Mitos, límites y efectos a futuro de la industrialización peronista
En su último libro, El mito de la industrialización peronista, el economista Emilio Ocampo describe cómo, tras la Segunda Guerra Mundial, el país hipotecó el largo plazo
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Decía el Premio Nobel de Economía Simon Kuznets que había dos países cuyo sendero de desarrollo la teoría económica no podía explicar: Japón y la Argentina. Otro Nobel, Paul Samuelson, hablaba de la “enfermedad argentina”. El enigma que excitaba la curiosidad de estos estudiosos tenía que ver con la pauta curvilínea de desarrollo del país: el cambio brusco de su trayectoria económica (y también política, pero ese es otro tema), a partir de la Segundo Guerra Mundial. ¿Por qué ese punto de inflexión en la década de los 40?
Desde su incorporación a la economía mundial como gran exportador de productos de agricultura templada hasta la Segunda Guerra, las instituciones económicas argentinas se asemejaban a lo que la literatura económica de entreguerras llamaba “tierras de asentamiento reciente”, caracterizadas por una población predominantemente inmigrante, razón tierra-trabajo alta (es decir, escasez de mano de obra), exportación de commodities con fuertes eslabonamientos al resto de la economía (o sea, mecanismos de diversificación) y altos niveles de vida y movilidad social. Desde mediados del siglo pasado en adelante, la estructura económica y social argentina fue adquiriendo los rasgos propios del país subdesarrollado: dualismo social intenso, exceso de oferta de mano de obra no calificada, fuerte presencia de mercados informales de trabajo, ingresos relativamente bajos. A partir de mediados del siglo pasado, el ingreso per capita argentino se alejó del de los países de Europa Occidental con los que antes se comparaba, y terminó dentro del rango latinoamericano, y no entre los más altos del continente.
Un determinante central de la declinación argentina fue el tipo radical de industrialización sustitutiva de importaciones establecido a partir de la Segunda Guerra: protección arancelaria y no arancelaria poco discriminada y no selectiva, ilimitada en el tiempo y no temporaria, e incondicional y no contingente a la eventual competitividad. Este tipo de política industrial produjo resultados altamente positivos en lo inmediato, en términos de crecimiento de la producción, el empleo y el nivel de vida de la clase trabajadora, pero en el largo plazo llevó a la concentración de gran parte del capital y el trabajo del país en un sector industrial en gran parte no competitivo, que solo puede sobrevivir con altas tasas de protección. La consecuencia ha sido la generación de fuerzas sociales políticamente poderosas (capitalistas orientados hacia el mercado interno, los sindicatos que representan a sus trabajadores, los sectores de la clase media vinculados a ellos) cuyos intereses materiales de corto plazo están comprometidos con la preservación de una economía estancada y una sociedad bloqueada. Un caso clásico de lo que la ciencia social llama un problema de acción colectiva.
El libro El mito de la industrialización peronista (Claridad), de Emilio Ocampo, aborda un tema central del análisis de este punto de inflexión: ¿hubiera sido viable un curso de industrialización alternativo, y cuales hubieran sido sus consecuencias? “Entre 1942 y 1955, la Argentina perdió la mejor oportunidad que tuvo en su historia para transformarse en una democracia moderna con una economía industrial competitiva e integrada al mundo”, escribe Ocampo. Esta conclusión, que se basa en un análisis empírico, es la contribución mas importante del libro. Ocampo compara las tasas de crecimiento argentino en el periodo 1944-1955 con el de 11 países de América Latina, Europa y Asia, cuyas economías eran semejantes a la Argentina de esa época en variables relevantes, y que siguieron políticas alternativas de industrialización accesibles para la Argentina: apertura moderada (similar a la existente antes de la Depresión), promoción activa de exportaciones manufactureras (como la que siguieron varios países asiáticos a partir de la década del 60), y protección selectiva y temporaria. El desempeño argentino fue inferior al de todos ellos. Ocampo realiza un análisis contrafáctico, fundado en supuestos en principio plausibles, y encuentra probable que cualquiera de esas alternativas hubiera rendido mejores resultados que la que fue implementada en ese periodo.
El proceso de industrialización avanzó fuertemente en esos años; el problema residió en su diseño, como lo demuestra Ocampo. Y su consecuencia más negativa fue su institucionalización en las décadas posteriores, que terminó transformando la economía y la sociedad argentinas y generando un país bloqueado.