Najat El Hatchmi: “La patria son las personas que queremos y nos quieren”
Ganadora del Premio Nadal, nació en Marruecos, vive en Cataluña y escribe en catalán y en español; defensora de la causa feminista, descree de los nacionalismos y las identidades excluyentes
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Cuando tenía 8 años, sus padres decidieron abandonar Nador, una ciudad marroquí a 15 kilómetros de Melilla, y apostar por otra vida. Otro continente, otra lengua, otro mundo. Europa, y más precisamente el municipio de Vic, a 70 km de la ciudad de Barcelona, recibió a esta familia musulmana. Najat El Hachmi (Marruecos, 1979) habla amazigh con su madre; castellano, con sus hermanos, la lengua que aprendió en el patio de la escuela; y catalán con sus hijos, el idioma de las aulas. Hoy se dedica a tiempo completo a la literatura. Su última novela, El lunes nos querrán (Destino), obtuvo el prestigioso Premio Nadal. Cuenta la historia de dos amigas adolescentes musulmanas que viven en Barcelona y su búsqueda por conquistar parcelas de independencia.
Antes de dedicarse a la escritura, El Hachmi ofició como puente entre dos culturas: se despeñó como mediadora y técnica de acogida en España. En 2008 publicó El último patriarca, novela por la que obtuvo el Premio Ramón Llull, el Prix Ulysse y que resultó finalista del Prix Mediterranée Étranger. El Hachmi escribe habitualmente columnas de opinión en el diario El País y escribió un manifiesto feminista en 2019, Siempre han hablado por nosotras (Destino), donde critica la imposición del uso del hiyab (“el velo es una prisión ambulante”), e indaga sobre el silencio al que se ha sometido a las mujeres del mundo islámico: “Todavía hoy, cuando escribo para opinar sobre temas relacionados con mi origen, con mi condición de hija de una familia musulmana marroquí, me tiemblan las manos, tecleo con miedo de ser castigada, una vez más, por romper el silencio que me han impuesto desde pequeña”.
–En una de sus últimas columnas se refiere a la dictadura de la estética. ¿Por qué piensa que vivimos regidos por estas leyes? ¿Es síntoma de un mundo superficial y consumista? ¿Por qué estamos obsesionados por ser bellos y jóvenes?
–Hay una presión capitalista muy importante. Hay una industria que se ha dedicado a crear necesidades que no existían. Esto está unido a un malestar propio del mundo de la velocidad, del aislamiento, de la ruptura de los vínculos afectivos. Creo es que la consecuencia de una sociedad que va mercantilizando todo. Hubo un tiempo en el que la belleza estaba de algún modo penalizada, porque las mujeres más bellas eran consideras peligrosas. Pero, a partir de cierto momento, esto cambió para entrar de lleno en una suerte de explotación. Esta imposición coincide con lo que nos está pasando a las mujeres a nivel individual: la idea de que las cosas no funcionan, de que el lugar que ocupamos en el mundo no es justo, de que estamos siempre teniendo que batallar por todo. Aparece la idea de invertir. “Si inviertes en belleza, todo te va a ir bien, te va ir mejor”. En general, las mujeres que son modelo de éxito suelen estar muy modificadas, muy procesadas. Hoy, entre tanta máscara, es difícil reconocer la belleza natural. Y también está el vacío, que tiene que ver con la falta de profundidad y de introspección propio de la actualidad.
–En definitiva, somos seres frágiles.
–Sí, pero el problema no es la belleza, sino la explotación de esa necesidad de ser bellas. Nos miramos en el espejo que es el otro. No tenemos otra forma de calibrar nuestra valía. Tenemos que fiarnos de lo que otros nos dicen.
“En Oriente, el hecho de que existan leyes discriminatorias que tienen un origen religioso supone un techo muy importante para la mujer”
–Las adolescentes de El lunes nos querrán, musulmanas, rompen con muchos prejuicios, luchan por desprenderse de los corset y los velos, pero lo hacen desde Europa. ¿Es posible una rebelión así pero en Oriente?
–Sí. Hay muchas mujeres jóvenes hoy y otras que llevan décadas luchando por conquistar pequeñas parcelas de libertad. Ha habido un trabajo muy importante, sobre todo por parte de las mujeres feministas. Queda mucho por hacer aún. Para empezar, el hecho de que existan leyes discriminatorias que tienen un origen religioso supone un techo muy importante para la mujer. Sin embargo, en ciertos contextos se puede avanzar mucho porque, a pesar de las leyes, socialmente no se ven mal ciertos comportamientos.
–¿Por ejemplo?
–En Marruecos hay gente que tiene relaciones antes del matrimonio. Allí esto constituye un delito, pero hay contextos en los que eso es tolerado, a pesar de que siempre esté la Espada de Damocles sobre ti, de que la ley puede caerte encima. En Europa, mujeres como las que aparecen en mi novela tienen la ventaja de que no existen esas leyes. La desventaja es que, por proceder de esos países, se las discrimina doblemente. Quiero decir, se considera que por su origen van a tolerar mejor la discriminación por ser mujeres. Hay una fusión entre el racismo y el machismo que se vuelve en una condena. ¿Cómo se cambia eso cuando se supone que la ley te ampara, pero hay segregación a nivel urbano? Se crean mini sociedades donde esas leyes quedan en stand by.
–¿Hay aún machismo en el mundo editorial?
–Hay mucha resistencia al cambio en el mundo del libro. No sé si tanto en el mundo editorial mismo, pero sí hay resistencias por parte de algunos hombres, que creen tener la potestad de decir qué es y qué no es literatura. Se descarta a las mujeres en una especie de defensa de la literatura en mayúsculas. Son estos guardianes de la literatura que dicen no verse afectados por la corrección política, porque así explican el hecho de que haya mujeres escritoras, que saquen la cabeza, algunas con éxito de venta. Así se menosprecia el trabajo que estamos haciendo y también a nuestras lectoras, porque ellas no dejan de leer a escritores por ser hombres, pero sí hay hombres que dejan de leer a mujeres por ser mujeres. El cambio lo están provocando las lectoras: están eligiendo qué nuevos temas se incorporan a la industria y esperemos que, en algún momento, al canon. Muchas de las cuestiones que nos han preocupado no estaban retratadas en la literatura y éramos incluidas en una especie de subgénero de la literatura. Pero no somos un subgénero; somos la mitad de la humanidad.
“Claro que soy catalana, pero defiendo que hay muchas formas de entender esa catalanidad y la mía es una catalanidad inclusiva, abierta al mundo, que huye de los esencialismos”
–Escribe en catalán y en español, vive en Cataluña, nació en Marruecos. La identidad es uno de sus temas. ¿Cómo se define?
–Creo que la identidad la forma mi propio relato. Muchas veces las etiquetas no contienen suficientes matices. Claro que soy catalana, pero defiendo que hay muchas formas de entender esa catalanidad y la mía es una catalanidad inclusiva, abierta al mundo, que huye de los esencialismos. Eso se puede aplicar a todas mis parcelas identitarias. También soy española. Dentro de esa españolidad, me tocó la catalanidad. Luego, como marroquí también tengo muchos matices, porque vengo de una zona del norte, que tiene una lengua distinta a la que se habla en Marruecos. Mi pequeña patria es el lugar de donde procedo: las mujeres de mi familia, la zona donde nací. Después de darle muchas vueltas al tema de la identidad, llegué a la conclusión de que lo más importantes es que pertenecemos a las personas que son importantes en nuestra vida, que queremos y nos quieren. Esa es la patria. Ahí cabe muchísimas gente, incluso amores no reales, vinculaciones intelectuales. Creo que somos demasiados complejos para ubicarnos bajo una sola etiqueta.
–¿Cómo es vivir en Cataluña, en una sociedad tan dividida por el independentismo? ¿Le afecta esta división?
–Esto es muy reciente. Antes del procés la situación era otra. Ten en cuenta que la población de Cataluña procede, de un modo u otro, de otros sitios. La última ola migratoria fue de otros países, pero también ha habido migración de otras zonas de España. Una cosa es la de la identidad y la otra es la política. Depende mucho del contexto en el que te encuentres. Tuve la suerte que, cuando llegué a finales de los años 80, en el barrio donde aterrizamos nos acogieron con normalidad y nos hicieron sentir muy a gusto. Esa experiencia marcó un destino. Otras personas no tuvieron tanta suerte y sintieron ese rechazo. Ese primer momento es muy importante. El problema no es la diferencia, el problema es que aparezca la intolerancia.
“Aprendí vivir sin estar muy pendiente del racismo porque eso te condiciona completamente y dejas de ver la otra parte de la sociedad, aquellas personas que no tienen ningún problema contigo”
–¿Siente que en España, quizá en comparación con Francia, los inmigrantes y en particular los inmigrantes musulmanes se han adaptado mejor a la sociedad?
–No sé qué decirte. Hay una parte de la sociedad que tiene conciencia de lo que supone el proceso migratorio y no está sumándole más dificultades a los inmigrantes, pero también hay un sector que ha construido el estereotipo del otro con una historia colonial detrás. Es ahí donde se expresa el racismo. Se niega muchas veces la existencia de ese racismo, pero existe. He aprendido a vivir sin estar demasiado pendiente del racismo porque eso te condiciona completamente y dejas de ver la otra parte de la sociedad, aquellas personas que no tienen ningún problema contigo.
–¿Cómo analiza la crisis migratoria? ¿Qué se podría hacer para resolver la situación?
–Bueno, suena utópico, pero el problema está en los países de origen, donde no hay esperanza en el futuro. Todo el mundo se quiere ir de Marruecos, incluso las clases altas, porque el entorno es de falta de libertad en muchos sentidos. No se sostiene este mundo con este nivel de desigualdad, no solamente económica, sino en derechos fundamentales. No sé cómo se hace, no tengo la respuesta, pero me duele ver cómo las personas son siempre utilizadas a nivel geopolítico como armas. En Marruecos, este verano se arrojó gente al mar y eso fue tremendamente doloroso; lo veo también en Bielorrusia, donde las personas son una especie de munición. Se anula completamente su condición de seres humanos. A los inmigrantes se les rebajó mucho su condición de seres humanos.
–Parafraseando el título de su novela, y en virtud de esa necesidad de ser queridos que tenemos los seres humanos, ¿usted escribe para que la quieran?
–Sí, claro, para que me quieran. Y escribir es también un acto de amor. Creo que es el acto de amor más importante que realizo en mi vida. Es una proyección hacia el otro, un querer entregar, un querer ofrecer algo, y a la vez requiere una confianza y una esperanza en que el lector podrá recoger esa entrega que yo le haga. Escribir, y lo que escribo, es lo que más y mejor me define. Mucho más que haber nacido en algún sitio, hacer crecido en algún lugar. Incluso te diría que más que ser mujer.