Muratov, el Nobel que lucha por mantener viva la verdad en Rusia
El director del diario Novaya Gazeta y sus periodistas siguen informando a pesar de las presiones del régimen
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WASHINGTON
Minutos después de que el presidente ruso Vladimir Putin lanzara su guerra contra Ucrania, el ganador del Premio Nobel de la Paz en 2021 y editor del diario independiente ruso Novaya Gazeta, Dmitri Muratov, convocó a una reunión de emergencia. “Estamos de duelo”, anunció en un video tras la reunión en la redacción del diario en Moscú. “Nuestro país, por órdenes del presidente Putin, le ha declarado la guerra a Ucrania y no hay quien pueda frenarlo. Así que además del duelo, cargamos con la vergüenza”.
Muratov canalizó la agonía que se vivía en su redacción en forma de desafío. “Rusia bombardea Ucrania”, tituló con inmensas letras en la tapa de la siguiente edición del diario, con las notas publicadas en formato bilingüe, en ruso y ucraniano. “No reconocemos a Ucrania como enemigo ni el ucraniano como el idioma del enemigo”, dice Muratov en el video. “Y nunca lo haremos.”
"Muratov ha enfrentado el mismo dilema de los que se atrevieron a mirar a los ojos al despotismo: aferrarse a la pureza de los ideales, y por lo tanto cerrar el diario, o seguir presionando dentro de las restricciones de un sistema represivo y así mantener viva la publicación"
Un mes después, ese titular del diario sería ilegal. Y Muratov es el último hombre que sigue en pie entre Putin y los medios independientes en Rusia. A sus 60 años, es un defensor acérrimo del periodismo ruso y viene piloteando el Novaya Gazeta desde hace décadas, que incluyeron momentos desgarradores, como el asesinato de sus propios periodistas. Y ahora que su país ha virado definitivamente hacia el totalitarismo, enfrenta la posible muerte del periodismo ruso en sí mismo.
En el camino, Muratov ha enfrentado el mismo dilema de los que se atrevieron a mirar a los ojos al despotismo: aferrarse a la pureza de los ideales, y por lo tanto cerrar el diario, o seguir presionando dentro de las restricciones de un sistema represivo y así mantener viva la publicación.
Optó por lo segundo. Mientras que miles de periodistas huyeron de Rusia, Muratov sigue en Moscú y publica el Novaya Gazeta tres veces por semana. Pero el diario debe ceñirse a la nueva ley de censura aprobada el 4 de marzo, que pena con hasta 15 años de cárcel la publicación de lo que Rusia llama “noticias falsas” sobre las acciones militares del país. Entre otras cosas, eso implica que los medios rusos no pueden decir que la guerra es una guerra: deben llamarla “operación militar especial”.
Técnicamente, el Novaya Gazeta cumple con la nueva ley rusa, pero eso no implica que haya agachado la cabeza: sigue confiando en los relatos visuales, los testimonios de primera mano, las omisiones flagrantes y los sobreentendidos para transmitir los horrores de la guerra a los lectores rusos que saben leer entre líneas.
“Miren, no me voy disparar un tiro en el pie y abandonar como si nada esta batalla por la información”, dice Muratov en una entrevista telefónica desde Moscú. “Cuando el gobierno nos quiera clausurar, lo va a hacer. Pero no voy a ser yo quien apague las luces, contradiciendo la voluntad de nuestros periodistas y lectores.”
Durante gran parte de la historia moderna de Rusia, la libertad de prensa ha sido la excepción. Pero en la década de 1980, la política de “deshielo” del líder soviético Mikhail Gorbachov generó una apertura para el periodismo crítico que se consolidó tras la caída de la Unión Soviética en 1991.
En 1993, Muratov y un grupo de periodistas se desvincularon del Komsomolskaya Pravda, por entonces órgano oficial de la liga juvenil del Partido Comunista, y fundaron el Novaya Gazeta. Los periodistas tuvieron que poner dinero de su bolsillo y recibieron ayuda de Gorbachov, que les entregó parte del dinero de su Premio Nobel de la Paz para que compraran las computadoras de la nueva redacción.
En aquel momento, parecía que la libertad de prensa había llegado a Rusia de manera irrevocable. A fines de 1993, los rusos votaron a favor de una nueva Constitución, que especificaba claramente, como lo hace aún hoy, que “la libertad de los medios está garantizada; la censura está prohibida”.
"Muratov anunció que él y su diario habían decidido subastar la medalla del Nobel y entregar lo recaudado a los refugiados ucranianos"
El Novaya se convirtió en la publicación de referencia de la intelligentsia progresista de Rusia. Pero en la década siguiente, a medida que Putin fue tomando el control para construir su máquina de propaganda, el Novaya empezó a sufrir presiones: entre 2000 y 2009, seis personas del equipo del diario fueron asesinadas o aparecieron muertas de manera misteriosa, incluida la periodista estrella Anna Politkovskaya, muerta de un disparo en el ascensor de su edificio en 2006.
En terapia intensiva
Para diciembre de 2021, cuando Muratov llegó a Oslo para recibir el Premio Nobel de la Paz –junto con la coganadora periodista filipina Maria Ressa–, los medios independientes de Rusia ya estaban en terapia intensiva. Los funcionarios de Putin habían etiquetado a muchos de los mejores periodistas del país como “agentes extranjeros”, obligándolos a exiliarse.
En su discurso de aceptación del Nobel, Muratov advirtió que el gobierno de Rusia estaba agitando un clima de guerra, y dijo que los periodistas seguirían cumpliendo su misión de dar testimonio de los hechos. “Mientras los gobiernos siguen tratando de mejorar el pasado, los periodistas tratamos de mejorar el futuro.”
En estos días, Muratov anunció que él y su diario habían decidido subastar la medalla del Nobel y entregar lo recaudado a los refugiados ucranianos.
Cuando Putin invadió Ucrania, los reporteros y editores del Novaya Gazeta ya habían sostenido una seria conversación sobre cuál sería la respuesta del periódico y sobre las dificultades de trabajar en condiciones de guerra. “No podés seguir viviendo igual que antes si los aviones y la artillería de tu país están demoliendo las ciudades de un país vecino”, dice Muratov.
En dos días, el ente regulador de las comunicaciones de Rusia, el Rozkomnadzor, amenazó con bloquear la salida del Novaya Gazeta y exigió la eliminación de “información falsa sobre el bombardeo de ciudades ucranianas y la muerte de civiles ucranianos como resultado de las actividades del ejército ruso”. Muratov respondió que seguiría confiando en los informes de sus corresponsales. Después, en una entrevista concedida a la revista The New Yorker, Muratov señaló: “Respetamos la soberanía de Ucrania… y también la soberanía del Novaya Gazeta”.
La presión estatal iba en aumento. Las autoridades bloquearon Facebook y desconectaron la estación de radio Eco de Moscú. La policía arrestó a miles de manifestantes en todo el país. La cobertura del Novaya documentó que cientos de rusos habían sido despedidos de sus trabajos por expresar su oposición a la guerra. El 4 de marzo, Putin promulgó la nueva ley sobre noticias “falsas”. El canal independiente TV Rain dejó de transmitir y cientos de periodistas más huyeron del país.
El periódico convocó a otra reunión de emergencia, donde evaluaron dos posibles cursos de acción. “La primera opción era cerrar, porque es imposible trabajar bajo censura de tiempos de guerra, y dejaríamos expuestos a muchos de nuestros colaboradores a un juicio penal, ya que el gobierno es capaz de declarar ‘falsa’ cualquier noticia”, dice Muratov.
“La segunda opción era escribir un descargo de responsabilidad para explicarles a los lectores que seguíamos trabajando porque hay información muy importante para comunicar, pero que lo hacíamos en condiciones de guerra, y que no teníamos más remedio que autocensurarnos.”
Muratov decidió poner las dos opciones a consideración de los seguidores de la plataforma de financiación colectiva del periódico, un grupo de lectores leales que el periódico llama sus “cómplices”, y realizó una encuesta. De las 7800 respuestas, el 96% quiso que el periódico siguiera abierto. La sala de redacción recibió 3500 cartas en 24 horas, todas para pedir que el periódico no cerrara.
Días después, el periódico publicó su primera edición bajo las nuevas reglas. El titular de tapa decía: “Esta edición del Novaya se ajusta a todas las leyes del código penal reformado de Rusia”. Debajo había una imagen de cuatro bailarinas interpretando El lago de los cisnes frente a una gigantesca nube en forma de hongo. El mensaje era claro: durante el intento de golpe de 1991 contra Gorbachov, la televisión estatal rusa transmitió El lago de los cisnes, y desde entonces, para los rusos, ese ballet es sinónimo de una crisis que el gobierno quiere ocultar.
“¡Hola a todos, este es el servicio de información online del Novaya Gazeta! Prometimos aprender a vivir y escribir bajo las garras de la censura militar y acá estamos. ¡Ya volvimos!”, escribió Nikita Kondratyev, jefe del servicio, el 16 de marzo. “Sí, al periodismo ruso le están arrancando los últimos dientes”, escribió. “Pero tiene la maravillosa habilidad de hacer crecer dientes nuevos.”
Traducción de Jaime Arrambide