Ortiz Echagüe. El cronista que vio la luz de la democracia en su hora más oscura
El gran periodista de LA NACION narró la caída de París en crónicas vibrantes que reflejan el ominoso avance de la Alemania nazi y que ahora son reeditadas en el libro El eclipse de Francia
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Cuando Francia cayó en junio de 1940, la nacion lo consideró “el acaecimiento más asombroso de la historia”. El diario tenía un cronista en esa trinchera, Fernando Ortiz Echagüe, quien llevaba dos décadas viviendo en Europa, desde que fue testigo del tratado de paz de 1919 desde el Salón de los Espejos del Palacio de Versalles. Era un observador sagaz y gran narrador que se codeaba con la elite francesa como “representante general del diario la nacion en Europa”. Eso no era inusual, dado que los diarios argentinos eran reconocidos entre los mejores del mundo y el país tenía una relevancia notable.
El profesor español Luis Sala González recopiló sus crónicas sobre ese momento único del siglo XX, así como antes lo hizo con las de la guerra civil española (https://www.lanacion.com.ar/opinion/un-gran-cronista-argentino-en-la-guerra-civil-espanola-nid2239708/). Aquel libro fue un doloroso retrato de Ortiz Echagüe sobre España. Este, titulado Eclipse de Francia, que la editorial Renacimiento acaba de editar en España, es un extraordinario flujo de noticias y percepciones de lo que fue ese huracán de la historia.
El periodista había visitado el frente de guerra durante la llamada “guerra en broma” de los primeros ocho meses, cuando se preveía que, de empezar los combates, serían de desgaste en las trincheras. Se esperaba que, dado el recuerdo de la anterior guerra, los gobiernos acordaran evitar la lucha, entre otras cosas, para evitar que “la revolución del proletariado se alzara victoriosa sobre los escombros humeantes del Viejo Mundo”.
En aquellos días, los artículos de Ortiz Echagüe estaban sometidos a la censura del Ministerio de Información francés, que era contradictoria. Lo que prohibían los civiles a veces los militares lo autorizaban y las contraórdenes eran habituales.
Pero, desde que los alemanes invadieron Holanda, el 10 de mayo, las doctrinas militares de Inglaterra y Francia fueron superadas porque su enemigo había pasado de página. Las tropas motorizadas, la aviación y los submarinos cambiaron las reglas; y la línea Maginot, el bloqueo económico y la supuesta superioridad naval de los ingleses servían solo para pelear batallas en libros antiguos. Desde París, el cronista contempló el derrumbe del ejército francés, que fue dividido en cuatro partes aisladas entre sí. Dos millones de soldados cayeron prisioneros casi sin luchar. Hubo más muertes en los campos de detención que en los de batalla.
Así como otro corresponsal del diario, Roberto Payró, había presenciado desde las oficinas de LA NACION en la céntrica avenida Brugmann, en Bruselas, la entrada de los alemanes en agosto de 1914, ahora a Ortiz Echagüe le tocaba ver algo similar en el terrible París de 1940 desde las oficinas del diario en los Campos Elíseos. “Desde los balcones de la nacion” había asistido al desfile de las tropas francesas al inicio de la guerra, pero ya no estaba cuando llegaron los alemanes. Pocos días antes, en la madrugada, lo llamaron desde el diario en Buenos Aires para informarle que los alemanes estaban a cien kilómetros de París.
El gobierno resolvió evacuar y la declaró ciudad abierta. Cuando llegaron los alemanes, el 14 de junio, Ortiz Echagüe estaba camino a Burdeos, al igual que el embajador argentino Miguel Ángel Cárcano y el gobierno francés. Allí el periodista durmió en un sofá de la casa del cónsul argentino, hasta que a los pocos días el gobierno se trasladó a Vichy, y hacia allá fue el cronista, donde los ministros atendían en sus habitaciones del hotel Du Parc, y los funcionarios, diplomáticos y periodistas eran habitués de su comedor. En ese mismo hotel, el periodista dormía en la habitación que usaban los censores, por lo que tenía que abandonarla al alba. Nunca paró de escribir, pero sí de enviar sus crónicas a Buenos Aires. Cuando en octubre llegó a la neutral Lisboa, donde en sus bares se reunían europeos de distintos países, recién ahí pudo mandar sus notas a Buenos Aires para ser publicadas. Y a partir del 10 de noviembre se comenzaron a publicar. LA NACION las presentó como crónicas “carentes de artificios retóricos”.
Como dice el compilador Sala González, las crónicas tienen “los argumentos que son marca de la casa Ortiz Echagüe: fuentes diplomáticas de primer nivel, revista inteligente de la prensa local e internacional, conocimiento profundo de los antecedentes históricos de los hechos que narra y entrevistas a los protagonistas mismos de la historia a través de uno de los historiadores más brillantes de nuestro tiempo”.
Sus crónicas acompañan la reflexión de la elite francesa sobre las razones de la caída, y él se decanta por un fracaso intelectual rotundo de su estado mayor: una doctrina militar cristalizada en la guerra mundial anterior, una baja calidad de información sobre la maquinaria alemana y una mala propaganda de guerra, que hacía creer que “el Reich se desangra y el pueblo siente un gran anhelo de paz”.
“Nunca tuvo París nervios de guerra”, escribió el periodista, que le atribuyó a la prensa francesa una gran responsabilidad: “La gente no olvidará tan pronto las falsedades con que la radio y la prensa han cultivado un optimismo estúpido”. Y, como “en el vasto arsenal de la guerra de nervios la radio es la artillería gruesa”, el uso que hicieron los alemanes de ese medio fue muy eficaz, con emisiones clandestinas desde el suelo francés que sirvieron para acelerar el colapso de la defensa.
Una vez derrotada Francia, la prensa de París quedó bajo el control alemán, pero muchas de las principales firmas continuaron escribiendo. Ortiz Echagüe usaba esa prensa y la radio que transmitía desde allí para calibrar las intenciones alemanas hacia el gobierno de Vichy. Se irradiaba desconfianza hacia el gobierno francés y todo hacía presumir una ocupación total del país por el invasor, dado que la Constitución que promovía el héroe de guerra y presidente Philippe Petain “no se aleja resueltamente del ideal democrático, liberal y parlamentario”, además de la falta de una “acción antisemita”, algo a lo que empezaron a incitar destacados periodistas franceses. Las paredes de Vichy empezaban a amanecer con temibles pintadas, como por ejemplo ¡Mueran los judíos!
La ocupación alemana, según el cronista, es “de una corrección impecable en la tropa” en el trato con los ocupados, como fue en Checoeslovaquia, “buscando la simpatía popular”. Pero “una tropa de ocupación es como un autómata”, así que una vez que cambie la orden cambiará la actitud.
Militares y civiles se achacan culpas entre sí, y acusan a Inglaterra por lo que se considera una insuficiente ayuda militar, diciendo que “Francia fue a la guerra a remolque de Gran Bretaña”; también a Bélgica, a cuyo rey el gobierno francés le retiró la Legión de Honor por rendirse; y al general Charles De Gaulle, a quien el gobierno de Vichy llegó a condenar a muerte.
Tras el derrumbe sin pausa de Holanda, Bélgica y Francia, y con las tropas inglesas reembarcadas en fuga, el debate sobre las razones de la caída incluyó una polémica sobre cierta “sociedad del goce” que no se preparó para el sacrificio de una guerra, y se pusieron en discusión los valores democráticos. “Los demócratas de ayer reniegan y escarnecen, en aras de Francia, el dogma del sufragio universal”, se angustia Ortiz Echagüe. En la escritura del cronista se teme más por la pérdida de ese espíritu democrático francés,que por el territorio. “Francia ha sido grande con las instituciones que hoy reniega”, escribió.
En toda Francia “cada hogar era un pequeño campo de batalla” entre los que creen en Petain contra los que apoyan a De Gaulle. Según su percepción, “la inmensa mayoría presta obediencia al mariscal Petain, aunque en el fondo siente una secreta simpatía por el patriotismo y el coraje del general de Gaulle”. Al mismo tiempo, las ondas de la BBC comenzaron a ser cada vez más escuchadas en la noche de las casas francesas.
Ortiz Echagüe siempre entendió que la peor tragedia sería la ruptura entre los ingleses y los franceses. En semanas posteriores a la rendición se estuvo cerca de la ruptura y la radio de ambos países representó esa discusión. Por su parte, la radio alemana sumaba su aporte: “Los ingleses se batirán hasta el último soldado francés”. Esa inquina se agravó por el ataque inglés a la flota francesa en Mers-El-Kebir, en la costa de Argelia, para evitar que aquella fuese usada por el enemigo. Allí murieron más de 1200 franceses.
La batalla entre Inglaterra y Alemania era “la lucha a muerte entre las dos fuerzas más grandes y más parejas que se han afrontado en el curso de la historia”; es decir, “la batalla más grande de la historia del mundo”. Pero en Francia la prensa, incluso de la zona no ocupada, promovía la “anglofobia de la peor especie al parecer fundada en el cálculo egoísta de que la guerra dure poco”. Esa idea era promovida por el primer ministro Laval, quien influiría sobre el anciano mariscal, en quien el pueblo confiaría, según las crónicas de Ortiz Echagüe. En un almuerzo con el cronista, el ministro del interior le dijo que con “el rápido avasallamiento del Imperio Británico por Alemania, Francia podría obtener más clemencia del vencedor y ser admitida a participar, en condiciones dignas, en la elaboración de ese ‘orden nuevo’ que prometen a Europa los dirigentes del Eje”. Y luego agregó: “Veremos aparecer banderas blancas en todas las casas, desde Dover Hasta Edimburgo”. La opinión del periodista de LA NACION era otra: “Yo creo que Inglaterra ha aprovechado la lección francesa para hacer precisamente lo contrario”. En una reunión confidencial con Laval, este le dijo al cronista que “para fines de septiembre” Inglaterra caería.
Allí el periodista vio la luz en el eclipse. El cronista se resistía a ese escenario y percibía cada vez más fuerte la voluntad inglesa de resistir la inminente invasión alemana. El bombardeo alemán, según lo que escuchó en los pasillos del hotel en Vichy, no alcanzaba para someterlos. Necesitaban por lo menos cinco o seis horas de dominio del cielo para concretar una invasión, a pesar de que dominaban toda la costa continental desde Noruega a los Pirineos.
El canciller, el primer ministro, el propio presidente Petain, hablaron con Ortiz Echagüe en aquellos días. Algunos incluso con mensajes específicos para nuestro país, como mediar con Estados Unidos para que entendiera la actitud del gobierno de Vichy. Por su parte, el primer ministro le dijo:
–Si ustedes no nos ayudan mediante el envío de víveres, nuestra pobre gente va a pasar hambre.
Como anécdota quedan las donaciones de “las frazadas argentinas”, que por su calidad no llegaban al frente sino que se perdían en el camino.
Como resalta Sala González, Ortiz Echagüe es indulgente con Petain, a quien califica de “glorioso anciano en quien Francia encuentra hoy su paño de lágrimas” por haber asumido lo inevitable; el cronista comprueba en Vichy “el testimonio auténtico de la inmensa popularidad del mariscal, aclamado fervorosamente cada vez que aparece en el calle su figura legendaria”. Su rol era el de “humanizar las condiciones del armisticio para el pueblo francés”.
El libro compilado por el profesor Sala González nos hace vibrar con las crónicas de un periodista que vio la luz de la democracia en su hora más oscura.
Profesor de Periodismo y Democracia de la Universidad Austral
PERFIL: Fernando Ortiz Echagüe
Fernando Ortiz Echagüe (1892-1946) fue uno de los periodistas hispanoamericanos más influyentes en la primera mitad del siglo xx. Representante general de LA NACION en Europa, residió en París entre 1918 y 1940. Publicó Al Senegal en aeroplano (1927) y Pasajeros, correspondencia y carga (1928). Falleció en París en julio de 1946.