Paul Theroux. La pandemia no detiene a uno de los grandes cronistas de viaje
A los 80, el autor de La costa de los mosquitos publica una nueva novela y estrena una serie basada en su libro más celebre; además, planea más viajes por el mundo
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Durante cinco días, el famoso escritor de viajes norteamericano Paul Theroux cenó huevos duros, algunas legumbres hechas al microondas y vino. Un día antes de la fiesta de Acción de Gracias, se había lanzado a atravesar el país en un Jepp Compass alquilado, desde su hogar en Cape Cod, Massachusetts, hasta Los Ángeles, para entregar cajas con sus papeles y escritos a los archivos de la Biblioteca Huntington, y después volar a Hawai, donde tiene su otro hogar.
Theroux dice que en su recorrido observó un paisaje casi desolado debido a la pandemia, desde los moteles totalmente vacíos en Sallisaw, Oklahoma, y en Tucumcari, Nuevo México, donde se detuvo a pernoctar, hasta el parador de descanso en Tennessee, donde comió en soledad su cena de Acción de Gracias, o la hamburguesería al paso en Kingman, Arizona, en su último día en la ruta. Cada noche, como acostumbra a hacerlo, escribía a mano todo lo que había visto.
“Fue como un paneo de Estados Unidos”, dice Theroux en una videoentrevista desde la costa norte de la isla de Oahu, donde vive alternadamente desde hace más de treinta años.
Theroux cumple 80 años este mes. Para toda una generación de mochileros que ya peinan canas, sus relatos en edición de bolsillo sobre sus viajes por China, África y Sudamérica fueron una invitación a la aventura, biblias de inspiración debajo de más de un mosquitero. En los próximos días aparecerá en Estados Unidos un nuevo libro suyo, Under the Wave at Waimea, publicado por editorial Houghton Mifflin. Por otro lado, su libro más conocido –y su favorito–, La costa de los mosquitos, ha sido adaptado para una serie de televisión producida por Apple TV –y protagonizada por su sobrino, Justin Theroux– que también se estrena este mes.
Aunque parezca un buen momento para hacer un balance de su intrépida vida y de una producción literaria casi al límite de lo posible, Theroux no considera ni remotamente que “ya está hecho”. Antes del embate del Covid-19, tenía planes de ir a África Central, y ahora está abocado a la escritura de otra novela y a terminar una nueva colección de relatos. Ni él mismo parece capaz de hacer un seguimiento de la cantidad de libros que ha escrito: “Serán cincuenta y pico”, dice. (Son exactamente 56.)
Los relatos de viajes son su firma y marca distintiva, un género al que se aferró casi por desesperación a principios de la década de 1970, cuando era un joven novelista con unos libros en su haber y sintió que se había quedado sin ideas. Decidió entonces recorrer parte del mundo en tren, partiendo de Londres, donde vivía, pasando por Medio Oriente hasta llegar al sudeste asiático, para regresar luego a casa en el Transiberiano. El relato que surgió de ese viaje extenuante, El gran bazar del ferrocarril, vendió más de un millón y medio de ejemplares e inspiró bibliotecas enteras de libros concebidos de manera similar.
Solo en la última década, Theroux ha escrito sobre un viaje solitario en auto por México (siempre viaja solo) en On the Plain of Snakes (2019); sobre una exploración de algunas de las regiones más pobres de su propio país en Deep South (2015); y sobre un viaje a África en El último tren a la zona verde: Mi safari africano definitivo (2013), en el que relata su regreso a las regiones que conoció como voluntario de los Cuerpos de Paz en la década de 1960.
El género que cultiva Theroux –el forastero que llega y hace una evaluación de lo extranjero– ha ido perdiendo terreno en estos años frente a crónicas de viaje como Comer, rezar, amar, de Elizabeth Gilbert, que describe no solo lugares y personas, sino también el viaje interior del narrador. Desde su escritorio cubierto de objetos traídos de sus viajes –budas diminutos, una calavera de mono con inscripciones que le regalaron en Bali, armas polinesias de madera–, Theroux defiende su propio enfoque de los relatos de viajes.
Encuentro con lo distinto
“Hoy es más necesario que nunca encontrar la experiencia empática de conocer a otra persona, de estar en otra cultura, de olerla, de sufrirla, de soportar las penurias y los incordios de viajar: todas eso tiene importancia”, dice Theroux. Y cita a quien fue su amigo, mentor y némesis en varios momentos de su carrera de escritor, el ganador del Premio Nobel de Literatura, V.S. Naipul: “Creo que el presente, medido adecuadamente, predice el futuro”, dice el escritor.
“No hace falta ser adivino”, dice. “Basta con escribir lo que uno ve, lo que uno escucha, lo que uno siente, y al hacerlo uno se convierte en profeta”. Pero no hay mucha sed de profetas en estos días, y menos de los que abren juicios sobre otras culturas. Theroux parece ser consciente de eso o al menos entiende que su forma de escribir sobre el mundo se está desvaneciendo.
Su nuevo libro, una novela, cuenta la historia de Joe Sharkey, un surfista de Hawai que está empezando a envejecer y que se parece a varios personajes que Theroux ha conocido en las playas cercanas a su casa. A Sharkey le duele ver que lo superan surfistas más jóvenes, que además tienen poderosos patrocinadores. Para él, el surf era una forma de vida, una existencia centrada en cabalgar las olas, un noviazgo con el océano.
Theroux ve el surf como una metáfora de su propia vida. Lo único que siempre quiso fue poder escribir sin interrupciones, sin la distracción de la alarma de un auto que se dispara frente a su casa o de las facturas que trae el cartero, sin la necesidad de hacer nada por dinero que no sea sentarse día tras día en su escritorio. Y en más de un sentido, lo logró. Pero al igual que el surfista cuyo mejor momento ya pasó, Theroux no es inmune a sentirse olvidado, a la sensación de que el mundo ya no quiere la pura alegría de las olas. Y entonces aparece el temor a ser pasado por alto, a no ser leído.
“Alguna vez fui un joven exitoso, alguna vez fui un inconformista”, dice Theroux. “Y cualquiera que alguna vez haya sido un joven inconformista, tarde o temprano envejecerá, y con los años verá los cambios. Todos los escritores lo sentimos. Por más que algunos lo nieguen, todos lo sienten”.
Pero el incasable viajero y escritor también ve ventajas en el paso de los años, como el surfista mayor, cuya menor resistencia física lo obliga a buscar formas nuevas y más inteligentes de cabalgar las olas; al fin y al cabo, señala Theroux, el récord de surfear la ola más grande lo tiene Garrett McNamara, y cuando lo logró tenía más de 40 años. Theroux también cree que viajar como octogenario seguramente tendrá sus ventajas. En algunas culturas, las personas mayores son invisibles, algo que en determinadas circunstancias puede resultar muy provechoso, dice el escritor.
En otros lugares que ha visitado, los ancianos son tratados con sumo respeto. “O saltan de su asiento y te lo ofrecen de inmediato, o simplemente te ignoran”, dice Theroux.
–¿A dónde le gustaría viajar?
–Hay muchos lugares a los que me gustaría ir –dice–. Y hay muchos lugares en los que nunca he estado y que tampoco tengo el menor deseo de visitar, como Escandinavia.
Lo que más lo atrae es la idea de regresar a aquellos sitios donde ya estuvo, y señala que es muy valioso volver a un país que uno visitó cuando era joven. Primero, porque es como un marcador del tiempo en la propia vida, pero también porque es una especie de indicador de los cambios de la sociedad.
“Eso permite observar la dirección que va tomando el mundo”, dice Theroux. “¿Qué va a pasar con el mundo? Y entonces uno descubre que es posible arriesgar una respuesta a ese interrogante volviendo a visitar lugares que ya conoce bien. Entre los lugares a los que me gustaría regresar están Inglaterra, Malawi, China, la India. Es fascinante. Así que cuando me preguntan cuál es el viaje que más deseo hacer, yo digo: me gusta volver a lugares que conocí”.
Traducción: Jaime Arrambide