Milei celebra el primer año en su apogeo
Los hechos mandan. Javier Milei cumplirá el martes su primer año como presidente con niveles de aceptación similares a los de su llegada a la Casa Rosada. Es el premio por haber sometido al país a su promesa de bajar la inflación eliminando el déficit fiscal con una motosierra. Y una licuadora, le achacan sus adversarios.
La comparación de la popularidad con otros presidentes al final del primer cuarto de los respectivos mandatos no lo convierte en el hombre récord como le gusta ser retratado. Mauricio Macri terminó el mismo lapso con una aceptación igualmente alta, según los sondeos de opinión.
"Contra todos los prejuicios, es popular la idea de apoyar durante un tiempo largo medidas dolorosas a cambio de quebrar la tendencia descendente de la economía"
Milei tiene, sin embargo, una notoria ventaja cualitativa respecto de sus antecesores. El presidente libertario mantiene su popularidad original a pesar del duro ajuste de las cuentas públicas que acentuó la recesión y provocó un fuerte aumento de los indicadores de pobreza por la caída de los ingresos.
Macri era popular al comienzo por aplicar el famoso gradualismo que eludió empezar las reformas profundas que Milei hizo y hace sin anestesia.
Detrás de la aceptación de al menos la mitad de los argentinos de la receta más dura aplicada para frenar la larga decadencia hay una decisión que excede a Milei. Es la conversión del hartazgo social en la decisión de soportar el sufrimiento que sea necesario para bajar la inflación y ubicar al país en un rumbo económico certero.
"Milei no es el primero sino el último mandatario en vanagloriarse de evitar el cumplimiento de las reglas"
Milei encarna esa expectativa y eso se refleja en la mayoría de los sondeos. En ellos aparece como una virtud hacer lo que había prometido y en la forma en que lo había prometido.
Una pregunta anterior a la llegada de Milei al poder está siendo respondida: contra todos los prejuicios, es popular la idea de apoyar durante un tiempo largo medidas dolorosas a cambio de quebrar la tendencia descendente de la economía.
El Presidente empezará el año electoral respaldado por resultados parciales e incipientes de una mejoría. Será el poder de convencimiento, más que los datos que pueda mostrar en lo inmediato, lo que prolongará la expectativa de una mejora.
El rebote de la actividad económica, augurado en los estudios prospectivos, está lejos todavía de ser una evidencia contante y sonante en los bolsillos. Una cosa son las estadísticas; otra distinta, la certeza de que las penurias se van terminando. Se sabe que hay sectores que iniciaron un fuerte crecimiento con inversiones importantes; la mayoría en petróleo y minería y ninguno en las grandes zonas pobladas que acumulan millones de pobres.
"Milei no debería olvidarse que la Argentina siempre ha regalado apogeos transitorios a presidentes que hoy integran la lista de responsables de los peores fracasos"
Todo es mucho y es poco a la misma vez, según la perspectiva que pueda imaginarse para 2025.
Milei está montado sobre la evolución de la promesa electoral traducida a un plan económico que por ahora lo corrobora. Es una moneda que gira en el aire la supuesta precariedad del programa del ministro Luis Caputo que algunos denuncian. Y lo mismo la probable fortaleza que otros elogian cuando se refieren a lo mismo.
Todo se explica hasta ahora en función de lo que ya ocurrió con ese plan de ajuste. El futuro está también atado a la construcción política realizada por Milei en torno a esa única viga: el plan económico sostenido por el estoico aguante social.
Aun el aval que suscita la política de seguridad de la ministra Patricia Bullrich resultaría complementario e insuficiente, de ocurrir un tropiezo no previsto por el Gobierno que afecte su reforma económica.
Menos aún serviría la comunicación agresiva y el brutal estilo de relacionamiento libertario, que repuso la crueldad como moda y estilo.
Con los datos provisorios de una película todavía en rodaje y de final incierto, Milei ha construido sobre las ruinas de un sistema político que colapsó el mismo día que él ganó las elecciones. Ese colapso no se limita a las divisiones partidarias, la pérdida de representatividad de los anteriores líderes y un desconcierto generalizado.
El Presidente tiene la oportunidad de gobernar sin el Congreso en el que su representación es mínima e inexperta. Y lo hace. Le basta con mantener algunos aliados transitorios para bloquear vetos a los decretos con los que ordena su administración.
Milei tiene una centralidad ganada por derecho propio y por ahora disfruta de un protagonismo único que hasta le permitió elegir a Cristina Kirchner como rival y aliada al mismo tiempo.
Y, para cerrar el año, hasta se dará el lujo de evitar negociar el presupuesto de 2025, lo que le otorgará un nivel de discrecionalidad solo alcanzado cuando Carlos Menem y el matrimonio Kirchner lograron reunir mayorías automáticas en el Parlamento.
Todo es muy afín al estilo autocrático que impone la nueva derecha internacional, en la que Milei alcanza una llamativa notoriedad. La figuración de las últimas semanas llevó a que algunos fanáticos lo presentaran como el ejemplo a seguir por el renacido Donald Trump.
Es al revés. Milei y su equipo cumplen el libreto ya aplicado por el mismo Trump, aunque el modelo original de destrucción de las formas democráticas estuvo limitado por las reglas institucionales de los Estados Unidos. Entre nosotros esas normas fueron escritas en la Constitución y luego desconocidas. Milei no es el primero sino el último mandatario en vanagloriarse de evitar el cumplimiento de las reglas.
El encandilamiento con los resultados del presente siembra el riesgo de resultar ridículo en el futuro. No debería olvidarse que la Argentina siempre ha regalado gloria efímera a presidentes que hoy integran la lista de responsables de los peores fracasos.
Milei no repara en esas advertencias anotadas en la historia, en tanto se ve a sí mismo como el genio creador de una nueva era.
Un país cansado pero esperanzado le perdona su estilo y, al revés, crece el número de quienes le celebran sus rasgos avasallantes y provocativos.