Pablo d’Ors: “La conectividad excesiva provoca seres que no se conocen a sí mismos”
Ante una cultura de la exterioridad es necesario un contrapunto que nos permita mirar hacia nuestro interior, dice el autor y sacerdote español; de paso por el país, presentó sus libros y su práctica de meditación
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Hoy existe un terrible “pánico” a encontrarse con uno mismo. La gente vive aturdida y deja cada vez menos espacio a la reflexión. Para vencer esa “cultura excesiva de la exterioridad, cuyo símbolo más perfecto es Internet y su expresión más frecuente es la irrefrenable necesidad de sentirse conectado”, el sacerdote y escritor español Pablo d’Ors propone descubrir la riqueza de la interioridad. En un mundo jaqueado por el vértigo y el ruido exterior, sale al rescate del silencio y revaloriza el camino de la meditación y la contemplación.
“La meditación es una escuela para ser. Como ser nos resulta muy difícil y nos da miedo, vivimos con sucedáneos, como el tener, acumular, aparentar. Cuanto más eres, menos necesitas tener y aparentar”, dijo en una entrevista con LA NACION, durante su paso por Buenos Aires, adonde llegó para acercar y compartir la experiencia de los Amigos del Desierto, una red que se fijó la misión de profundizar y difundir la tradición contemplativa.
Nacido en Madrid el 1° de julio de 1963, en una familia de artistas, Pablo d’Ors estudió en Nueva York, Roma, Praga y Viena, y fue ordenado sacerdote en 1991. Tiene 58 años y recorrió varios países, pero su principal foco de interés es el mundo interior y el silencio, especialmente a partir de su encuentro con el téólogo jesuita Franz Jalics (1927-2021), uno de sus maestros en el arte de la meditación.
En los últimos veinte años, d’Ors desarrolló una carrera como novelista, con títulos que exploran la temática de la contemplación y tienen éxitos de venta notables. Sus principales libros son Biografía del silencio, que ya superó las treinta ediciones, El amigo del desierto, El olvido de sí y Sendino se muere, un testimonio sobre el dolor humano.
Convencido de que “la exacerbación de la conectividad provoca seres que no se conocen a sí mismos”, la propuesta de d’Ors no es “dinamitar la sociedad actual, sino crear recursos personales para que podamos convivir serena y armónicamente con la realidad”. Reconoce incluso que “la propia Iglesia Católica y muchas comunidades cristianas han relegado el papel del silencio y la contemplación”. Lo apunta como “el gran déficit de la Iglesia”.
–¿Por qué surgió y en qué consiste Amigos del Desierto?
–Cada vez más la gente es consciente de la necesidad del silencio y la meditación como modo de enfrentar el vértigo del mundo. Amigos del Desierto es una asociación cuya finalidad es la profundización y la difusión de la tradición contemplativa. Partimos de que la necesidad contemporánea fundamental es el silencio. Una vez cubiertas las necesidades básicas esenciales, el gran desafío es enfrentar el ruido. Amigos del Desierto surge de una manera parecida a la de Alcohólicos Anónimos, que nació para aliviar el problema del alcohol. Nuestra asociación surge para aliviar el problema del ruido, la dispersión. Ofrecemos retiros y seminarios, períodos intensivos para aprender la práctica de la meditación y el silencio interior, para que la gente tenga un apoyo en su ejercicio de meditación.
–Entre tanto vértigo en el mundo, ¿la gente es consciente de la necesidad del silencio?
–Cada vez más. El silencio es una nostalgia, es un pánico y es una revelación. Buena parte de las personas sentimos la necesidad de parar, de escuchar, de no vivir con un frenesí permanente. Cuando nos asomamos al silencio sentimos nostalgia y pánico, porque el silencio propicia el encuentro con uno mismo y cuando miramos lo que hay no nos gusta. Si permaneces en quietud, poco a poco uno va descubriendo que no todo es ruido, dispersión y oscuridad, sino que también somos personas luminosas.
–¿La gente tiene miedo a encontrarse con uno mismo?
–Pánico. Lo que más miedo nos da de todo somos nosotros mismos. Por eso hemos creado una cultura de la exterioridad, permanentemente volcados hacia afuera. El símbolo perfecto es internet, que nos mantiene en conexión con el exterior. Y por eso hoy es tan importante esta práctica de la meditación, porque es un contrapunto que fomenta la interioridad, frente a esta cultura de la exterioridad. Estamos bien si hacemos una armonía entre lo interior y lo exterior. Si estamos solo afuera, viviremos en la superficie.
–En el mundo moderno se ve como un valor positivo estar conectados con todos al instante. ¿Es perjudicial?
–La exacerbación de la conectividad provoca seres que no se conocen a sí mismos y tampoco se conectan a ellos mismos. Lo que yo propongo no es dinamitar esta sociedad, sino crear recursos personales para que podamos convivir serena y armónicamente con la realidad. Un viaje de ida y vuelta, de salir y entrar. El silencio es el sonido de la escucha del mundo. No propicio la huida del mundo, aunque queremos ser herederos modestos de los padres y madres del desierto, una de las primeras corrientes de espiritualidad del cristianismo.
–¿Para eso es necesario retirarse al desierto, aislarnos de lo que nos rodea?
–El desierto es una metáfora de la interioridad. Cuando uno se sienta a meditar tiene que retirarse de su actividad cotidiana, aunque sea veinte minutos, para encontrarse con uno mismo. Y, además de ese “minirretiro” diario, también es bueno retirarse una o dos veces al año, durante dos o tres días, para no vivir siempre de cara a la acción. El problema es el activismo. El gran desafío es la contemplación, aprender a mirar, a no tener esa mentalidad hiperproductiva, ese afán de rendimiento. Es bueno saber descansar y saber contemplar. Si aprendemos a estar quietos y actuar lentamente, transitamos un camino a la plenitud. Solemos actuar rápidamente porque nuestra atención está puesta en lo que viene después. Así, la vida se convierte en una carrera de obstáculos. La lentitud nos invita a concentrarnos en lo que tenemos que estar. Cualquier actividad realizada con atención construye la vida interior.
–¿La meditación tiene que ser siempre en forma individual?
–Lo planteamos primero como un ejercicio individual y, para reforzar esta práctica, ofrecemos seminarios de silencio, como grupos de apoyo. La meditación es un viaje al centro de nosotros mismos. La meditación, como el arte, nace de la entrega, no del esfuerzo. Mientras el esfuerzo pone en funcionamiento la voluntad y la razón, la entrega comprende la libertad y la intuición. Lo interesante no es simplemente meditar, sino hacer de tu vida una meditación.
–¿Qué beneficios percibe en la gente que realiza en forma sistemática prácticas de meditación?
–Los beneficios son muy grandes y bastante claros. El fundamental es una “desegocentración”, no se ve el mundo desde la perspectiva propia, sino desde la perspectiva de los demás. El principal fruto es que vives de manera menos egocéntrica. Mayor alegría y menor irascibilidad. No sabemos manejar las emociones porque somos muy reactivos. El silencio es lo que da calidad humana a las relaciones y a la vida.
–¿La idea de retirarse y estar en soledad no tiene la finalidad de satisfacer necesidades individuales?
–Con frecuencia se acusa a los meditadores de no pensar en los demás y pensar exclusivamente en nosotros mismos. Claro, es una acusación que hacen quienes no meditan. Muchas veces estar con los demás es una huida de nosotros mismos. Los meditadores buscan compartir lo que se ha ido descubriendo. El cristianismo se construye con el mandato “Ama al prójimo como a ti mismo”. A veces quedamos con el “ama al prójimo” y nos olvidamos del “como a ti mismo”. Nadie puede dar lo que no tiene. No podemos amar al prójimo si no nos amamos. Por otra parte, la mejor escuela para saber estar con los demás es aprender a estar solos
–¿Las comunidades religiosas, incluso la Iglesia Católica, han relegado el papel de la contemplación y el silencio?
–Es evidente. Es el gran déficit de la Iglesia y se puede demostrar empíricamente. Si uno quiere ser sacerdote va a dedicar seguramente más tiempo a la preparación intelectual que a la oración. La Iglesia se ha estructurado a partir del pensamiento y de la acción. La teología y la misión, la catequesis, la pastoral. No sé hasta qué punto hay vida de oración intensa, profunda y organizada en la mayor parte de las comunidades cristianas.
–¿La Iglesia pierde terreno?
–La Iglesia en Occidente está perdiendo terreno en forma alarmante. Yo lo veo como una buena noticia, porque quiere decir que se está gestando un nuevo cristianismo, una manera diferente, más auténtica, más profunda. Hay que purificar formas que han sido equivocadas.
–¿Cómo analiza la figura del papa Francisco?
–Él insiste más en el necesitado, en los pobres. Es un Papa con una orientación más social, lo cual no quiere decir que no sea una persona de fuerte conexión espiritual. He tenido la suerte de conocerlo en persona y de conversar con él y es un hombre con una poderosa irradiación espiritual. Es un hombre de oración.
–¿Cómo recibe el mundo las invitaciones de Francisco a rezar por la paz, como propuso al consagrar a Rusia y Ucrania al corazón de María?
–Es una buena pregunta… Habría que preguntarle al mundo, no a Pablo d’Ors. La comunidad católica lo recibe muy bien, porque es un imperativo ético básico ser sensibles a los dolores del mundo. La mayor parte de la humanidad lo recibe con cierta indiferencia. También es verdad que Francisco es más un Papa de la gente de afuera que de adentro. Por lo menos, en España y en Europa es una figura que quizá cae bien en el mundo agnóstico, no creyente.
"La Iglesia pierde terreno. Lo veo como una buena noticia. Quiere decir que se está gestando un nuevo cristianismo más auténtico y profundo"
–¿Cómo se puede vivir de la mejor manera posible en esta sociedad tan acelerada del siglo XXI, que presenta tantas demandas y pocas certezas?
–La propuesta que venimos a traer a la Argentina no es anecdótica, sino muy sustancial. Creo firmemente que está naciendo un nuevo paradigma, una clave para entender las cosas. Actualmente estamos en el paradigma de la razón y la técnica y, aunque por ahora solo se da en grupos minoritarios, poco a poco nos abrimos a un paradigma que va a incluir la razón, pero también trascenderla, y que podría construirse desde la palabra conciencia. Ser consciente consiste contemplar los pensamientos. Sin silencio, sin contemplación no puede nacer este nuevo paradigma. Dentro de unas décadas la forma de educar y de vivir van a ser muy diferentes. Muchos grupos somos pioneros de una nueva manera de vivir. El teólogo católico Karl Rahner decía que “el siglo XXI será místico o no será”. No se trata solo de una cuestión de higiene psicológica para contrarrestar la ansiedad, depresión o el frenesí de la vida contemporánea, sino que se trata de un planteo global, de una manera de entender al ser humano.
–¿Lo ve como una práctica creciente?
–Cada vez hay más interés por el mundo de la meditación y menos prejuicios sobre la espiritualidad. El prestigio de la espiritualidad se ha construido sobre el desprestigio de la religión. Muchas personas se van desprendiendo de una imagen bastante mítica e infantil de lo religioso y se abren a una conexión con las cosas más profundas.
–¿En las culturas orientales es más natural la práctica de la espiritualidad?
–Yo creo que no. Hemos hecho un mito de Oriente. En el mundo del zen se dice que si quieres encontrar un grupo de meditación o un gran maestro no vayas a Japón o la India. Estamos en un tiempo de síntesis, bebiendo de la sabiduría de ambas tradiciones, oriental y occidental. La verdad no es una posesión, sino una búsqueda, se va gestando en el diálogo y en el silencio, y es un alumbramiento. Necesitamos de todos, no podemos excluir a nadie.
–¿Hay una tendencia a relegar lo religioso y lo espiritual al ámbito de lo privado?
–Cuando le preguntaron eso a Gandhi, respondió: “Quien diga que religión y política no tienen nada que ver, no sabe lo que es religión y no sabe lo que es la política”. Aunque en el mundo contemporáneo haya habido un intento de privatización de lo religioso, lo religioso es público, igual que cualquier otra dimensión del ser humano. No somos solo individuos, sino seres sociales.
–¿La práctica de la meditación tiene puntos en común con los consejos de autoayuda?
–Hay algún vínculo, porque muchas personas que acuden a libros de autoayuda concurren a prácticas de meditación. La llamada “alta cultura” condena la autoayuda como si fuera algo menor, ingenuo. Lo que habría que poner en tela de juicio es la cultura. La autoayuda responde a un deseo de encontrar la verdadera cultura, el cultivo de uno mismo, cómo hacer para vivir en mayor plenitud. En cambio, la cultura se convierte en una búsqueda de la autosatisfacción y no ayuda a la felicidad, a la búsqueda de lo más pleno.
ENTRE LA CONTEMPLACIÓN Y LA CREACIÓN
PERFIL. Pablo D’ors
■ Pablo d’Ors nació en Madrid, en 1963. Es sacerdote, escritor y fundador de la red de meditadores Amigos del Desierto, y de Tabor, un proyecto de monacato secular.
■ Su obra literaria, traducida a las lenguas europeas más importantes, comprende una colección de relatos, El estreno, y ocho novelas, entre ellas Las ideas puras, Andanzas del impresor Zollinger, El estupor y la maravilla, Contra la juventud y Entusiasmo.
■ Escribió los ensayos breves Sendino se muere, Biografía del silencio, que ha vendido más de 180.000 ejemplares, y Biografía de la luz.
■ Condecorado por la Escuela Española de Mediación con la Medalla al Mérito Profesional por su aporte a una cultura de la paz, hoy imparte por el mundo conferencias y retiros de meditación.