Otra vez la energía pone en jaque a la economía argentina
Empezaban a despejarse los nubarrones del Covid y la economía mundial se recuperaba del coma autoinducido que la paralizó en el año 2020. En los foros internacionales volvía a hablarse de la necesidad de acelerar medidas para enfrentar otro problema de dimensiones planetarias como el cambio climático. Recobraba fuerza el imperativo político de alcanzar el objetivo de cero emisiones netas de dióxido de carbono para mediados de siglos con metas parciales para el 2030. Todo hasta que en febrero del 2022, en una abierta guerra de agresión, la Rusia de Putin quiere deglutirse a Ucrania, abriendo una caja de Pandora e instalando el temor de una Tercera Guerra Mundial con alguna probabilidad de uso de armas nucleares. ¡Vaya mundo! Pasamos de establecer metas para el 2050 pensando en la responsabilidad intergeneracional con el desarrollo sustentable y el cambio climático, a vislumbrar la perspectiva presente de autodestruirnos. El “Homo Deus” que imaginó Yuval Harari en un siglo XXI libre de “hambrunas, pestes y guerras” fue una ilusión. Reapareció el homo sapiens como “lobo del hombre”.
El populismo energético sacrifica el futuro en el altar del presente
Rusia es un actor de primer orden en el paradigma energético mundial dominado por los fósiles (petróleo, carbón, gas natural). Y el sector energético va a ser uno de los más afectados por el conflicto bélico. Europa importa de Rusia el 40% del gas que consume (unos 383 millones de m3/día de gas natural que vienen de tuberías, y 41 millones por barco-GNL), y cerca del 26% del petróleo que utiliza (entre 4 y 5 millones de barriles/día). Esos flujos de gas provenientes de Rusia todavía siguen circulando por la infraestructura existente. Si se cortaran, las cotizaciones del petróleo y el gas podrían alcanzar picos históricos muy superiores a las actuales. Es interesante que el conflicto bélico vuelva a poner sobre el tapete el predominio del paradigma fósil (más del 80% de la matriz primaria), no sólo porque la guerra convencional es movilizada por petróleo y derivados, sino también porque el petróleo, el carbón mineral e incluso el gas natural tienen desarrollados sistemas logísticos que los hacen más manipulables y operan como sustitutos próximos el uno del otro. La guerra privilegia la energía disponible, barata y, por sobre todo segura. En un mundo global varado en un conflicto bélico de consecuencias imprevisibles, el paradigma verde, que empezaba a consolidarse en distintas tendencias (sustitución de carbón por gas natural, energías renovables y electrificación de la matriz de consumo final) se vuelve gris.
El conflicto encuentra a la Argentina con un presente energético sombrío. Volvimos a entrampar la energía en políticas de corto plazo: reglas contingentes, congelamientos de precios y tarifas en un contexto de creciente inflación, cepos y controles disuasivos de nuevas inversiones en capital fijo, y ausencia de un rumbo orientado por una estrategia de largo plazo. Gracias a los rendimientos y a la curva de aprendizaje en Vaca Muerta estamos produciendo un poco más de petróleo que en 2019 con destino al mercado externo, pero la producción de gas sigue estancada. El año pasado reincidimos en el historial de déficits energéticos con impacto en las cuentas públicas y en las cuentas externas. Los subsidios energéticos alcanzaron los 11.000 millones de dólares (12.000 si agregamos el subsidio a la inversión), y la balanza comercial del sector volvió al rojo (negativa en 559 millones de dólares). Son subsidios que se financian con emisión inflacionaria, y son importaciones de energía que demandan divisas. Este año, con las nuevas cotizaciones del gas y del petróleo, el informe Carta Energética proyecta una balanza energética deficitaria de alrededor de 5300 millones de dólares, con importaciones de 11.500 millones (datos similares a los del 2015). A su vez, aun con los aumentos anunciados en gas y electricidad (segmentación tarifaria mediante) el informe estima que los subsidios energéticos van a seguir creciendo entre un 20 y un 30%. La energía vuelve a poner en jaque a una economía que no genera suficientes dólares para importar, y que, por los niveles de inflación alcanzados (además de los compromisos de emisión asumidos con el FMI), ya no dispone de la emisión irrestricta de pesos para enjugar los déficit de un festival descontrolado de subsidios.
"La inversión requiere de una economía estable y de un país integrado al mundo"
Si la Argentina tuviese hoy un sector estratégicamente orientado al desarrollo intensivo de los recursos hidrocarburíferos (petróleo y gas), con precios alineados a los internacionales, y una economía con tasas de riesgo similares a las de nuestros vecinos, las noticias sobre el impacto de la guerra en la energía mundial hubieran permitido evaluar oportunidades excepcionales de negocios para valorizar el gas ampliando nuestra oferta petroquímica, además de negociar contratos de largo plazo de GNL con una Europa ahora obligada a reducir su dependencia del gas ruso. Todo esto mientras maximizábamos la producción y exportación petrolera. El drama del populismo energético es que siempre sacrifica el futuro en el altar del presente. Cuando el presente se complica y el futuro se vuelve más incierto, el cortoplacismo acumulado pasa la factura de los errores cometidos y de las oportunidades desaprovechadas. A los daños emergentes de las costosas importaciones, sumamos entonces el lucro cesante de las oportunidades de exportación perdidas.
La prueba y error de tropezar varias veces con la misma piedra deja una nueva enseñanza para la etapa que vendrá. El sector energético tiene un inmenso potencial a desarrollar que depende de ingentes inversiones. Esas inversiones privadas (nacionales e internacionales) para recapitalizar el sector y desarrollar su potencial requieren de una macroeconomía estable, de una Argentina integrada al mundo y de una microeconomía sectorial que asegure referencia de precios que reflejen costos económicos, reglas de juego perdurables con instituciones previsibles y una estrategia energética de largo plazo, que asuma la transición de la matriz argentina sin dejar de aprovechar las ventanas de oportunidad que el mundo nos ofrece.
Doctor en Economía y doctor en Derecho