Pedro Álvarez de Miranda: “El lenguaje inclusivo es una cuestión política y no gramatical”
El director de la última edición del Diccionario de la lengua española sostiene que no hay que ser alarmista con la supuesta degradación del idioma y celebra la variedad que le da su gran comunidad de hablantes
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MADRID
Cuando envía un mensaje de WhatsApp, Pedro Álvarez de Miranda, filólogo, catedrático en la Universidad Autónoma de Madrid, miembro de la Real Academia Española (RAE) y quien fue director de la 23° edición del Diccionario de la lengua española no utiliza el signo de apertura de interrogación ni de exclamación. No es la ortografía, sino el principio de economía el que rige esta acción comunicativa. Álvarez de Miranda (Roma, 1953) lleva casi medio siglo de docencia en las aulas transmitiendo su pasión por la lengua, sus laberintos y recovecos, desmantelando prejuicios, sorprendiéndose con los neologismos y llevando a una comunicación diáfana aquello que pareciera ser un jeroglífico ininteligible. Enemigo de todo pensamiento apocalíptico o radical, el ex director de la Escuela de Lexicografía Hispánica destaca: “No hay policías en la lengua”.
Álvarez de Miranda viajará a Cádiz para integrar el IX Congreso Internacional de la Lengua Española (CILE) en marzo, cuyo lema para este encuentro es “Lengua española, mestizaje e interculturalidad”: “Hay que alegrarse de que somos 500 millones de hablantes, pero sin convertir eso en chovinismo o patrioterismo lingüístico”, afirma el autor de El género y la lengua, Los diccionarios del español moderno y Más que palabras. Asiduo columnista del suplemento La Lectura, del diario español El Mundo, y de Rinconete, del Instituto Cervantes, considera que “el lenguaje inclusivo es una cuestión política y no gramatical”.
Para Álvarez de Miranda, no hay que preocuparse por las actuales discusiones sobre el idioma. “Lo importante –dice– es saber adecuar el registro a la situación comunicativa. Cuando se inventaron los telegramas hubo voces alarmistas diciendo que iban a destrozar la lengua porque allí se utilizaba una sintaxis particular. ¡Y no pasó nada con la lengua!”.
–Este ecosistema tan complejo de redes sociales, con el vértigo de la información, los múltiples medios, la instantaneidad en la comunicación, ¿lleva a una degradación de la palabra?
–Como me dedico a la historia de la lengua tiendo a relativizarlo todo mucho y a no hacer profecías. Evidentemente, los medios de comunicación influyen en la lengua, pero son un vehículo, y lo que hacen es incrementar las posibilidades de comunicación. Se suele decir “¡Qué horror que los jóvenes están todo el día con el móvil mandando wasaps!”. A mí no me parece mal. Lo importante es que un joven sepa cambiar de registro y no escribir del mismo modo un wasap que un examen. Ahora hay muchas posibilidades tecnológicas. Cuando era estudiante y tomaba apuntes en mi cuaderno, utilizaba abreviaturas. En la Edad Media había abreviaturas porque los pergaminos eran muy caros. Lo importante es saber adecuar el registro a la situación comunicativa. Cuando se inventaron los telegramas hubo voces alarmistas diciendo que iban a destrozar la lengua porque allí se utilizaba una sintaxis particular. ¡Y no pasó nada con la lengua! Como tampoco pasó nada con la aparición de la televisión o con el móvil.
"Si prospera el lenguaje inclusivo, ocurrirá algo muy grave y es la quiebra de la unidad de la lengua española"
–No es en absoluto catastrófico, como se suele prejuzgar a los académicos o expertos en la lengua.
–Hay mucha tendencia a la lamentación, a las jeremiadas. En el fondo, en las actitudes derrotistas o catastrofistas hay miedo a lo nuevo. Utilizo a menudo la palabra misoneísmo, es decir, el miedo o el rechazo a lo nuevo. Lo importante es que nos podamos hacer entender. Incluso académicos ilustres te dicen en ocasiones: “¡Qué palabra más fea!”. No hay palabras feas, allá tú, Piensa si la necesitas para comunicarte.
–Regreso a la pregunta sobre el uso de la lengua en este vértigo y lógica actual del mundo. ¿Deteriora la calidad de las democracias? Quiero decir, se manipula, se hace un uso comunicativo de la palabra dedicado no a fines democráticos, para excluir y no para unir, por ejemplo.
–Siempre ha habido usos demagógicos de la palabra. Todo depende de la madurez democrática del país, que los ciudadanos se dejen seducir o engañar por el lenguaje de los políticos. Además, hay políticos que hablan mal, o que hacen ese uso que mencionas, pero también están los que hablan bien y lo mismo ocurre con los periodistas. No se puede generalizar.
García Márquez fue irresponsable cuando dijo que hay que jubilar la ortografía. Fue demagógico
–”Todo tiempo pasado fue mejor”, reza un pensamiento nostálgico. Usted ha ejercido la docencia durante casi medio siglo. ¿Qué ocurre con el lenguaje? ¿Se ha pauperizado su uso en estas últimas generaciones?
–No lo creo. Es el tópico que viene de las coplas de Manrique. Todas las generaciones tienden a pensar que el lenguaje se deteriora. Creo que lo que ocurre es que cambia. El latín del siglo V se rompió en pedazos, pero el español del siglo XIX no se rompió con las independencias americanas, porque estas sociedades eran muy distintas, y en este caso también estaban la prensa y la imprenta, medios muy precarios por entonces, pero que colaboraron a la unidad.
–¿Por qué se ha politizado tanto el tema del lenguaje inclusivo?
–Es que el lenguaje inclusivo es una cuestión política y no gramatical. Nada más nacer la utilización de la “e” para designar un género no marcado por el masculino plantea un problema y es que ya es polisémica. De una parte se utiliza como inclusiva de masculino y femenino (“les niñes”) y de otra es la marca de género para los no binarios. El masculino se cuela por todas partes. Cuando dices que en una novela policial hay que descubrir al asesino, no dices “al asesino o a la asesina”. ¿Y de eso no se protesta? ¿Por qué el asesino no va a ser una asesina?
–¿Y el, por ejemplo, “bienvenidas y bienvenidos”? ¿Cómo evalúa o interpreta esta duplicación?
–Me parece agotadora y no se puede mantener a lo largo de todo el discurso. Nadie le pregunta a otra persona: “¿Cuántos nietos o nietas tienes?”. Otra semisolución, diría, o no-solución, es la utilización de la @, pero esta sirve solo para la lengua escrita y el lenguaje es antes oral que escrito. Y ahora llegamos a la famosa “e”, de niñe, por ejemplo, que en tu país, la Argentina, ha cundido mucho. En la historia de la lengua no conozco caso de invención de un morfema, pero si prospera la “e” argentina me tendré que callar o reconocer que me equivoqué al decir que pienso que no va a prosperar.
"Desde las posturas feministas, el énfasis no debería estar puesto en la lengua"
–Entonces, ¿cuánto daña al lenguaje esta discusión?
–Si prospera el lenguaje inclusivo, ocurrirá algo muy grave y es la quiebra de la unidad de la lengua española. Además, en la expresión “lenguaje inclusivo” hay cierto equívoco, porque el término trata de evitar posturas sexistas, pero el adjetivo “inclusivo” a lo que mejor le cuadra es justamente al masculino. Desdramaticemos, por favor, no hagamos de esto un problema, porque si lo hacemos, el siguiente paso es reconocer que no tiene solución.
–¿Mejorará la igualdad de las mujeres en la sociedad o mermará la violencia de género o la intolerancia hacia minorías con la utilización del lenguaje inclusivo?
–Creo que no. Desde las posturas feministas, el énfasis no debería estar puesto en la lengua. Muchos de estos movimientos nacieron en el mundo anglosajón y en inglés apenas hay género gramatical (solo algunos pronombres y posesivos; pero, de hecho, no hay concordancia). El problema es cómo poner de acuerdo a quinientos millones de personas en que vamos a cambiar la lengua.
–¿Qué habría que hacer para que la lengua, en constante movimiento y cambio, continúe como un eficiente sistema de comunicación?
–Creo que las Academias no deberían tocar las ortografías, como los retoques que se hicieron en 2010. A muchos, y a mí, nos fastidia que si toda la vida llevábamos escribiendo guión con tilde, ¿por qué se la tenemos ahora que quitar? Pero si se ha quitado, y esa es la convención, lo acato. Mi postura es acatar rechistando, es decir, lo importante es acatar, porque no se puede jugar con fuego con la lengua. Lo bueno de la ortografía es que sea convencional, como lo es circular por la derecha o por la izquierda cuando conduces según donde estés. Es una convención, y como todas, no tiene porqués, pero sí tiene el valor de la universalidad y de la colectividad. Ir por libre en la ortografía es irresponsable. Gabriel García Márquez pronunció una famosa frase en el primer Congreso de la Lengua en Zacatecas [en 1997]: “Hay que jubilar la ortografía”. Eso fue un acto de demagogia y si se lo hubiera pensado dos veces, no lo hubiese dicho.
–El español es una de las lenguas más habladas del mundo, pero ¿qué significa eso realmente más allá de la cantidad de hablantes? ¿Significa que la cultura de España y América Latina es más visible?
–Procuro no ser demasiado triunfalista y no sacar pecho con datos demográficos o de demolingüística. Es un valor, pero se ha abusado un poco de la retórica panhispánica. Creo que el que te puedas entender con quinientos millones de personas es una suerte, y un orgullo. Una suerte poder leer sin traducir a Cortázar, a García Márquez o a Vargas Llosa.
–Menciona a Mario Vargas Llosa. ¿Trata con él? Se lo conoce como escritor, pero ¿cómo es como académico?
–Sí, sí, claro, los jueves, en la Academia [RAE], cuando está en España suele venir, lo veo. Es muy simpático, nada endiosado. Es peruano, pero también es muy español, y tiene la nacionalidad, por eso puede ser miembro de número. Ocurre con él algo muy interesante: ¿cómo etiquetamos en el Corpus Diacrónico del Español (Corde), por ejemplo, una palabra que utiliza Vargas Llosa en un artículo? ¿Es un peruanismo?
–Como erudito de la lengua y conocedor de la historia de la lengua. ¿Cuán nuevas son en realidad las palabras que ingresan en nuestro lenguaje cotidiano?
–El terreno del léxico es completamente distinto del terreno gramatical y del fonológico, que es el que cambia más lentamente. Estos dos últimos fenómenos duran siglos, la aspiración de la hache procedente de “f” latina, por ejemplo. Los proceso léxicos son más rápidos, pero ¿qué significa que nazca una palabra? Casi nunca lo sabemos, salvo en casos excepcionales, como el término “mileurista” [a partir de una famosa carta publicada en un periódico]. Cuando detectas una palabra nueva, ya ha nacido, y cómo le sigues la pista. En la mayoría de los casos, ocurre como el poema de Machado: “La primavera ha venido, nadie sabe cómo ha sido”. La lengua es una institución colectiva. Es de todos. Muchas veces las palabras nuevas son préstamos léxicos o semánticos de otras lenguas. Las lenguas, dicen los puristas, no se deben contaminar. ¡Por mí que se contaminen!
–Uno de los mitos del español es que es más complejo para aprender que otros idiomas, como el inglés. ¿Está de acuerdo?
–A mí no me lo parece. Toda lengua nueva es difícil, pero la ortografía del español y la correspondencia entre escritura y fonética en español es facilísima. La sintaxis del inglés es más sencilla que la del español, es cierto, pero la primera barrera de una lengua es la ortografía y la escritura y su correspondencia con la pronunciación. Esa barrera me parece más grave que la otra. El español es agradecido porque lo lees con facilidad, su fonética es muy nítida. Don Gregorio Salvador, un poco como provocación por vía de humor, decía que la lengua internacional de la aviación y de las torres de control con los pilotos, debería ser el español, que es más claro que el inglés. Son cinco vocales con sus cinco letras, y punto, cinco fonemas vocálicos. La diversificación dialectal de los árabes, por ejemplo, es muy complicada. No me gusta hacer triunfalismo, pero los hispanoahablantes nos entendemos y nos leemos sin problema.
–Es un experto en el léxico del siglo XVIII, pero también un ávido lector de todos los tiempos. ¿Cómo analiza la literatura española de este siglo? ¿Existe alguna particularidad o elemento que destaque?
–Leo bastante, pero ocurre que leo menos novela y más ensayo. Mis preferidos: Javier Marías, Luis Landero y Antonio Muñoz Molina. Los grandes. Me interesa la literatura autorreferencial. Sé que es una palabra un tanto pedante, porque no es lo mismo autorreferencial, que significa que hablas de ti, que autobiográfica. Al fin y al cabo está muy cerca de lo que se llamó originariamente el ensayo. Montaigne decía: “Yo mismo soy la materia de mis libros”. Me gustan los libros de memorias, los diarios, los libros de difícil clasificación genérica, pero que hablan de uno.
–¿Por qué utilizamos el voseo y no el tuteo en la Argentina?
–Los porqués son siempre las preguntas más difíciles. Me conformo con el cómo y el cuándo. El vos era un tratamiento de familiaridad también en español antiguo. ¿Por qué en unas zonas hay seseo y en otras no? Las teorías que han intentado encontrar estas causas, han sido bastantes veces peregrinas.
–”Los límites de mi lenguaje significan los límites de mi mundo”, dice Ludwig Wittgenstein. ¿Cómo podemos expandir esas fronteras?
–Leer, viajar, si se puede, porque a veces no lo permiten las condiciones económicas. Hoy todo es positivo para la lengua y hay muchas posibilidades. Lo que sí debemos hacer es desterrar cualquier tentación localista y nacionalista. Alegrarse de que somos 500 millones de hablantes, pero sin hacer con ello chovinismo o patrioterismo lingüístico. Y, por supuesto, aprovechar las facilidades que nos da la Red.
UNA VIDA DEDICADA A LAS PALABRAS
PERFIL: Pedro Álvarez de Miranda
Perfil Pedro Álvarez de Miranda nació en Roma, en 1953. Es filólogo y se especializa en lexicografía histórica, sobre todo en el siglo XVIII, y en historia de la lengua española.
Catedrático en la Universidad Autónoma de Madrid, durante más de una década perteneció al seminario de Lexicografía de la Real Academia Española, desde donde dirigió la última versión del Diccionario de la lengua española (2001).
Fue elegido miembro de la misma academia en 2010, donde tiene entre sus colegas, además de a otros filólogos e historiadores de la literatura, a escritores como Mario Vargas Llosa, Arturo Pérez Reverte, Antonio Muñoz y Carme Riera.
Es autor de los libros El género y la lengua, Los diccionarios del español moderno y Más que palabras. También escribe en el diario El Mundo, de Madrid, y en la revista del Instituto Cervantes.