Milei y la construcción de un liderazgo
El gobierno de La Libertad Avanza representa una experiencia inédita en la Argentina. Nunca antes un economista había llegado a la presidencia de la Nación, donde se habían alternado abogados, militares o médicos, muchos de ellos con estruendosos fracasos en la materia en la que se especializa Javier Milei. Sin embargo, esa aparente ventaja de origen no es necesariamente una garantía para el éxito de su gestión. Los problemas económicos más complejos y urgentes del país fueron originados por factores de naturaleza eminentemente política.
Tras el retroceso de partidos políticos y coaliciones que habían controlado los gobiernos de las últimas cuatro décadas, lo novedoso y rupturista de Milei es que no proviene de un partido tradicional ni es producto del armado de una coalición como las dos últimas frustradas experiencias. Estamos ante la construcción de un incipiente liderazgo unipersonal, y la capacidad política del presidente es aún indescifrable. Mas allá de lo que pueda implementar como economista, la duda fundamental está centrada en su estrategia política.
Esta falta de certezas se manifiesta en medio de una profunda crisis, con una compleja herencia recibida. La Argentina se encuentra en una dimensión desconocida y con pronóstico reservado, lo que acaso augura una transformación radical en el sistema de representación tradicional.
"Transformar la presente decadencia no se logrará sin consensos, ni con visiones únicas y autoritarias"
El politólogo francés Bernard Manin describió las características de la crisis en la representación política en Occidente, algunas de las cuales permiten comprender el triunfo de Milei. Su enfoque destaca que la representación atraviesa un proceso de “metamorfosis”. Ya no hay una fuerte relación de confianza entre votantes y partidos políticos. Hoy la ciudadanía modifica su voto de unas elecciones a otras y es cada vez más tenue la identificación con los partidos existentes. Los políticos suelen alcanzar el poder gracias a sus capacidades mediáticas, y se amplia la brecha entre gobierno y sociedad.
Manin habla de una “democracia de audiencia”, donde los ciudadanos se comportan como electores “flotantes” que tienden a votar a “personajes mediáticos” en lugar de partidos o programas. Los candidatos, conscientes de que tendrán que enfrentarse a lo imprevisto, evitan atarse las manos para conservar cierta libertad de acción una vez en el cargo. Las “promesas” electorales suponen imágenes relativamente nebulosas ya que, en circunstancias excepcionales, los líderes precisan de poderes discrecionales.
Evidentemente, Milei accedió al Ejecutivo favorecido por el fenómeno de metamorfosis descripto y por la suma de incapacidades de sus antecesores. Pero no solo la economía definirá el éxito de su gestión, sino centralmente su capacidad política. De allí la necesidad de construir su liderazgo. Una ciudadanía cambiante, heterogénea, sin claras identificaciones y proclive a los apoyos efímeros, podría limitar en el futuro su capacidad de poder.
"Más que a “las fuerzas del cielo”, el Presidente deberá encomendarse a la construcción de su liderazgo"
En el inicio de su gobierno y con un apoyo parlamentario exiguo, Milei intenta avanzar en sus reformas sobreestimando la contundencia del apoyo que lo depositó en la presidencia. Tanto en las PASO como en las elecciones generales obtuvo un 30% de los sufragios y una limitada representación en ambas cámaras (7 senadores y 38 diputados nacionales). Dos tercios del electorado votó por otras opciones. Probablemente, un caudal significativo del apoyo en el balotaje para derrotar a Sergio Massa haya representado un castigo al gobierno saliente, más que una identificación irrestricta con las ideas libertarias. La ciudadanía no parece haber firmado un cheque en blanco a las aspiraciones transformadoras de la nueva gestión.
En ese contexto, podría significar un error no forzado apostar por una estrategia de “todo o nada” a través de un decreto de necesidad y urgencia y de un proyecto de ley ómnibus que nuclean más de 1000 artículos, con la pretensión de transformar radicalmente el statu quo. No resulta virtuoso, más allá de la validez del recurso, modificar por decreto una parte sustancial de la vida de los argentinos. Tampoco suponer que el trámite parlamentario, con minorías legislativas para la aprobación de una ambiciosa normativa, pueda resultar favorable sin debates ni lógicas restricciones. Las concesiones que el Gobierno hizo esta semana a los bloques dialoguistas de la oposición parecen indicar que el oficialismo, necesitado de construir una mayoría, empieza a comprender esto.
De cualquier modo, la magnitud de sus ambiciones pone en juego su capacidad política. Buscar imponerse sin apelar al diálogo, la articulación y la negociación que toda democracia supone podría derivar en posiciones autoritarias o mesiánicas que agravarían la crisis.
El giro pragmático por sobre sus posturas dogmáticas más extremas, al inicio de su gestión fue auspicioso. La incorporación de funcionaros del peronismo cordobés y de un sector del PRO a su gobierno potenciaron su capacidad de maniobra en un contexto de equilibrios delicados.
Más que a “las fuerzas del cielo”, el Presidente deberá encomendarse a la construcción de su liderazgo. Transformar la presente decadencia no se logrará sin consensos, ni con visiones únicas y autoritarias. Hará falta mucha audacia para impulsar reformas que afectan a sectores que defienden sus privilegios y traban el desarrollo. Pero implementar una estrategia política exitosa será imprescindible para salir del círculo vicioso en el que cada crisis deriva en otra más grave.
Periodista y politólogo