Paula Perez Alonso, entre la escritura de ficción y el mundo editorial
Experimentada editora, la autora del reciente “El Metropole” reflexiona sobre la actualidad del paisaje de la edición y la forma liberada en que crean los jóvenes
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Aunque es editora de libros de no ficción desde finales de la década de 1990 en el Grupo Planeta (con un intervalo de cuatro años en El Ateneo) y una escritora reconocida desde el comienzo (su primera novela, No sé si casarme o comprarme un perro, de 1995, fue un best seller), Paula Perez Alonso (Buenos Aires, 1958) se asemeja a algunos de los personajes elusivos de El Metropole (Tusquets), su primer libro de cuentos que, en cierto sentido, parece incluir dos libros. Algunos relatos son más clásicos, como el de la niña que descubre que su madre es una bruja (“Lo inconfesable”) o el del niño déspota que martiriza a padres y vecinos (“El suicida”), y que pueden inscribirse en la rica tradición de la literatura rioplatense; otros, en cambio, resultan especulativos y enigmáticos.
Muchos de los cuentos habían sido “testeados” en el suplemento Verano 12 del diario Página 12. “Funcionó como un motor –dice la autora–. Son cuentos escritos a lo largo de doce años; varios quedaron afuera, porque siempre estoy escribiendo cuentos. El tema de la curaduría fue ir cortando”.
Es posible hallar una clave de lectura del conjunto en el cuento que da título al volumen, que hace referencia a un hotel donde el mayor acto creativo de los pasajeros en tránsito consiste en “desprenderse de uno mismo para ser otro”. “Es un libro con cuentos que tienen en común mundos cerrados sobre sí mismos, con personajes solitarios cuyo cruce con el mundo exterior los define o los obliga a determinarse –plantea–. Uno puede vivir en la soledad, cómodo, sin rispideces, sin necesidad de una identidad, pero hay un momento en el que se sale al mundo”.
En El Metropole, entonces, se narran los riesgos, las amenazas y los desafíos que conllevan el encuentro con los otros y el “choque” con el exterior, cualquiera sea la frontera que se atraviesa. “Podría decirse que son cuentos que muestran mundos de equilibrios inestables, como son todos los equilibrios, en los que lo sensorial y perceptivo viene antes que lo racional y el saber”, señala la autora, para quien la escritura, en muchas ocasiones, “predice” los hechos. “Lo escribo, lo imagino, lo cuento y después lo conozco. Uno no sabe bien qué está escribiendo y avanza en el desconocimiento. Es muy divertido. Eso que llega después viene como algo que yo no sabía y es tan material y potente como lo real. Me pasó con Kaidú”. Con esa novela de 2021,Perez Alonso ganó el Premio Nacional de Novela Sara Gallardo en 2022.
La autora reconoce “influencias involuntarias” de Silvina Ocampo, Sara Gallardo, Italo Calvino, los tres “con el ojo relativo y crítico de los que no se consideran el centro del universo”, señala.
Para Perez Alonso, que en 2023 fue jurado junto con Alan Pauls, Héctor Guyot y Romina Paula del Premio Estímulo a la Escritura “Todos los tiempos el tiempo”, para jóvenes de 20 a 40 años, las nuevas generaciones escriben de manera diferente.
“Hay una generación de menos de cuarenta años más liberada de los que fueron o son nuestros modelos de escritores, los jóvenes están más liberados del purismo –sostiene–. Ninguno de ellos quiere escribir como Saer y Onetti ni como dictan algunos ‘comisarios de la cultura’. Están mucho más influidos por César Aira, que dijo hace poco a la TV sueca que su escritura imita el caminar de un niño. Y Aira es un clásico ya”.
Otro factor determinante para esta “liberación” de voces es la mayor posibilidad de publicar que tienen los escritores jóvenes en la actualidad.
“Ahora se publica tanto que nadie está esperando los libros de nadie; por lo tanto, se escribe con más libertad –remarca la escritora y editora–. Eso también condiciona el modo de leer: se lee más interrumpido, con varias cosas al mismo tiempo. Y cada vez hay menos personas que se sienten obligadas a terminar un libro. Parece que siempre hay algo más interesante que te está esperando”.
–Al cambiar los modos de leer, ¿cambiaron los modos de editar?
–Los grandes grupos editoriales necesitan ventas y no se los puede criticar ni atacar por eso; buscan ampliar el mundo lector, no perder lectores, sino sumar a esas personas que nunca leyeron un libro. Esos lectores buscan novelas de grandes personajes, con tramas sólidas. Las editoriales medianas y chicas pueden darse el gusto de ser más modernas, incluir a escritores que toman riesgos, que tratan de no acatar la norma, de buscar algo diferente con una voz propia. Luego las más grandes los captan. Son lógicas que conviven, funcionan. Se puede publicar a un autor que tiene éxito, como pasó con Dolores Reyes en Sigilo, y dejar que se vaya a otra editorial: ese movimiento es saludable.
–¿Cómo conviven en vos la escritora y la editora?
–Me tengo que desdoblar con mucho esfuerzo. Al principio, todo el tiempo tenía palabras de otros en mi cabeza, que después logré separar. Con el tiempo, lográs leer sin involucrarte. Es el trabajo del camaleón. Para ser editor tenés que tener cierto deseo de invisibilidad, porque si querés protagonizar vas a tratar de imponerte ante el escritor o frustrarse porque no tomó lo que proponías. La verdad es que mi corazón está en la ficción, pero como edito a escritores con mucha experiencia mi intervención es mínima, de registro, de palabras, de la importancia del comienzo. Con los escritores de no ficción, como casi siempre son periodistas, sobresalen los que son buenos lectores, como Tato Young. Hugo Alconada Mon se convirtió en un escritor de ficción y en su segunda novela se nota cuánta buena ficción ha leído porque está suelto y escribe con un oído muy fino para las voces, se nota cómo disfruta de escribir.
–¿El ámbito literario va a salir indemne del contexto político actual?
–No hay concursos, el Sara Gallardo de Novela y el Storni de Poesía ya fueron. Lindísimos premios, una tristeza enorme que no se hayan convocado. Los premios son algo importantísimo para descubrir voces, porque los escritores escriben en condiciones de trabajo pésimas, todos robándole horas de trabajo. Lo mismo en todas las artes. Es una locura que la literatura y el arte no sean percibidos como algo vital para un país. Pero confío en que sea algo transitorio.
–¿Leés poesía cuando escribís narrativa?
–Sí, me parece importantísimo. Cuando un escritor dice que no lee poesía, me sorprendo. La composición de algo musical siempre incide en lo que uno escribe, y eso en la poesía es clave.
–¿Las escrituras de la intimidad te interesan?
–Me interesan muchísimo los diarios de escritores y artistas; en pandemia era lo que más me gustaba leer. Son textos más livianos que muestran mucho. Es un género fantástico si no está escrito por alguien que no puede escribir en otra cosa que no sea la primera persona. Si lo único que podés escribir es acerca de vos mismo, se podrá hacer un libro, pero después se agota. Es un buen ejercicio, pero la literatura está plagada de autoficción desde Stendhal; hoy, me gustan más sus diarios y crónicas de viajero que sus novelas.
–¿Por qué le dedicaste el libro a Rodolfo Rabanal?
–Es un escritor que admiro y al que extraño muchísimo. Tremendo interlocutor, alguien que no se concedía nada, alguien que si no tenía nada que le pareciera interesante o vivo no publicaba. Aunque era de una generación donde primaba el machismo, él nunca lo fue naturalmente, sin necesitar “deconstruirse”. Era de una delicadeza interior única, la inteligencia y la sensibilidad para el bien siempre. Comentar con él las lecturas de John Ashbery y Osip Mandelstam era una gloria. Fanático de la Ilíada, charlábamos sobre Homero con Ramón, mi pareja, y Cristina, su mujer, hasta la madrugada con una dicha enorme.