Nicolas Shumway: “Para el nacionalismo, quienes no comparten su credo son antiargentinos”
El autor de La invención de la Argentina señala que el kirchnerismo reeditó a pensadores que reivindican la figura del caudillo como articulador de la voz del pueblo y que elaboran mitos de exclusión polarizantes
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Nicolás Shumway se acomoda en una cafetería cercana a la Biblioteca Nacional. Conoce Buenos Aires como la palma de su mano, y su “amor y fascinación” por la Argentina, dice, permanece intacta desde su primer viaje. Fue en 1975, en tiempos de Isabel Perón y López Rega. Aunque llegó al país para entrevistar a Jorge Luis Borges –con quien se encontró tres veces–, aquel proyecto inicial tomó otro camino y, con el paso de los años, se convirtió en La invención de la Argentina. Historia de una idea (Emecé), escrito originalmente en inglés en 1991, traducido al español en 1992 y abrazado calurosamente por la crítica y los lectores.
En ese libro, leído por generaciones enteras, el intelectual norteamericano traza la historia cultural de la Argentina en sus esfuerzos por forjarse una identidad, recorre el pensamiento de las grandes figuras intelectuales del siglo XIX y desarrolla el concepto de “ficciones orientadoras”. Toda nación es una invención, dirá. Se refiere, obviamente, a los mitos fundantes que les dan a los individuos “un sentimiento de nación, comunidad, identidad colectiva y un destino común nacional”.
Hay en la Argentina ideas contrapuestas –entre el caudillismo y el liberalismo, el centralismo y el federalismo– que se asomaron durante el siglo XIX pero que surcan hoy, con argumentos reciclados y actualizados, una conversación pública polarizada y agrietada, dice. No sucede solo aquí, aclara: las tensiones de los mitos contrapuestos atraviesan a varios países del mundo., que fue profesor de la Universidad de Yale, director del Instituto de Estudios Latinoamericanos en la Universidad de Texas y decano de Humanidades de la Universidad Rice (en Houston), suspendió sus viajes a la Argentina por la pandemia y ahora se dio el gusto de volver. “Vivo como un príncipe”, dice con humor en alusión al valor de su moneda, el dólar. “Es una venganza por los tiempos de la convertibilidad”.
Desde hace años lo obsesiona el mal uso del concepto “liberalismo” en la Argentina, asociado solo a la economía y no a la política: “El liberalismo es una cancha de fútbol. Muchas cosas pueden pasar dentro de esa cancha, pero todo se hace dentro de ella y todos saben cuáles son las reglas. Si no sabemos dónde están las marcas ni cuáles son las reglas del juego, no hay liberalismo, hay caos”.
Uno de los deberes del liberalismo político –dice– es controlar al mercado y reconocer que sin Gobierno no hay mercado. “El liberalismo es un campo de juego para negociar diferencias y también para negociar formas de convivencia. ¿Y qué sucede con el populismo? El populismo es una tentativa de jugar fuera de la cancha”.
Para Shumway, también autor de Historia personal de una pasión argentina (Planeta), es difícil definir al peronismo, sus divisiones, facciones y subgrupos. “Alguien dijo que la raíz verdadera de la palabra peronismo no es Perón, sino la palabra ‘pero’. ¿Amplió derechos sociales? Sí, pero... ¿Tenía tendencias fascistas? Sí, pero... ¿Ayudó a los obreros? Sí, pero... Casi todo lo que se puede decir sobre el peronismo necesita de un ‘sí, pero’”.
La vigencia de La invención de la Argentina no sorprende. Hace más de treinta años, Shumway escribió una frase que, concuerda, podría hacer sido escrita hoy: “La Argentina es una casa dividida contra sí misma”.
Toda nación tiene ficciones orientadoras que compiten entre sí. Sin embargo, la mayoría de ellas parece haber delineado un destino común y un proyecto más o menos compartido. No parece ser el caso de la Argentina.
Sin embargo, lo que sucede en nuestro país se ve cada vez más a menudo en otras naciones. Un ejemplo es lo que pasa ahora en Estados Unidos, donde hay una polarización preocupante. Sus ficciones orientadoras, señala el ensayista, están en pugna. “Estados Unidos es el país que tuvo la guerra civil más violenta del hemisferio y esa guerra produjo casi la división del país. Lo que estamos viendo ahora con el populismo de Trump y la idea de la supremacía blanca y cristiana es un debate entre las ficciones de lo que el país debería ser. También lo estamos viendo en Francia, con la ultraderecha francesa y el temor al ‘reemplazo’ de los franceses ‘auténticos’ y ‘verdaderos’ por los inmigrantes. Otros hablan de naciones espirituales. Es lo que Putin hace ahora, al justificar la invasión a Ucrania para recuperar la Rusia espiritual. Y todo lo está haciendo con la bendición del patriarca de la Iglesia Ortodoxa Rusa. Lo decía muy bien Ernest Renan: ‘Una nación es básicamente un plebiscito diario’. Una nación es una creación bastante frágil”.
"Un de las cosas más preocupantes que hizo el trumpismo es que nos hizo dudar de la viabilidad del sistema, algo inédito en EE.UU."
–¿Y cuán elásticas y ambiguas pueden ser las ficciones orientadoras en sus interpretaciones y sus usos?
–Son bastante manipulables. Trump ha sabido manipular de una forma muy hábil algunas ficciones del país, como la del país blanco y cristiano. La presencia afroamericana en Estados Unidos siempre se ha pasado por alto en los estudios históricos, escolares y académicos. Cuando yo era estudiante de secundaria casi no se hablaba de la esclavitud ni de la presencia afroamericana en Estados Unidos. Ahora estamos viendo que ha tenido una importancia enorme en la cultura, en la formación de la Constitución y en la formación de las leyes. Así que estamos pasando por un momento francamente revisionista de Estados Unidos, que me parece muy saludable. Pero la reacción a ese revisionismo también ha sido y es muy fuerte. La historia es el género más efímero de la academia porque cada generación tiene que reescribirla. Son muy pocos los libros históricos que duran más de diez o quince años.
–En La invención de la Argentina usted dice que nuestro legado ideológico “construye más una mitología de la exclusión que una idea nacional unificadora. Hay más división que pluralismo y consenso”. Eso sí parece haber perdurado en el tiempo.
–Uno de los escritores y pensadores argentinos nacionalistas más importantes, a mi criterio, es Raúl Scalabrini Ortiz. El hombre que está solo y espera es un texto fundamental para entender el pensamiento nacionalista. Ahí plantea la idea de que existe la Argentina espiritual: dice que es el espíritu de la tierra, que los verdaderos argentinos sienten ese espíritu de la tierra y que el caudillo es quien puede articular la voz del pueblo. ¿Por qué es un mito de exclusión? Porque está diciendo que quienes no comparten el pensamiento nacionalista no son argentinos o son antiargentinos. Yo he escuchado comentarios de ese tipo, que Borges no es argentino, por ejemplo, que es europeizante. Es curioso, las palabras “europeizante”, “extranjerizante” no existen en otros países, pero sí aquí, y son utilizadas para decir que algunos son argentinos de verdad y los otros son antiargentinos.
–Hay un espíritu de discordia que cruza dos siglos de historia. ¿Es una conversación que hoy se actualiza y se recicla con otras formas?
–Así es. Recuerdo que allá en tiempos de Menem yo estaba hablando con un amigo argentino que había leído El fin de la historia, de Francis Fukuyama, y me decía: “Nicolás, la tesis de tu libro realmente ya se superó. Eso no existe más”. Y lo acepté porque la historia es efímera, y está muy bien que lo que yo dije haya pasado de moda. Pero de pronto, cuando llega el kirchnerismo al poder, reeditan los libros de Scalabrini Ortiz, de Arturo Jauretche y crean la Secretaría de Coordinación Estratégica del Pensamiento Nacional. Así que esas ideas que yo expongo todavía tienen un peso en el discurso nacional argentino.
–Una de sus obsesiones es la mirada parcial y equivocada del concepto “liberalismo” en la Argentina. ¿De qué se habla cuando se habla de liberalismo aquí?
–Cuando uno dice que es liberal en la Argentina, casi siempre está hablando de un liberalismo económico. Ahora, hay dos líneas en el liberalismo histórico: una, que es la línea económica y a la que se le da importancia aquí, y la otra, que es el liberalismo político. El liberalismo político es básicamente el constitucionalismo. Mucha gente no toma en cuenta que el liberalismo es el imperio de la ley, es la separación de poderes, es la idea de que podemos negociar dentro de un sistema jurídico y es el temor frente a la concentración de poder. Adam Smith, el supuesto padre del pensamiento económico liberal en Inglaterra, apoyaba mucho al mercado pero decía que los grandes enemigos del mercado son la aristocracia y los monopolios. Entonces, el liberalismo político existe para que esa autoridad no se concentre demasiado en un solo grupo y menos en una sola persona. Básicamente, el liberalismo es antiautoritario y no quiere concentrar el poder en ningún sistema. A través de la separación de poderes y los frenos y contrapesos, el gobierno evita la concentración de poder político. El problema que yo veo con el término en la Argentina es que casi siempre se refiere a un plan económico que, básicamente, es un fundamentalismo de mercado.
–Alguna vez usted definió el liberalismo como una cancha de fútbol. ¿Podría explicarlo?
–Sí, efectivamente, el liberalismo es una cancha de fútbol. Muchas cosas pueden pasar dentro de esa cancha, muchas negociaciones y jugadas. Pero todo se hace dentro de la cancha, con reglas de juego claras que todos conocen y deben cumplir. Y si alguien viola las reglas, es sancionado y hay castigos. Esa cancha obvia y clara tiene que existir para que haya un liberalismo real. Si la cancha no existe, si no sabemos dónde están las marcas, no sabemos cuáles son las reglas del juego y no hay referí para que las cosas se hagan como deben hacerse, no hay liberalismo, sino caos. Básicamente, el sistema del liberalismo es una cancha para negociar diferencias y también para negociar formas de convivir. El liberalismo verdadero es esa cancha de fútbol. Creo que sería muy saludable para muchas sociedades, incluso en Estados Unidos, recuperar el sentido original del liberalismo. Y seguimos con la metáfora de la cancha de fútbol: el populismo se define por su tentativa a jugar fuera de la cancha.
–Ahora bien, el liberalismo político y el liberalismo económico también están en tensión.
–Sí, hay que reconocer que el liberalismo económico y el liberalismo político muchas veces se oponen; por eso, uno de los deberes del liberalismo político es controlar el mercado y reconocer que sin Gobierno no hay mercado. El punto de partida del mercado es el contrato y es el Estado el que garantiza la validez del contrato y el que también tiene que crear un medio de transferencia de bienes: la moneda. Así que sin Estado no hay mercado.
–¿Y qué piensa del término “neoliberal”?
–Neoliberal es básicamente una forma de privilegiar el mercado sobre el liberalismo político. Y debo decir que tiene poco de liberal y poco de neo.
–Las monedas fuertes son el resultado de un acuerdo y una ficción compartida. ¿Qué sucede cuando está devaluada?
–La inflación y la imprevisibilidad de la moneda argentina es uno de los problemas más serios que tienen, porque un billete en pesos debe ser un contrato entre el gobierno y el pueblo. Yo no sé cómo hacen ustedes para vivir con esa inestabilidad y ese estrés. Yo ahora tengo una pensión en dólares en los Estados Unidos y sé cuánto va a valer eso en treinta años. Ahora, uno de los problemas que veo en el populismo, por ejemplo, es que en el populismo se llega a la conclusión de que el Estado no refleja los valores del individuo. Y esa idea de que el Estado no me representa es peligrosa. Ahora, si yo creo que el Estado no me representa, entonces eso también podría llevarme a otros sistemas, y casi siempre son sistemas autoritarios que terminan mal.
–La idea de “nación”, de moneda y de democracia son, de algún modo, “plebiscitos diarios”, para usar las palabras de Renan. ¿Qué sucede cuando se rompen esos acuerdos?
–Si no hay un acuerdo profundo con el sistema, estamos entrando en un terreno peligroso. Aquí puedo hablar de Estados Unidos. Una de las cosas más preocupantes que hizo el trumpismo es que nos hizo dudar de la viabilidad del sistema. En Estados Unidos siempre hemos creído que, aunque el Estado sea imperfecto, el sistema mismo es sólido y uno puede y debe trabajar dentro del sistema. Pondría como ejemplo a Martin Luther King. King fue irrefutable porque fundaba todo su pensamiento en los mejores documentos del liberalismo norteamericano y en la Biblia. Entonces, ¿quién iba a discutir con él? Fue muy crítico del gobierno, pero apoyaba al sistema, trabajaba dentro de él y nunca habló de revoluciones. Ahora, el miedo que yo tengo del populismo trumpista es que la gente ya no crea en el sistema.
–Sobre todo, porque las formas actuales de tumbar las democracias son distintas a las de otras épocas: sin tanques ni revoluciones. Los líderes son elegidos democráticamente y corroen el sistema desde adentro.
–Así es. El 6 de enero de 2021, por primera vez, vimos en Estados Unidos la invasión y el asalto al Capitolio. ¿Cómo se dice golpe de Estado en inglés? La palabra no existe. No tenemos un término para eso. Para hablar de golpe de Estado, en Estados Unidos usamos la expresión en francés: coup d’État. Eso es así, en cierto modo, porque esa idea no es parte de nuestra historia. Eso cambió el 6 de enero, porque lo que vimos ese día fue una tentativa de un golpe de Estado.
Una mirada analítica y comprometida
PERFIL: Nicolas Shumway
■ Nicolas Shumway nació en Arizona. Es doctor en Literatura, especializado en letras latinoamericanas; fue profesor de la Universidad de Yale, director del Instituto de Estudios Latinoamericanos en la Universidad de Texas y decano de Humanidades de la Universidad Rice.
■ En 1991, tras vivir varios años en nuestro país, publicó en inglés La invención de la Argentina. Historia de una idea, reconocido por The New York Times como uno de los libros del año. En 1992, el libro fue publicado por Emecé en español.
■ En 2011 publicó Historia personal de una pasión argentina (Planeta), en el que reflexiona, en clave más personal, sobre nuestro país y las ideas y tensiones que marcaron su historia.
■ Vino de visita este mes al país a disertar sobre “Los desafíos del populismo contemporáneo”, invitado por el Yale Club de la Argentina.