Pablo d’Ors: “La meditación es prácticamente el único espacio donde no hay ego”
Vivimos amenazados por la presión del rendimiento, dice el escritor y sacerdote español, y eso nos impide entregarnos a la realidad y disfrutarla; darse tiempo y hacer la pausa resulta esencial, señala
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El escritor y sacerdote español Pablo d’Ors (Madrid, 1963) confiesa que jamás pensó en convertirse en un fenómeno editorial. Sin embargo, su Biografía del Silencio (Siruela, 2012) ya lleva más de 450.000 ejemplares vendidos en todo el mundo. Aunque su primera novela, Las ideas puras (2000), fue finalista del premio Herralde, son sus ensayos sobre espiritualidad los que le han dado alcance global a su mensaje: la búsqueda del silencio a través de la práctica de la meditación contemplativa como camino de autoconocimiento y plenitud.
Con estudios de teología y filosofía, D’ors se graduó en Nueva York, se doctoró en Roma y se especializó en germanística en Praga y Viena. Se considera hijo espiritual del místico francés Carlos de Foucauld (1927-2021) y es discípulo del sacerdote jesuita Franz Jalics. En 2014 fundó la asociación Amigos del Desierto, una red de meditadores que promueve una dimensión contemplativa de la vida. Es un religioso heterodoxo que reivindica su raíz cristiana, pero también la necesidad de actualizar la tradición. “Estuve siete años manteniendo mi identidad cristiana y mi sacerdocio católico con distintos maestros zen”, cuenta. Hasta que conoció el hesicasmo, una tradición ascética del cristianismo oriental del siglo V, con prácticas de silencio similares a las que se asocian al yoga y al zen.
A lo largo de su vida, D’Ors siempre buscó integrar sus dos vocaciones, la de escritor y la de religioso, “dioses voraces que piden toda la carne en el asador”.
Tal vez por eso, D’Ors encontró una síntesis entre la escritura y la religión solo hace unos pocos años. En su adolescencia, luego de leer un libro sobre los lamas del Tíbet, decidió raparse el pelo y sentarse a meditar. “Pero ahí quedó la cosa”, recuerda. Recién hace veinte años, a los 41, una crisis existencial lo dejó a las puertas de la práctica de la meditación contemplativa: “Cuando se derrumba lo externo necesitas ir a los cimientos”.
–¿Cómo nació tu primera vocación, la de escritor?
–Somos una familia de siete hermanos, y como si nos hubiésemos puesto previamente de acuerdo, cada uno escogió un arte: la música, la escultura, el diseño, la pintura. A mí me tocó la literatura. A los trece años hice mis primeros intentos de relatos y de cuentos. Pero todo comenzó con una impostura.
"Me ha costado toda la vida entender que realmente es la misma y única. La religión y el arte, la literatura y el sacerdocio, la escritura y la meditación, son dioses voraces que piden toda la carne en el asador"
–¿En qué sentido?
–En el colegio convocó a un concurso de poesía y de cuento, con una categoría para niños de 9 a 12 y otra de 13 a 16. Yo tenía trece y mi hermano, nueve. Le dije, vamos a hacer una cosa: yo te escribo una poesía y un cuento y tú lo presentas como si fuese tuyo. Y además presento mi poesía y mi prosa. Ganamos con los cuatro trabajos. Así que estaba clara la vocación.
–¿Algún autor de aquella época que recuerdes en particular porque alimentó esa vocación?
–A los 14, 15, 16 años ya era un lector ávido, un hábito que me ha acompañado hasta hace pocos años; porque ahora soy un lector, pero no ávido. Antes leía tres horas al día, ahora leo, no sé, una. Y mi autor de referencia desde adolescente fue Hermann Hesse.
–Siddhartha, El lobo estepario…
—Narciso y Goldmundo, El juego de los abalorios… Me conmueve pensar que con quince años me compré las obras completas de Hermann Hesse y las iba leyendo sistemáticamente, con un orden conmovedor.
–Si vuelves con tu memoria a esa época, leyendo a estos autores, ¿qué sentimientos o sensaciones recuperas?
–Bonita pregunta… Me emociona mucho ver como nada de lo que hacemos es arbitrario, sino que tiene un sentido. Pues viendo, en fin, mis primeros pinitos literarios, creo que efectivamente tenían un sentido. Allí ya estaba en embrión casi todo lo que escribo ahora y lo que de alguna manera intento transmitir.
–En ese camino, en un momento, llega la vocación religiosa. ¿Fue como un rayo o fue un devenir?
–No, no, fue un rayo y una caída del caballo. Yo había sido siempre un niño y un joven bastante religioso. Sin que eso me quitase lo mundano y que me gustase mucho, pues, no sé, la fiesta y los amigos. Pero cuando tenía 19 años tuve una experiencia mística, de irrupción de la presencia. La Presencia, con mayúscula. Y para mí eso marcó un antes y un después.
–¿Cuándo fue?
–La noche del 23 de diciembre de 1982. Desde entonces mi vida ha sido un intento de compatibilizar esas dos vocaciones aparentemente muy distintas. Me ha costado toda la vida entender que realmente es la misma y única. La religión y el arte, la literatura y el sacerdocio, la escritura y la meditación, son dioses voraces que piden toda la carne en el asador. Me han hecho querer entregarme a fondo a ambos, sin lograr esta síntesis vital hasta hace pocos años.
–Son dos vocaciones con lógicas distintas.
—Sí. Como te digo, la viví no sin conflicto. Para mí, durante un tiempo, mi referente era Chéjov, con su doble vocación, porque además de escritor era médico. Chéjov llegó a decir, “la medicina es mi esposa y la escritura es mi amante”. Pero claro, no queda bien que yo diga que la literatura es mi esposa y el sacerdocio, mi amante. No queda bien. (risas).
–¿Cómo fue tu primera aproximación al silencio? ¿Cómo surgió?
–Con 14 o 15 años, al leer un libro sobre los lamas del Tíbet, quedé fascinado, hasta el punto de raparme el pelo a cero y sentarme a meditar sin saber lo que era eso. O sea que ya tenía ahí ese germen muy fuerte. Luego en el seminario conocí las comunidades neogandhianas de El Arca, que siguen el espíritu de Gandhi. Ahí se meditaba, entonces empecé también a meditar, pero ahí quedó la cosa. Realmente, yo empecé en serio con una práctica sistemática, regular, continuada, diaria, a los 41. O sea, justamente hace veinte años.
–¿Qué pasó en ese momento?
–Todo lo externo se me derrumbó. Tuve un problema institucional, eclesiástico, importante, que no es el caso contar. Me encontré en una situación de gran vulnerabilidad, de gran fragilidad personal; entonces, cuando se derrumba lo externo necesitas ir al cimiento. Empecé con dos fuentes, y de alguna manera permanezco fiel a ellas. Por una parte está la fuente de Carlos de Foucauld, que fue un aristócrata francés y un hombre del desierto. Con fascinación, empecé a hacer viajes al desierto y al mundo de la meditación zen. Estuve siete años manteniendo mi identidad cristiana y mi sacerdocio católico con distintos maestros zen. En ese momento no encontré en mi propia tradición la manera, los instrumentos para hacer la aventura interior, así que tuve que emigrar a otro lugar. Pero luego fue la propia tradición zen la que me devolvió a la contemplación cristiana.
–¿En qué sentido?
–Me demostró que también existe, si bien de manera muy minoritaria, subliminal y subterránea, una tradición de conocimiento silencioso que yo no conocía, que es lo que practico desde hace quince años. Es lo que se llama el hesicasmo, una corriente cristiana de los siglos V a IX que toma la fuerza de la primera corriente espiritual del cristianismo, la de los padres y madres del desierto. En el siglo IV el cristianismo se convierte en la religión oficial del Imperio romano, entonces empieza a decaer la vida religiosa. Más de 40.000 hombres y mujeres, dice la historia, dejaron las ciudades de Egipto y de Siria y se fueron al desierto.
–¿Qué es lo particular del hesicasmo?
–Es un camino psicofísico para acercarse a Dios. Psicofísico quiere decir que tiene en cuenta el cuerpo. Porque la tradición cristiana, que es la religión del cuerpo, es también la religión del olvido del cuerpo. A los cristianos no nos han enseñado a orar con el cuerpo. Los hesicastas ya planteaban la percepción corporal, y por tanto la postura y la respiración, con muchas técnicas que se asocian hoy a yoga, al zen, a lo oriental.
–Me gustaría mencionarte algunas creencias que hay en torno a la meditación, para que me digas qué piensas al respecto.
–Claro.
–Primera creencia: “La meditación es un acto egoísta, quien medita se mira el ombligo y se desentiende del mundo”.
–Esa es una acusación muy propia de quien no ha practicado la meditación y de quien separa a los demás de uno mismo. La soledad y la comunión son las dos caras de la misma moneda. Es decir, solo podemos estar fecundamente con los demás en la medida en la que sabemos estar con nosotros mismos. De lo contrario, nuestro estar con los demás será puro frenesí, simple convivencia, pero no auténtica comunión. Quien no sabe estar consigo mismo no sabe estar con nadie.
–Segunda creencia: “La meditación es siempre un espacio de paz y de armonía”.
–Eso es de una ingenuidad… (se ríe)
–Es decir, se libran allí algunas batallas.
–Muchas. Sobre todo en los primeros tiempos, que pueden ser meses, años o décadas. ¿Qué es la meditación? Te encuentras en primera instancia con la inquietud corporal. Te quedas quieto y descubres que estás inquieto, hay una zozobra interior que hay que dominar. En segundo lugar te encuentras con la distracción mental, porque tenemos una jaula de grillos, una mente mono, dicen en el budismo. Basta que te pongas a mirar, a observar tu mente, para que te des cuenta de que hay ahí mucho ruido, mucho parloteo interior. En tercer lugar, que es donde quiero aterrizar, está la experiencia de silencio. Entre la quietud y la inquietud, entre las distracciones, en el silencio te encuentras con tus sombras.
–¿A qué te refieres?
–Del inconsciente sale todo lo oscuro, lo que no está reconciliado. Y sale no para arruinarte la práctica meditativa, sino precisamente para sanarla. Para sanarte. Por tanto, la meditación tiene un componente muy importante de purificación. Esa es la gran propuesta de la meditación: mirar lo oscuro, breve (porque si no es una mirada morbosa) y amorosamente, para limpiarlo. Pero lo que limpia es no luchar contra ello, sino acogerlo.
–Hace poco te escuché decir que la luz y las sombras no son dos espacios distintos.
–Claro, no lo son. Podría formularlo de manera más poética, como lo digo en el último libro, que voy a publicar ahora en febrero. Las nubes pasan pero el cielo permanece ¿Qué significa esto? Que todo lo oscuro, negativo y sombrío que tengamos en nuestra vida no es esencial, sino circunstancial. No nos define. En cambio lo luminoso, lo positivo, esto sí que permanece. Esto obedece a una visión y a un mapa de la conciencia que yo he heredado de mi maestro, Franz Jalics, un jesuita húngaro que falleció hace tres años. Apoyándose en la mitología bíblica judeocristiana, somos un núcleo de luz, un jardín del Edén, nos han expulsado, y hay un territorio de sombras, que el psicoanálisis llama el inconsciente. Ese territorio oscuro, sombrío, lo hemos rodeado de un envoltorio, al que el psicoanálisis llama mecanismos de defensa. Entonces meditar es romper el envoltorio, los mecanismos de defensa, atravesar el territorio oscuro del inconsciente y llegar a nuestra verdadera identidad, que es el núcleo de luz. No es posible llegar al día sin atravesar la noche. Hay que conocer el corazón de las nieblas, como decía Conrad, o pasar una temporada en el infierno, como decía Rimbaud, para llegar a algo muy luminoso. A eso que nos constituye.
"Mis dos oficios son la meditación y la escritura, el silencio y la palabra. Y cuando yo estaba mal personalmente, tuve el privilegio o la lucidez interior para no soltar ni la meditación ni la escritura"
–Tú atravesaste tu noche oscura.
–Sí. Mi noche oscura fue larga y dolorosa. Con algo cercano a la depresión, con síntomas parecidos de pérdida de sentido, de energía. Creo que solo quien ha atravesado oscuridades puede hablar con cierta credibilidad de la luz. Por lo contrario, si no has atravesado eso, tu hablar sobre lo luminoso puede sonar muy ingenuo o muy infantil.
–¿Qué rol ejerció la meditación para atravesar tu noche oscura?
–Pues como mínimo el 50%, si no más. Mis dos oficios son la meditación y la escritura, el silencio y la palabra. Y cuando yo estaba mal personalmente, tuve el privilegio o la lucidez interior para no soltar ni la meditación ni la escritura. Aunque el cojín de la meditación y el escritorio me expulsaban, y yo sentía que no era capaz, sin embargo, como soldado, me quedaba allí. La escritura y la meditación, que son dos prácticas espirituales, me sostuvieron y me sacaron de una comprensión equivocada de la vida.
–¿Qué ocurre en la meditación? ¿Por qué funciona?
–Es una pregunta muy bonita y profunda, y la voy a responder de manera muy sencilla. ¿Por qué funciona la meditación? Porque te quitas de en medio. O sea, porque es prácticamente el único espacio donde no hay ego. Y precisamente por eso, porque te quitas de en medio, el espíritu, la energía, la realidad, como cada uno quiera llamarlo, puede expresarse y puede actuar. No entendemos que nuestro intervencionismo constante impide que la realidad se exprese. La abortamos, porque no confiamos en ella. Y entonces, al menos durante los veinticinco minutos de la práctica meditativa, que es lo que yo propongo, ahí la realidad puede expresarse. Vas descubriendo que las cosas no solo continúan funcionando sin ti, sino que sin ti funcionan mejor. Somos tan egocéntricos que pensamos que somos nosotros los que cambiamos la realidad. Pero la realidad no está ahí en primera instancia para ser transformada, sino para ser recibida y disfrutada. Y eso es contemplar, saber recibir y disfrutar. Entonces, ¿qué es lo que caracteriza el camino espiritual? El darse tiempo. Hacer la pausa.
–En relación con el tiempo, en general vivimos con miedo a perderlo o con la necesidad de ganar tiempo.
–Y ahí está la presión. Vivimos amenazados por la presión de rendimiento. Y ese afán de rendimiento nos impide disfrutar.
–Le asignas un valor importante a disfrutar.
–Sí, sin duda. Mi lema personal es crecer y servir disfrutando. Todos tenemos un destino, que es lo que hemos venido a aprender a este mundo y todos tenemos una misión, que es lo que hemos venido a dar a los demás, aunque no coincidan. La misión en general nos gusta, el destino en general nos cuesta. Y el criterio para saber que estamos creciendo y sirviendo bien, que estamos caminando adecuadamente en nuestro destino y en nuestra misión, es si disfrutamos.
–¿Qué significa disfrutar?
–Significa que no hay distancia entre tú y la realidad, que te has fundido en ella. Cuando te metes a fondo, por ejemplo, en la lectura, te haces uno con la lectura, se te pasa el tiempo volando, estás disfrutando, eres uno con la lectura. Una conversación, un paseo, ahí se acaba el tiempo. El disfrute es como un presagio, un preámbulo, un aperitivo de la eternidad.
–Durante unos años fuiste capellán hospitalario, es decir que estuviste muy cerca de situaciones extremas y dramáticas. ¿Qué aprendiste en esa época de tu vida?
—Fue durante una década, en el hospital Ramón y Cajal, en Madrid. Fue una experiencia de gran intensidad emocional y espiritual, porque calculo que no menos de un centenar de personas murieron en mis brazos, o al menos en mi presencia. Aprendí que morimos como vivimos. Y que, por lo tanto, si queremos morir bien, es importante vivir bien. También aprendí mucho sobre la vulnerabilidad y la fragilidad humana.
—¿Por ejemplo?
—Que huimos de ella, pero ahí es donde se esconde el secreto: solo podemos amar lo vulnerable o lo frágil. Lo que no es vulnerable o frágil podremos respetarlo, podremos admirarlo, pero no amarlo. Y por tanto eso que parece una mala noticia, que es la vulnerabilidad, la fragilidad, la muerte, en el fondo es una buena noticia porque nos permite el verdadero amor. Son palabras muy gruesas, me hago cargo. Pero es importante decirlas de vez en cuando, al menos. Que se nos refresque la memoria de qué es lo esencial.
POR LA VIDA CONTEMPLATIVA
PERFIL: Pablo d’Ors
. Pablo d’Ors nació en Madrid en 1963. Es sacerdote y escritor. Estudió Filosofía y Teología y se doctoró en Roma.
. En 2014, tras conocer a Franz Jalics, su maestro de meditación, funda Amigos del Desierto, una red de meditadores cuya finalidad es la profundización y difusión de la tradición contemplativa cristiana.
. Su obra literaria ha sido traducida a las principales lenguas europeas.
. Ha escrito una colección de relatos, El estreno, y ocho novelas: Las ideas puras, Andanzas del impresor Zollinger, El estupor y la maravilla, Lecciones de ilusión, El amigo del desierto, El olvido de sí, Contra la juventud y Entusiasmo.
. Obtuvo un rápido reconocimiento crítico con su primera novela, Las ideas puras (2000), obra finalista del Premio Herralde.
. Sus ensayos sobre temas espirituales le han dado alcance global a su mensaje. Biografía del silencio (Siruela, 2012) ya lleva más de 450.000 ejemplares vendidos en todo el mundo
. En la actualidad se dedica al estudio del hesicasmo –algo así como una versión cristiana del yoga–, y a impartir conferencias, cursos y retiros por todo el mundo.