Pablo Gerchunoff: “Tenemos un presidente débil elegido por una vicepresidenta débil”
Según el historiador, Alberto Fernández encabeza un gobierno desorientado y sin plata para hacer populismo, que ante el fracaso de lo viejo no es capaz de construir lo nuevo; por eso, afirma, se lo ve paralizado
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Pablo Gerchunoff se dispone a una larga conversación. A lo largo de su historia personal, ha cambiado de piel varias veces: periodista en los años 60, luego economista, historiador económico, funcionario en dos momentos críticos de la Argentina (primero, durante la recuperación democrática con Alfonsín; luego, en la agonía de la Convertibilidad en tiempos de la Alianza). Gerchunoff además es autor libros clásicos sobre historia de la política económica. A eso se dedica especialmente, a analizar el proceso decisorio que empuja a los líderes a tomar una dirección y no otra.
La excusa para este encuentro es la reciente publicación de La moneda en el aire (Siglo Veintiuno), coescrito junto al historiador Roy Hora y en el que Gerchunoff recorre su biografía personal, los laberintos de la historia y el azaroso devenir de la Argentina, que trajo al país hasta aquí: “Una sociedad archipiélago y fragmentada”, con nuevos actores sociales que protagonizan un empate de fuerzas y un gobierno “sin rumbo, paralizado y desorientado”, atrapado en el anacronismo y liderado por “un presidente débil, sin votos, elegido por una vicepresidente débil”.
En la historia argentina, recuerda, hay casos de presidentes débiles elegidos por expresidentes fuertes, pero “no hay ninguno en que ese presidente débil haya sido elegido por un líder débil”.
Profesor emérito de la Universidad Torcuato di Tella, Gerchunoff sostiene que desde la década de 1970 la Argentina carece de un acuerdo sobre el rumbo económico que se traduce en los reiterados fracasos protagonizados por distintas fuerzas políticas. Y esto conduce al país a tener “ciclos de ilusión cada vez más cortos y más traumáticos en su salida y ciclos de desencanto cada vez más prolongados”.
Dirá también, no sin ironía, que desde Martínez de Hoz en adelante, el tipo de cambio bajo es parte de la ampliación de derechos en la Argentina. “La plata dulce, esto es el dólar barato, no es patrimonio de los gobiernos nacional-populares. Plata dulce fue Perón, fue Menem, fue Videla y fue Macri. La plata dulce es el único consenso en la Argentina”, afirma.
A la hora de definirse, se piensa como un liberal de izquierda: cree en la justicia social y en la ampliación de derechos pero, a diferencia de la irresponsabilidad populista, acepta las restricciones presupuestarias.
De cada experiencia, confiesa, aprende y atesora. Por eso describe su fugaz paso por el periodismo como un momento de enorme felicidad que le legó una valiosa caja de herramientas: escribir rápido, escribir con ruido a su alrededor y tener menos miedo a la página en blanco. “Con el tiempo me volví cada vez más maniático y aunque escribo rápido, necesito corregir mucho”.
Su paso por la función pública en épocas de grandes turbulencias también dejó marcas y le enseñó a ser más empático con las experiencias ajenas. “Mordí la manzana de la compresión. Pasar por la gestión mata la soberbia y te vuelve más comprensivo y más compasivo”, sostiene, y desde lugar intentar echar luz a cada etapa de la Argentina.
–Usted dice que un error frecuente en economía es “confundir coyuntura con tendencia”. Sin embargo, hace décadas que la Argentina parece discutir los mismos temas: inflación, deuda, ausencia de una política económica sustentable. Entonces, ¿cómo diferenciar coyuntura del largo aliento?
–No se puede en el momento. La coyuntura es muy traidora porque, en términos futbolísticos, uno se puede comer el amague de que la coyuntura es el largo plazo. A mí me pasó. Hay dos momentos que parecieron ser largo plazo. Uno es Menem-Cavallo y el otro, paradójicamente, porque no les va a gustar encontrarse juntos, es Néstor-Cristina. En el momento en que se estaba viviendo cada uno de estos procesos estaba la percepción de que habíamos construido un nuevo régimen económico. Yo trabajo muy atento a no comerme el amague de la coyuntura y ahí la palabra clave es reactivación.
"Estamos discutiendo lo mismo desde 1975. El único consenso en la Argentina es la plata dulce"
–Se refiere a la ilusión de la recuperación definitiva y el despegue.
–Así es. Las reactivaciones son maravillosas políticamente porque le brindan a la sociedad la magia de que algo que estaba mal de pronto se empieza a recuperar. Por ejemplo, la recuperación pos-crisis de 1890, de Pellegrini en adelante, es asombrosa. Pero vamos con el ejemplo que a mí más me impresiona de los últimos tiempos: la recuperación económica 2009-2011 en la Argentina y la construcción política de Cristina. Yo diría que Cristina es una lideresa de la magnitud que es por la marca que dejó 2009-2011: una reactivación notable en medio de la épica de la viudez y las fiestas del Bicentenario. Empieza a generar iniciativas nuevas que son comparables con el 46-48, porque las dos son experiencias cortas. Perón construye su figura como el caudillo de la justicia social en dos años y medio; y después es un valle de lágrimas. Y Cristina se construye como personalidad política en dos años y medio. Perón sacó 60% y ella 54%, pero 54% es lo más alto que se llegó a sacar en un régimen democrático en la Argentina, quizás empatada con Yrigoyen.
–¿Por qué cree que el kirchnerismo desaprovechó ese momento económico favorable para capitalizar el país?
–Creo que tanto Néstor como Cristina vivieron bajo la amenaza de una reedición del 2001. Tenían el aliento en la nuca del 2001. Y ellos llegan al gobierno con una minoría de votos: Néstor sale segundo y la primera elección de Cristina, en la que saca apenas algo más del 45%, es una elección mala para la familia peronista. Eso cambia en 2011 cuando Cristina logra una elección de nivel peronista. Y la logra porque a la luz del 2001 ella creía que debía tener un componente de desmesura, con salarios aumentando un 80% en dólares. Es un caso de primacía de la política en la política económica: el corto plazo domina sobre cualquier visión de largo plazo.
–¿No siente, como economista, que hay inercias que se instalaron por décadas y la Argentina sigue discutiendo los mismos temas?
–Absolutamente. Diría que estamos discutiendo lo mismo al menos desde 1975 en adelante: gobierne la “derecha”, la “izquierda”, los “liberales”, los “populistas”, hay una cadencia, un ritmo. Primero fue la dictadura “modernizante”, luego fue Alfonsín en medio de la crisis de la deuda y cuando se digiere la crisis de la deuda viene otro experimento modernizante que, a la vez, fracasa, y fracasa en la misma clave que un gobierno nacional-popular. La plata dulce, esto es dólar barato, no es patrimonio de los gobiernos nacional-populares. Plata dulce fue Perón, fue Menem, fue Videla y fue Macri, que terminó por su exceso de confianza en la plata dulce, si se quiere, y también por la crisis de mayo del 2018. ¿No será que hay una presión de la sociedad que va más allá de la clase trabajadora? Porque desde que Martínez de Hoz le abrió el turismo externo a las clases medias, el tipo de cambio bajo es un deseo nacional.
–Comienza a ser considerado un derecho adquirido.
–Exacto, el tipo de cambio bajo es uno más dentro de la larga saga de la ampliación de derechos en la Argentina. El único consenso en la Argentina es la plata dulce. Entonces el país tiene ese corsi e ricorsi donde siempre hablamos de lo mismo. ¿Cuál es el argumento para explicar eso? Que los gobiernos son malos. Esa explicación me parece superficial y entonces recurro a una conjetura: el aliento en la nuca. La repetición da a pensar que tanto los gobiernos son malos como que la Argentina es un país rebelde y demandante.
-A esta altura quizás sea conveniente preguntarse no por qué Argentina no fue Australia, sino por qué la Argentina no pudo ser la mejor versión de sí misma y no pudo sostener mínimamente el potencial que alguna vez tuvo.
-Hace poco alguien me dijo una cosa muy parecida a la que me estás diciendo vos. Recordando el título de ese libro, ¿Por qué Argentina no fue Australia?, me dijo: “¿Y no será que la pregunta correcta es por qué Argentina no fue Argentina?”. Cuando yo escribí ese libro tenía alguna esperanza hirschmaniana. Esperanza en un sentido que no es optimismo: la posibilidad de encontrar una diagonal para salir del corsi e ricorsi. Hasta 2008 todo el tiempo escribí sobre Néstor y Cristina en clave de que quizás es un peronismo que nos está sacando del problema. Me equivoqué rotundamente.
"El presidente argentino más condicionado fue Alfonsín. Combina crisis de la deuda con democracia naciente"
-De hecho, en este libro usted es muy crítico de todos los años del kirchnerismo.
Sí, pero en ese momento, con Lucas (Llach) escribimos un librito que se llama Entre la equidad y el crecimiento en donde nosotros terminamos diciendo “quizás se haya acabado la larga agonía de la Argentina peronista”. En ese momento creíamos que había una oportunidad y muchos también lo pensaban. A veces hay decisiones de coyuntura que importan mucho. Precisamente por el 2001, Néstor hace lo que no hizo Lula. Lula aceptó finalmente la estabilidad de precios como algo que heredaba de Fernando Henrique (Cardoso), algo que tenía que preservar y resguardar. El peor pecado de Néstor Kirchner es haber tirado al bebe con el agua sucia de la bañera. Había cosas que arreglar, pero él no se compromete con la estabilidad de precios, que se mantiene asombrosamente después del primer golpe inflacionario post 2002. En 2004-2005 la inflación es muy baja en Argentina y el crecimiento es muy alto. No hacía falta revivir a la inflación.
-¿Cuán importante es que un líder político sepa de historia económica?
-Yo creo que lo importante en un líder político es que tenga perspectiva, que tenga visión. ¿Cuánto sabía de historia económica alguien que se construyó una visión como Menem? Menem leyó a Sócrates, quizás eso le dio una visión (risas). Pero no leía nada, no le importaba nada. Mientras le hablaban sus tecnócratas, él formaba el equipo de River para el domingo siguiente. Él se dio cuenta del clima de época y dijo “vamos para ahí”.
-Ser un buen lector de la época es una cualidad formidable.
-Exactamente. Pero me parece que fue una enorme intuición más que el producto de una vida libresca. Y habiéndole ganado en las elecciones internas al establishment justicialista de la provincia de Buenos Aires se sentía libre para tomar el rumbo que quisiera. Y tomó un rumbo que el peronismo sigue discutiendo si tiene que mandarlo al ostracismo o recuperarlo y ponerlo en el centro de la escena. No sabemos todavía qué piensa de verdad el peronismo sobre Menem. Hechos malditos de la historia tenemos muchos.
–Todos los presidentes, en mayor o menor medida, han sido gobernados por las restricciones internas y externas. ¿Por qué en la Argentina esto parece ser tan dramático? ¿Cuál diría que fue el presidente más condicionado?
–El más condicionado fue Alfonsín. Combina crisis de la deuda con democracia naciente, siendo un hombre con intuiciones socialdemócratas. Eso es explosivo. Y así vivió Alfonsín su gobierno, atrapado en ese conflicto.
–¿Y los condicionamientos que tuvo De la Rúa con la Convertibilidad?
–Quizás fuera tan tremendo o más que los condicionamientos de Alfonsín. Durante mi estadía en el gobierno de De la Rúa tuve una mirada muy escéptica sobre la salida de la Convertibilidad, por eso en el libro digo que hacíamos un poco de política económica y después rezábamos. Era muy difícil salir de la Convertibilidad.
–En el libro usted retoma una frase de Gramsci que dice que “la Historia deja lecciones pero no tiene alumnos”. ¿Qué lecciones dejó aquí?
–Desde el 74 para aquí, hay algo que se parece al viejo empate hegemónico, pero adentro de la globalización financiera. Lo que ocurre ahora es algo parecido a un empate de fuerzas que no se constituyen del mismo modo que en el pasado. Ahora tenemos una sociedad archipiélago, fracturada y fragmentada, a la que el término “sociedad heterogénea” le ha quedado muy chico, con actores sociales de ese empate completamente distintos. Me refiero al 40% de la fuerza de trabajo argentina y la voz y la visibilidad que tienen los sectores marginales. Se atreven a pedir obras sociales y participación en la CGT. O sea, marginación en la vida económica y participación intensa en la vida política. Y eso no se parece a lo que pasa en ningún otro país que yo conozca.
–Quizá sea un nuevo aliento en la nuca, diferente al de las clases medias.
–Sí, absolutamente. El producto de 2001 no terminó en 2002. Es un proceso permanente y volátil, a veces crece la marginalidad, a veces baja, pero su tendencia es a la alza.
"No me atrevo a definir qué va a ser este Presidente cuando lo miremos con distancia histórica. Hoy casi que no tengo nada para decir de él, salvo padecimientos y desorientación."
–¿Cómo describiría el liderazgo del actual presidente?
–Esta nueva versión del peronismo es muy curiosa y muy llamativa para mí. Es un Presidente débil, sin votos, elegido por una vicepresidente débil que no tiene los votos suficientes. Hay ahí una doble debilidad. Presidentes débiles hubo muchos, pero fueron elegidos por expresidentes fuertes: Alvear fue elegido por Yrigoyen. Alvear era débil pero después se las supo arreglar para ser bastante fuerte. Juárez Celman con Roca, otro ejemplo. Otros nunca dejaron de ser débiles y algunos fueron débiles por apenas 40 días, como Cámpora. No hay ningún caso en que ese presidente débil haya sido elegido por un líder débil en proceso de debilitamiento. La pandemia puso a Alberto Fernández al comando del Gobierno y tuvo una oportunidad de ser presidente. Me parece que su gobierno, solo en parte por la pandemia, está en medio de la tiniebla. Por eso no me atrevo a definir qué va a ser este Presidente cuando lo miremos con distancia histórica. Hoy casi que no tengo nada para decir de él, salvo padecimientos y desorientación.
–La Argentina tuvo históricamente problemas de productividad, de competitividad, debilidad para afrontar los contextos externos. ¿Por qué para el kirchnerismo exportar es mala palabra?
–El peronismo nació como un movimiento nacional-popular-mercadointernista. ¿Cuál es el segundo líder peronista en importancia cronológicamente después de Perón? Menem. Y Menem es la apertura indiscriminada; es el “vamos por todo” en la apertura económica. Por el fracaso de la Convertibilidad, Menem pasó a ser el hecho maldito del país peronista. La palabra que yo uso para calificar al kirchnerismo es anacronismo. Es un retorno al viejo peronismo de los 40 y los 50, cuando la palabra exportación tenía poco sentido porque teníamos muy poco acceso a los mercados; pero es un anacronismo absoluto durante el kirchnerismo, en donde se habían abierto oportunidades de exportar y comerciar.
-¿Pero usted no cree que esto no se advierte?
-El núcleo central de las ideas del kirchnerismo sigue siendo refractaria a la apertura de la Argentina al mundo pero tengo la impresión de que en el Gobierno hay algunos que se están dando cuenta de que con las viejas recetas del viejo peronismo no va más. El problema es que no saben cómo hacerlo. El Gobierno necesita abrirse para competir y aumentar la productividad. Necesita dólares para poder importar bienes de capitales modernos y poder sostener el consumo de los sectores populares y medios. Y mejor no endeudarse en este país. No porque nunca haya que endeudarse pero cada vez que la Argentina ingresó al mercado de capitales, terminó con crisis de deuda. Pasó con la dictadura, con Menem y con Macri. A mí no se me ocurre rechazar la conexión a los mercados financieros porque, en definitiva, lo que va a limitar lo que le pidamos va a ser nuestra propia responsabilidad colectiva. Crisis por esto tuvieron los gobiernos de derecha, los gobiernos de izquierda, los gobiernos modernizantes y los gobiernos anacrónicos. Eso es lo que te decía antes: tipo de cambio bajo, plata dulce: el único consenso en la Argentina es la plata dulce.
–¿Ve un rumbo en este gobierno?
–No veo un rumbo. Es un gobierno desorientado que intuye el fracaso de lo viejo pero no puede construir lo nuevo. Por eso es un gobierno paralizado. No tiene plata para hacer sesgo nacional-popular mercadointernista y se da cuenta que tiene que hacer algo distinto pero llega a la puerta y no se atreve a pasar. Creo que en el Presidente hay desorientación. Es un problema muy difícil de resolver, entre otras cosas, porque si él quisiera resolverlo con una coalición amplia que la sacara del pantano, volvemos a un punto: él es muy débil.
–Hemos hablado de distintos presidentes. ¿Qué diría de Macri?
–Calificar a Macri de neoliberal me parece un error. Creo que hoy tiene una postura de buscar su lugar en el mundo, una postura más cercana a las derechas tradicionales europeas. Macri era un desarrollista y tenía una ilusión extraordinaria: mantener el consumo y los niveles de salario de Cristina agregándole inversión a la Frondizi. Y esa combinación es explosiva. No solo tenía que tener la confianza que él despertaba en los mercados financieros internacionales sino que nada le arruinara el estofado en el medio. Y la verdad es que no sé si la crisis de 2018 era inexorable. Que la Reserva Federal subiera la tasa de interés en Estados Unidos cuatro veces en un año podía no haber ocurrido. Y lo mismo con una de las sequías más importantes de la historia argentina. Tuvo noticias externas desfavorables que le desacomodaron el partido riesgoso que él estaba jugando. Todavía estamos demasiado cerca de los acontecimientos. Igualmente, Juntos por el Cambio va a tener problemas si no construye una identidad que vaya más allá de denunciar los peligros del kirchnerismo, problemas que ya tuvo por décadas el arco no peronista.
–Usted se considera un liberal de izquierda. ¿Por qué dice que “el populismo es el primo irresponsable del liberalismo de izquierda, incluso de la vieja socialdemocracia”?
–¿Por qué uso yo liberal de izquierda? Porque creo que la vieja socialdemocracia se acabó con la caída del socialismo real y los propios líderes en ese momento de la socialdemocracia europea se convirtieron en liberales, en liberales centroizquierdistas, de centro, un poco más a la derecha. La idea del liberalismo de izquierda es liberal con ampliación de derechos y ampliación de derechos entrando en conflicto y en un dilema permanente con la disciplina económica. ¿Por qué entra en conflicto con el populismo? Porque el populismo no tiene límites. Solo acepta las restricciones presupuestarias, que un liberal de izquierda acepta sin dudarlo, cuando está contra la pared. Por ejemplo, ahora: cuando vaya al Fondo Monetario se va a encontrar con la misma dureza de las restricciones. Como dijimos, ahora tiene a la pandemia como pretexto, pero dentro de seis meses no va a tener ese pretexto y va a tener que abandonar su irresponsabilidad populista.
-El cruce siempre tenso y dilemático entre democracia y capitalismo.
-Exactamente, que fue lo que la socialdemocracia todo el tiempo quería resolver. Alfonsín quiso resolverlo pero en las condiciones que vivimos era muy difícil que lo lograra. No puede ser que ese cruce no se mantenga como dilema y como problema. Creer que una de las dos partes puede disolver al otro, eso creo que no existe. Y si por algún momento creemos que existe, nos equivocamos. Un ejemplo: Chile creyó durante 30 años que había un problema resuelto. En parte porque lo había resuelto Pinochet, que es la contabilidad macroeconómica. Y, de pronto, hoy se encuentra que salen los fantasmas de abajo. En ese sentido, a mí me pone muy molesto, personalmente, cuando Cristina habla de ampliación de derechos porque yo quiero ese término para mí. Para mí pero bajo las condiciones de funcionamiento de un liberalismo que respeta las restricciones.
–Las diferencias enriquecen las democracias, pero qué difícil parece lograr aquí cierto grado de amistad cívica.
–Estoy de acuerdo. Acá entra el cortoplacismo y una razón de cálculo. El cortoplacismo de tener elecciones cada dos años acorta el horizonte. Y como no se va a reformar la Constitución, se necesita una coalición amplia entre gente que piensa distinto que alargue el horizonte temporal, como hizo Merkel en Alemania. Cuando eso pasa, los empresarios invierten y la sociedad se tranquiliza. En ese sentido, yo creo que la coalición amplia es una fórmula práctica y transitoria. No creo en la coalición amplia como forma de gobierno porque creo que el disenso es la savia de la democracia. Pero aún en ese disenso, coyunturalmente y en una emergencia, podemos ponernos de acuerdo sectores más amplios que lo habitual para salir del pantano. Tenemos derecho a discrepar en todo, pero tengamos cuidado en ver si las discrepancias que estamos teniendo no explican, en parte, el pantano en que estamos. Y si eso es así, entonces hay que cruzar la calle. Hay ejemplos históricos. Un acuerdo interesante es la ley Sánez Peña, acordada entre Sáenz Peña e Yrigoyen. La Constitución del 94 es un acuerdo sobre la arquitectura institucional. Nosotros nunca tuvimos un acuerdo sobre el rumbo económico desde que lo perdimos. Y esto pasa desde los 70.
PERFIL: PABLO GERCHUNOFF
▪ Pablo Gerchunoff es historiador económico. Profesor emérito de la Universidad Torcuato Di Tella, profesor honorario de la Facultad de Ciencias Económicas de la UBA y profesor visitante en diversas universidades extranjeras.
▪ Fue becario de la Fundación Guggenheim (2008-2009) y Premio Konex 2016. Es miembros de la Academia Nacional de Ciencias Económicas.
▪ Entre sus publicaciones más importantes se destacan ¿Por qué Argentina no fue Australia? (2006), El eslabón perdido. La economía política de los gobiernos radicales 1916-1930 (2016) El ciclo de la ilusión y el desencanto (2018, junto con Lucas Llach).
▪ Publicó recientemente La moneda en el aire. Conversaciones sobre la Argentina y su historia de futuros imprevisibles, un libro de conversaciones con el historiador Roy Hora.