les falta la voluntad de hacerlo. En todo caso, será más eficaz mostrar con efectos reales, por acertadas medidas de gobierno, que el cambio de política nos beneficia a todos los argentinos. La ingenuidad es creer que el discurso tiene poder taumatúrgico para cambiar la realidad. Eso es ilusorio. No vale el “Sésamo, ábrete”.
–Este libro prueba que es posible reunir voces para pensar un proyecto de país. ¿Cuán viables son estas propuestas?
–La idea es sumar inteligencias y saberes, por aquello de que “todo lo sabemos y podemos entre todos”. La utopía posible es un motor de acción para el hombre que es un ser proyectual. Sin ella va como perro de luneta, los movimientos de la cabeza los generan los accidentes del camino.
–”Una máquina rota no se arregla con remiendos, sino con otra máquina. Nuestras instituciones son hoy esa máquina arruinada”, escribe Abel Posse en el libro. ¿Por dónde comenzar?
–Yo no diría que nuestras instituciones son “máquinas arruinadas”, sino desvirtuadas, pervertidas en su función. Lo primero es la restauración plena del orden constitucional republicano. Y, como en toda tarea de cambio, habrá que operar con algunas innovaciones, supresiones (ministerios, derroche de fondos gubernamentales, impuestos excesivos, por ejemplo) y modificaciones (leyes laborales, jubilaciones, reordenación de las coparticipaciones, etcétera). Habrá que pisar muchos callos oportunistas e intereses sectoriales. Pero no se hace tortilla sin romper algunos huevos.
–En su propuesta educativa señala la ideologización de la asignatura “Construir Ciudadanía Democrática en la escuela. Memoria y derechos humanos”, y una omisión atroz: la Constitución Nacional. ¿Podemos hablar de una “generación perdida”?
–Lamentablemente, se ha ido promoviendo (moviendo hacia adelante, no hacia arriba) a nuestros muchachos y chicas facilitándoles el paso de año a año, de ciclo a ciclo, sin atender a desarrollar su persona y capacitarlos como ciudadanos. Sarmiento decía: “Arriba, la Constitución como tablero, y abajo la escuela, para aprender a deletrearla”. ¿Cómo se forman ciudadanos democráticos sin apelar a la base constitucional? Es pasmoso el gradual empobrecimiento sistemático al que se somete a nuestros alumnos. Es como irlos desnudando y desnutriendo por grados, y decirles, mentirosamente, que están creciendo y fortificándose. La mitad, como se sabe, al egresar del secundario, no puede entender lo que lee; además de no poder expresar una breve exposición oral fluida. Pero, eso sí, tiene asegurado el ingreso a la universidad, en la que está prohibida por ley toda forma de examen inicial de selección. Solo egresará el 50% de los ingresados, y a los que egresan se les ha facilitado su avance con tres o cuatro recuperatorios por parcial. Una miserable y engañosa gimnasia que consiste en debilitar los músculos en lugar de tonificarlos. Se logra ciudadanos manipulables, sin capacidad de reacción.
–Explica que, además de la familia y la escuela, los medios de comunicación son cruciales para la educación de un país. ¿De qué modo pueden colaborar para disminuir o erradicar la anomia?
–La primera obligación es la de los medios oficiales, radio y TV, desde donde se puede hacer mucho si se lo prevé debidamente. La pertinacia en los deberes del ciudadano, el respeto de las normas en toda ocasión, deben ser objeto de programación: las disposiciones de tránsito, el cuidado y la limpieza del espacio público, el respeto a los turnos y un largo etcétera. La insistencia logra la atención y modificación de las conductas y las actitudes. Gutta cavat lapidem. Y las empresas privadas deberían aportar lo suyo en pro del bien común. Con dar la sensación térmica y noticias no parece que se asista eficazmente al resurgir del país.
–¿Cuánto daño nos ha hecho la manipulación del lenguaje por parte de los políticos, cuánto nos ha sesgado y dividido?
–La lengua es el cemento de ligazón social; si la denigramos o entorpecemos, decae el diálogo social, que es la base de la democracia. Los intentos políticos de modificar la lengua por decreto recuerdan aquel de 1815 que pretendió cambiarle el nombre al “pejerrey” porque contenía el vocablo nefando; se propuso “pez del Paraná o pez de río”. Hoy comemos “pejerrey a la parrilla, a la marinera”. Lo mismo ocurrió con el lunfardo y los decretos de Ramírez y de Perón [decreto n°416 de 1955] y las modificaciones de las letras de los tangos (“Muchacha que me abandonaste” por “Percanta que me amuraste”). Todo en vano. El pueblo no se deja arriar con boleadora de marlo. ¿Quién va a tener la tilinguería de cantar: “Les muchaches peronistes todes unides triunfaremos”? La ignorancia lingüística tiene vuelo de perdiz.
–En su carrera combinó su tarea intelectual y académica con una gestión elogiada al frente de dos organismos públicos, con poco presupuesto. ¿Cómo lo hizo?
–Con el aporte generoso de fundaciones y bancos privados, frente a los que gestionaba. Pobre porfiado saca bocado. No iba con proyectos, sino con obras concluidas y dos presupuestos. En la Academia Argentina de Letras publiqué más de cien obras. Los gobiernos no compraron jamás un ejemplar, cuando muchos eran apropiados para las bibliotecas públicas, no digamos de las escolares. El colmo fue el Ministerio de Economía, que pidió que le donáramos ejemplares de nuestro Diccionario de la administración pública (único en su género en el país). Construimos un salón de actos, una sala de comisiones y una hemeroteca plegable, entre otras innovaciones, todo con aporte privado.
–¿Son útiles otros proyectos de país de nuestra historia, como el de Juan Bautista Alberdi?
–A cada hora, su proyecto y su hombre para ejecutarlo, que no siempre son el mismo hombre. Las realidades de hoy no son las del siglo XIX. De Alberdi, asigún, diría un paisano: ¿el que se contiene en los tomos de las Obras completas que editó Roca o el de los Escritos póstumos? Este es “el otro Alberdi”. Hay que pensar y dibujar el proyecto del país con pantógrafo, a lo grande, como supieron hacerlo en su hora los fundadores de nuestra patria. Pero sin proyecto orgánico iremos como zapallo en carro.
–En la Academia Nacional de Educación publicó la colección Idearios Argentinos. ¿La distancia del tiempo hace que la posibilidad de diálogo con esos políticos sea nula? ¿Estudiamos nuestros orígenes en la escuela por obligación, sin que se nos explique la utilidad de conocer el pasado?
–Dice Gracián que en la vida todo es diálogo: con los muertos (lectura), con los vivos (no solo con los porteños) y consigo mismo. Lo que Goethe llamó “sinfronismo” es esa capacidad de desplazarnos en el tiempo y el espacio que nos brinda la lectura, para dialogar con nuestros próceres. Por eso una galería de sus libros es un conversatorio abierto para nuestros jóvenes, experiencia de profunda formación humanística y nacional.
–Exploró de modo exhaustivo nuestro lenguaje en diversas obras. ¿Qué dice el dialecto argentino de nosotros?
–Un campo importante de la caracterización nacional es la identidad lingüística. De ahí la atención a la creatividad y los aportes propios de los argentinos a la gran lengua panhispánica. Editamos 28 léxicos especiales, que celebró Manuel Seco; entre otros: del fútbol, el mate, el tango, el andinismo, las danzas folklóricas, los dulces caseros, el vino, la carne, la política argentina, el ciclismo, las armas criollas, las obras que usted citó, diccionarios provinciales, de gentilicios argentinos y una larga ristra de obras lexicográficas. Todas rastrean las notas propias que aportamos a la lengua común.
–Vemos la tragedia que vive Rosario, y, además de la expansión del narcotráfico, el aumento en el consumo de drogas. Fue un pionero en alzar la voz y en realizar una propuesta concreta: La prevención educativa de adicciones (ANE, 2015). ¿Qué recepción tuvo por parte de las autoridades?
–Ese librito tuvo tres ediciones, siempre abonadas por fundaciones privadas, y enviamos su PDF a todos los institutos de formación docente; unos 1400 y pico, este número es una hipertrofia gravísima y de difícil solución. No tuvimos ningún acuse de recibo. Lamentablemente, no prendió en la atención docente.
–¿Cuál es el rol de los intelectuales hoy en la Argentina?
–Muchos de nuestros intelectuales responden al lema “Animémonos y vayan”. No los de El renacer de la Argentina, que hacen propuestas concretas y realizables. Ellos, a diferencia del manido “No te metás”, han practicado el lema entrerriano: “Metete, hermano”. Y ahí están sus aportes. Cuando el ciempés le dijo al alacrán que le dolían mucho los pies, este le dijo: “Tenés que reducir el número de pies”. “¿Y eso cómo lo hago?”. “Ah, no sé. Yo soy un intelectual, no estoy en los procedimientos”. Todos somos potencialmente intelectuales, por nuestra condición humana. Yo aplicaría en la formación de los alumnos argentinos la práctica de la kinocefalia, ejercicio intelectual para todos, que consiste en mover programadamente la cabeza: girar la cabeza hacia atrás (de qué situación venimos), girarla alrededor (en qué contexto estamos insertos), mirar hacia abajo (dónde estamos parados), hacia el pecho (qué capacidad tenemos), hacia arriba (asistencia de Dios) y hacia adelante (hacia dónde vamos), poniéndose en movimiento para modificar la realidad a la luz de lo “entreleído y escogido en el seno de la realidad”, como sería un sentido etimológico de “intelectual”.
–Ha recuperado en sus investigaciones valiosas páginas olvidadas, una tarea que llama “rescate de náufragos”. ¿Somos descuidados con nuestra historia?
–Un buen lote de mis libros los destiné al rescate de páginas olvidadas y desconocidas, pero válidas, recogidas de revistas y diarios de la segunda mitad del XIX y primera del XX, en época en que no había microfilmes ni digitalizaciones de esas fuentes. Así, cuando muchacho: Escritos dispersos de Darío, que sumó 700 páginas a las Obras completas. Luego, los siete tomos de Lugones desconocido; el inédito número 46-47, dedicado a Güiraldes, de la revista Martin Fierro; el muy mentado y nunca visto Cancionero tabernario, de Juan Alfonso Carrizo; el primer Diccionario de argentinismos, de 1875; dos centenares de poemas de la época de la Independencia, y cientos de páginas de Banchs, Rafael Obligado, Arlt, Nalé Roxlo, Mansilla. Este es un dirty work, por eso no se practica.
–¿Es nostálgico en materia educativa? ¿Todo tiempo pasado fue mejor? ¿Cuál es su método de docencia?
–No. El mejor momento es el ahora. Cada día trae su afán pedagógico. Educar es llevar a un alumno desde sus aparentes limitaciones a su mayor despliegue de horizontes. Yo exijo, porque el limón apretado larga más jugo. El aumno entiende cuando se lo asiste con disciplina y proyecto para que crezca. Al alumno hay que alimentarlo con los grandes textos de la literatura y el pensamiento universal, los mitos ancestrales y no con papilla de bolo alimenticio.
UN INTELECTUAL CON GANAS DE HACER
PERFIL: Luis Pedro Barcia
■ Pedro Luis Barcia nació en Gualeguaychú, Entre Ríos, en junio de 1939.
■ Doctor en Letras por la Universidad de La Plata, lingüista, investigador universitario y profesor, fue presidente de la Academia Nacional de Educación y de la Academia Argentina de Letras.
■ Es miembro correspondiente de la Real Academia Española, de la Academia Norteamericana de la Lengua Española; de la de Letras del Uruguay y de la Dominicana de la Lengua.
■ Es autor de más de cincuenta títulos y doscientas monografías y artículos. Entre sus libros se cuentan Pedro Henríquez Ureña y la Argentina; Rubén Darío, entre el tango y el lunfardo y Lugones y el últraísmo. Acaba de editar El resurgir de la Argentina.