Oda a una modernidad obsoleta
Los sponsors incitan a compartir las fotos y videos con un hashtag determinado para tratar de colarse en la producción audiovisual del público que ya mismo comparte en las redes su experiencia frente a (lo que queda de) la banda alemana Kraftwerk. Frente al escenario hay un grupo de fans de los primeros tiempos (principios de los años 80) que se filman a sí mismos como si fueran los protagonistas de la noche, y para las marcas claro que lo son. Por eso prefieren estar ahí, en los posteos, que en el escenario donde al fin de cuentas lo que hay es una oda a la tecnología de ayer aunque, por momentos, como decía Cortázar del saxo Charlie Parker, Kraftwerk está tocando mañana. ¿Tocando? Esa no es la palabra adecuada para estos pioneros del tecno que de tan alemanes y modernos ya resultan románticos. Como si las música de Schubert pudiera deslizarse por la línea de montaje de Aurora-Grundig.
El tecnoanacronismo no es ni capricho ni chivo, sino una forma de contar una historia de la tecnología en la Argentina a partir de esta música que, como los retratos de Warhol, parece vaciada de toda expresión. No hay canciones aquí sino conceptos: Computer World, Trans-Europe Express, The Model, Radioactivity, Numbers…Y así. El Mundial 78 como vidriera desarrollista de un régimen poco más que medieval consiguió que los mejores estudios de arquitectura renovaran los estadios y su señaléctica, y salió al mundo con la reinvención de Canal 7 en ATC (Argentina Televisora Color). Además de propaganda militar (un oprobio llamado Adelante Juventud) en la medianoche se podía ver cine en un espacio que llevaba el nombre de una marca de televisores y electrónica aplicada: el Kenia Sharp Club tenía como cortina una música que parecía un suspiro futurista. La línea de un sintetizador atravesaba la pantalla para impactar en los hombres-máquina capaces de sintonizar con una música que parecía venir del espacio exterior.
Hay que decir, entonces, que ATC, en ese espacio módico, fue la primer caja de resonancia de Kraftwerk, al usar “Europe-Endless” (1977) como cortina. El sonido estaba a años luz del presentador, la tanda publicitaria, la Argentina toda. Incluso del rock que no estaba listo para la automatización que el grupo de Düsseldorf reclamaba. El humanismo tardohippie se había vuelto rancio y en Pelo, la revista quincenal que había nacido en 1970, la página pagada por EMI para promocionar el álbum Man Machine (1979) no alcanzó para sofocar el comentario lapidario. Donde había una cita directa al constructivismo soviético Pelo vio fascismo y estética nazi. Pero no. Así era como habían aprendido a decir “bailemos” los hijos de la posguerra y Stockhausen. La excepcionalidad de Kraftwerk no tenía lugar en la revista del pelo largo ni en los programas de radio que desafiaban la lista negra de la censura. Al contrario, la cadencia astronáutica de “Europe Endless” se hizo lugar desde el centro del aparato (en su doble acepción de artefacto y de sistema de propaganda). Aunque el Kenia Sharp Club no daba tiempo a que apareciera la voz en la pieza con su mecánica descripción de la (futura) Unión Europea: “La vida no tiene fin, Europa interminable/Parques, hoteles y palacios/Europa interminable/La vida real y vistas de postal/Europa interminable”.
Qué curioso. Esa misma tele argentina decía de unas zapatillas: “En Europa no se consiguen”. La voz la ponía el Ratón Ayala (ex San Lorenzo) con la camiseta del Atlético de Madrid y la marca del calzado deportivo llevaba por nombre el mismo adjetivo con el que Kraftwerk caracterizaba a Europa: Interminable. El aviso puesto al aire en 1976 y la canción (pieza, mejor) eran contemporáneos. Y podían encontrarse entre un programa nocturno y su tanda.
Así que ahora que los sponsors piden que comparta mis fotos (en el caso de que las hiciera) mientras suena “Europe Endless” en el Movistar Arena (de la televisión color a la telefonía celular: una historia argentina del tecno) acaso el hashtag diga algo imposible de bienificar: ATC, Kenia Sharp Club. Oda a una modernidad obsoleta.