Optimismo halcón: la contundencia de lo posible
El optimista es menos idiota que el pesimista porque no encuentra en las dificultades un motivo de reproche
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Soy halcón, me sale serlo. No creo en el diálogo con quien no busca el bien común sino solo ventaja propia y encubrimiento, valoro la ley y quiero que sea respetada, entiendo que la experiencia ha demostrado que las grandes transformaciones necesarias no pueden ser hechas respetando intereses que no merecen respeto.
"Lo que hace falta es la preeminencia de los intereses colectivos representados en la ley"
Pero creo que la posición halcón no es, como puede serlo en la referencia norteamericana, algo que se defina por la voluntad de choque y combate sino por una postura de optimismo y afirmación. No se trata en lo básico de un estar en contra de algo sino de un querer claro y propositivo. No se trata de guerra, se trata de decisión y de hechos contundentes.
¿Qué es el optimismo en este contexto de definiciones políticas? Lo que le ha faltado al país, otro enfoque, una superación de las trabas históricas –representadas ellas mismas por una desaforada pasión por la historia y sus símbolos muertos–, una pulsión de vida que valora lo posible.
Este planteo (positividad antes que venganza) podría parecer un downgrade del halconismo, pero creo que por el contrario representa su maduración. Es verdad que la primera asociación que aparece cuando se alude a la idea del optimismo hace necesario aclarar que no se trata de una consideración estúpida sino realista. La inteligencia luce siempre descreída y el optimismo, idiota, pero es exactamente al revés.
Sí, el optimista parece tarado. ¿Por qué creer que algo es posible si es tanto más precavido, inteligente y canchero dedicarse a saber que la cosa no va a andar? Y además se dice: “¿Cómo querés que el argentino sea optimista con todo lo que le está pasando?” Invierto la ecuación: porque valoramos tanto la perspectiva escéptico crítica severa paranoica es que nuestro desarrollo se atraganta y todo parece más difícil de lo que es. Por otra parte, no es algo que nos pasa, es algo que hacemos. ¿Se trata entonces de ser más optimistas y de “ponerle onda”? No, esa es una versión estúpida de la idea. Hay otro punto más relevante a identificar.
La principal diferencia entre optimismo y pesimismo no es tanto la evaluación de la realidad y la necesidad de decir si “la cosa va a salir bien o va a salir mal”. La principal diferencia es que el optimismo es activo y el pesimismo, pasivo. Y no me refiero por supuesto a la acción del compromiso político sino al nivel más básico en el que se expresa una visión del mundo y se arma una sociedad: la productividad y el trato con los demás.
El pesimista tiende a la quietud. Cree que la cosa no vale la pena, que mejorar no es posible o que la realidad está determinada por una presencia incontestable del mal. Desde esta perspectiva existencial se habla de “el poder”, de “las corporaciones”, los “intereses”, siempre imágenes de un “sistema” al que se ve como un desvío respecto de lo que debiera ser. Ciertos pesimismos son también “filosofía” cínica y paso justificatorio para dedicarse a la ilegalidad sin remordimientos. Qué querés, la cosa es así, todos hacen trampa y mienten. Falso de toda falsedad esa igualdad supuesta, claro está –ha sido suficientemente probado para quien sea capaz de verlo–, pero se cultiva el “todos iguales” como un mantra salvoconducto para la propia mediocridad. Lo he visto, lo hemos visto todos. Sería deseable sacar las conclusiones correspondientes y volver evidente que el “todo es lo mismo” no es una verdad verificable en lo real sino una limitación cognitiva de quién sostiene tal posición, y además un factor evidente de justificación de lo peor.
El optimista se pone en movimiento, el mundo le tira, no siente que todo sea una desgracia y no cree que la Argentina sea el país más difícil del mundo. No siente que la existencia de lo problemático en la vida sea un error de la realidad, sabe que es una dimensión inevitable y legítima. E igual es capaz de querer.
¿Por? Básicamente porque vive su vida, porque sabe que no tiene otra opción y entiende que se trata siempre de lograr lo mejor de lo posible y no de afirmar ideales que solo nos hunden más y mejor en una poesía mediocre de eterna desazón. O tal vez el optimista no sabe nada, mejor aún, la acción lo lleva: quiere, busca, trata, puede. Porque le sale dedicarse a ser real. El optimismo es mucho menos idiota que el pesimismo –pese a los aires de objetividad y suficiencia de este último–, porque no encuentra en las dificultades de la vida un motivo de reproche o de desencanto, o de abstinencia cínica. No busca captar una verdad esencial, quiere producir mundo.
“There is no political solution” cantaba Sting en The Police y en realidad podría haber cantado solo “there is no solution” y listo. Porque el primer paso del realismo –y el optimismo es absolutamente realista– es entender que la pretensión de solucionarlo todo expresa una visión en parte ignorante y en parte idealista, en el peor sentido, es decir, irreal. Condenada.
¿Por qué entonces “optimismo halcón”? Porque creo que la salida a nuestro momento requiere que seamos decisivos, contundentes, que el cambio no debe pensarse como una negociación con delincuentes sino como un corte con cierta cultura, con cierta forma de hacer las cosas.
¿Y los votantes, serán ellos también halcones? No comparto el dogma buenista de que los votantes nunca se equivocan. Digamos que hacen lo que pueden y en las últimas elecciones a presidente pudieron poco. Erraron, en su mayoría eligieron mal. Tampoco es algo tan llamativo: no es la primera ni será la última vez que algo de este tipo suceda. La realidad humana es mucho más ardua y compleja de lo que nuestro sentido común –tan identificado con el reproche– logra captar y entender. Hay que hacerse de abajo, país, de una vez por todas. Decisión, reformas y productividad. Vamos de una vez.
Creo que ser halcón no es ser extremo en el descontento y estancarse en la idea de que “a los argentinos nos han quebrado la voluntad” (ese es el vicio autocompasivo de nuestra eterna repetición característica) sino más bien lograr una adecuada comprensión de que las dificultades no pueden evitarse: hay que enfrentarlas decisivamente y que puede hacerse. Ser halcón es posición de acción y de fuerza, es creer que lo que hace falta no es un acuerdo de todas las partes sino la preeminencia de los intereses colectivos representados en la ley. Para eso, más que una conciencia a disgusto es necesario poner en primer lugar nuestras ganas de vivir. ¿Suena sonso, no, comparado con la apariencia inteligente de la amargura eterna? Bueno, nuevamente, saquemos conclusiones: amargura no ha faltado, resultados sí.