Milei, en el centro del nuevo caos político argentino
Mauricio Macri encontró en su profesión de ingeniero una forma de explicar los términos de su relación con Javier Milei. En los últimos días, al salir de su silencio, dijo que el Presidente había sido elegido con el mandato de destruir el Estado populista y que él, en cambio, tenía como oficio la construcción. Es decir que Macri se imagina como el hacedor, luego del trabajo de la motosierra y la topadora libertaria, de un nuevo país abierto y capitalista. Suena a consuelo.
El creador de Pro justificó así la alianza política con expectativas electorales que parece empezar a construirse entre milanesas y entrañas. Cuando el lunes en la Bolsa de Comercio de Córdoba uno de los empresarios le preguntó si no temía quedar atrapado por un fracaso de Milei o que su fuerza desapareciese por una situación inversa, es decir absorbida por los libertarios en caso de que este gobierno triunfase, Macri se refugió en el deber ser de las cosas necesarias con prescindencia de su propia suerte.
"Cristina ni Macri tienen en cuenta los planes del Presidente, que con más precipitación que prudencia ya adelantó que aspira a otro mandato de cuatro años"
El expresidente encamina a un acuerdo electoral a la parte de Pro que logró salvar del acuerdo anticipado de Patricia Bullrich y de la eventual fuga hacia un arreglo con otros partidos de Horacio Rodríguez Larreta. En ese trámite renacieron sus expectativas de ubicar gente en el Gobierno luego del fracaso inicial, cuando Milei agradeció pero no aceptó tener un gabinete con figuras macristas.
A Macri le hubiese gustado que los argentinos le tuvieran la paciencia que le están teniendo a Milei antes de regresar al kirchnerismo, en 2019. El abrazo a Milei, que por ahora prescinde del desprecio del mandamás Santiago Caputo, es también una señal que marca el final de la relación con el radicalismo.
"Una tercera fuerza entre los que no quieren someterse a Milei ni a Cristina es por más un rejunte de despistados que un proyecto serio"
Si unos radicales deciden luego acercarse a Milei o profundizar sus peleas con él será, en todo caso, un asunto ajeno a lo que alguna vez se llamó Juntos por el Cambio. Que en paz descanse.
Una tercera fuerza entre los que no quieren someterse a Milei ni a Cristina es por ahora más un rejunte de despistados que un proyecto serio. Pero todo está por verse.
No es un dato menor que poco más de diez meses después de su asunción, aún en ruinas, el sistema político haya empezado a girar en torno al presidente libertario.
Macri acaba de maquillar con palabras su –circunstancial– subordinación a él. Y el peronismo en sus fracciones en disputa interna tiene como única definición en común ejercer la oposición cerril que siempre pone en marcha cuando no le toca gobernar.
"No es una opinión la de la viuda de Kirchner sino el reflejo de palabras de dirigentes de distintos partidos, incluso del propio peronismo, que piensan que Milei es útil para hacer lo que nadie se atrevía a hacer"
Axel Kicillof pidió no ser molestado con internas como en la que está metido, aunque le pese, porque dice poner todo su empeño en conducir la provincia de Buenos Aires contra el poder central. Esas palabras encuentran un eco ominoso en la historia argentina lejana pero también reciente.
Ricardo “Gitano” Quintela, el ariete que usa el Rosas del Kremlin, es un personaje pintoresco. En su pelea por sostener el gasto público en La Rioja emitió cuasi monedas. Una forma llamativa de oponerse al presidente más monetarista que haya tenido el país.
Cristina Kirchner, ocupada mucho más de lo que esperaba en llegar a un cargo que siempre había despreciado, la presidencia del peronismo, encontró en el discurso de Macri una oportunidad para despotricar contra Milei.
En uno de sus últimos posteos, en el límite entre la ironía y el psicopateo, la expresidenta le dijo a Milei que quienes hoy lo respaldan en las duras reformas que lleva adelante lo van a abandonar ni bien las haya terminado.
Cristina no está equivocada en tanto su lectura se limite a las intenciones de los dirigentes y deje afuera la voluntad de los votantes, que con sus impulsos cambiantes han cargado de impaciencia el aire político de la última década.
La de la viuda de Kirchner no es una opinión, sino el reflejo de palabras de dirigentes de distintos partidos, incluso del propio peronismo, que piensan que Milei es útil para hacer lo que nadie se atrevía. “Necesitamos un loco como este para que haga el trabajo sucio”, suele decir el gobernador de una provincia importante.
Cristina le enrostra con desprecio lo que Macri dice en forma amigable: luego de Milei tiene que venir un tiempo de construcción. Solo que la aspirante a presidir el PJ considera que habrá que restaurar el régimen populista y el jefe de Pro postula un alejamiento definitivo de esas formas.
Ninguno de los dos tiene en cuenta los planes del Presidente, que con más precipitación que prudencia ya adelantó que aspira a otro mandato de cuatro años.
El sistema político apenas empieza a recomponerse y está lejos de encontrar decisiones que lo conformen. Tampoco Macri está convencido de aliarse con Milei; lo hace en nombre del rumbo hacia el liberalismo, pero también porque sabe que sus votantes, en su gran mayoría, apuestan a que a este gobierno le vaya bien.
En la misma situación están los viejos socios de Juntos por el Cambio, aunque sin un liderazgo claro que oriente un camino hacia un acuerdo con el oficialismo o a la formación de una tercera fuerza alternativa.
Con las elecciones legislativas como destino inmediato, el discurso de provincializar las fuerzas que mandan en los distintos distritos es por ahora un recurso que todos los gobernadores pueden utilizar, salvo Kicillof.
Entre los gobernadores del peronismo que cenaron con Milei el martes y quienes gobiernan provincias con electorados que apoyan al Gobierno, como Santa Fe, Córdoba o Mendoza, hay un objetivo común: lograr un pacto de convivencia y evitar un enfrentamiento directo con el Presidente salvo que sea inevitable.
Mientras la paciencia con el ajuste tiende a achicarse en estos meses finales del año, Milei espera que el crecimiento económico y la baja de la inflación sean la señal que lo haga ganar con claridad las elecciones del año que viene. Cree estar en el final del momento más difícil, que sin embargo parece estar superando con el estilo autoritario que cada vez exhibe con menos pudor.
Difícilmente sea juzgado por su desapego a la democracia antes que por el hipotético rebote de la economía. Está escrito hace años: manda el bolsillo.