Milei no acepta socios, busca subordinados
Cuando no tropieza con una oportunidad, Javier Milei la provoca; no hay día en el que el Presidente no se anote en una guerra verbal para adaptar la realidad a su pensamiento. El mundo es bastante diferente a su ideal, según su perspectiva, y bajo esa misma mirada corre riesgos todavía más tremebundos de los males que ya padece.
En lo que va de gestión han bastado dos conferencias –Davos y Washington– para conocer la dimensión extrema de sus convicciones. Los duros cruces con diversos sectores de la Argentina fueron a su vez muestra para establecer la manera en la que está intentando transformar el país.
Queda claro que detrás de su irascible forma de relacionarse Milei no solo guarda una personalidad explosiva sino un método de construcción política. No terminan de entenderlo los políticos que tratan de relacionarse con él con modos y formas que el Presidente rechaza.
"El Presidente rechaza alianzas con quienes se ofrecen por proximidad ideológica pero sin subordinarse"
Su rápida llegada al poder no ocultó lo fundamental: el Presidente se mostró como candidato tal cual es ahora en funciones. Está cumpliendo su promesa de usar la motosierra y de arrancar a tirones la gigantesca y deforme estructura del Estado.
Un tercio del electorado eligió al libertario en las primeras dos elecciones nacionales y, clasificado para la segunda vuelta, logró decisivos 26 puntos porcentuales que en un principio habían elegido a versiones liberales menos virulentas para sacar al kirchnerismo del poder e impedir su continuidad a través de Sergio Massa. Paréntesis necesario: una fracción muy significativa de esos votos que al final fueron a Milei antes habían pasado por Patricia Bullrich, que representó sin suerte el papel de una candidata a “todo o nada”, tal su consigna.
El sentido final del voto mayoritario de los argentinos fue asumido por Milei como lo que en verdad significa, un mandato de fuerte transformación social y económica y un sistema de poder distinto a partir de una nueva jefatura.
"En cada posteo agresivo contra quienes Milei pone en la mira habita la decisión de obligar a los argentinos a definirse a su favor"
El Presidente va por ambas cosas al mismo tiempo en nombre de una épica celestial en la que se ve como un heredero de Moisés. Quiere ser mirado como el único en condiciones de comprender a fondo las verdades que postula; verdades que como tales no pueden ser discutidas sino aceptadas o rechazadas en su totalidad.
El planteo que esgrime puede ser interpretado desde una perspectiva más terrenal. Su elección confirmó que el sistema político estaba destruido y que solo restaba que los argentinos decidieran romper con la costumbre de alternar en el poder a dos coaliciones, el peronismo kirchnerista y Juntos por el Cambio.
Es todavía más profunda la decisión; la derrota en común que comparten el peronismo, por no poder seguir en el poder, y Juntos, por no haber podido regresar a él, destruyó los vínculos internos que aglutinaban a cada uno de esos bloques.
El peronismo volvió a ser un archipiélago disperso con los puentes destruidos, más propenso a estrategias individuales que a una acción en común. Cristina Kirchner no está en condiciones de reunir a todos, y mucho menos ahora, que comenzó una fase judicial en la que las condenas serán una noticia corriente.
"El Presidente no quiere socios transitorios que representen algo distinto que su propio liderazgo"
Hay peronistas que quieren negociar con el Gobierno, pero no terminan de abrir ninguna puerta confiable. Es posible que no la haya. Hay otros que quieren oponerse radicalmente en nombre de consignas y conquistas aniquiladas por el fracaso de sus propias gestiones.
El único punto en común del otrora enorme conglomerado oficialista es una especulación: establecer la potencial fragilidad política del Presidente para unirse en torno a su derrocamiento.
Juntos por el Cambio no presenta mejores expectativas. Al contrario. No solo se han separado los partidos que lo integraban, sino que profundas grietas denuncian divisiones en el interior del PRO y del radicalismo. Como en el caso del peronismo, esas divisiones tienen que ver con el interés en estar más cerca o más lejos de Milei.
Hay un dato pasado por alto por peronistas y cambiemitas en sus intentos de conexión con el Gobierno para acompañarlo o atacarlo. Milei no quiere nada con ellos y su único interés respecto de la dirigencia anterior a su llegada es usarla como ejemplo de lo que ya fue o de lo que debe dejar de ser.
Hay un hecho expuesto desde el primer momento, pero torpemente subestimado o malinterpretado por sus oponentes. Cuando el Presidente describe a todos los políticos que no son él o su reducido grupo de incondicionales como “la casta”, no es que se aferre a un acierto electoral, sino que expresa una actitud real de completo desprecio y rechazo a acordar con cualquier dirigente que no evidencie incondicionalidad hacia su jefatura.
Como máxima concesión, Milei acepta no hablar mal de Mauricio Macri, aunque se ataja de todos los intentos de acercamiento concreto del expresidente a ocupar lugar en el esquema de poder.
El Presidente no quiere socios transitorios que representen algo distinto que su propio liderazgo, algunos de los cuales se ofrecieron a acompañarlo en nombre de una coincidencia sobre la necesidad de un cambio estructural del país. Y mucho menos ha querido transacciones clásicas como votos en el Congreso a cambio de fondos para gobernar las provincias o para contentar a distintos sectores económicos o sindicales. Cuando pudo rompió esas negociaciones al extremo de convertir en pecado cualquier tipo de acuerdo que no sea aceptar lo que él decide.
Milei no va en busca de los dirigentes. En su cruzada libertaria, busca el apoyo directo de los votantes que el viejo sistema político cree haberle prestado. En cada posteo agresivo contra quienes pone en la mira habita la decisión de obligar a los argentinos a definirse a su favor y de buscar la ruptura completa con sus afinidades políticas anteriores a su aparición.
Es un nuevo ensayo de dividir entre quienes están a favor o en contra del líder sin matices ni reparos. Es algo nuevo y también algo viejo.