Miguel Wiñazki. Guía para pensar los imprevisibles tiempos que se vienen
En su nuevo libro, “La posnormalidad”, el periodista y filósofo reflexiona sobre el mundo que sobrevendrá cuando acabe la pandemia, y los peligros y oportunidades en ciernes
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“La vida que fue normal se vuelve anormal, pero augura la posnormalidad que nos aguarda. Una nueva escena se diseña en el planeta. Será global y movilizada por la voluntad vital, que no se rinde”, sostiene el periodista y filósofo Miguel Wiñazki (Buenos Aires, 1956) en su nuevo libro, La posnormalidad. Filosofía y esperanzas del fin del mundo (Sudamericana).
“Llamábamos normalidad al transcurso mismo de la vida, pero la vida nunca es exactamente normal, sino inusitada, enigmática, cambiante –dice el autor en diálogo con LA NACION–. No usábamos barbijo, eso era la normalidad, y en general no estábamos confinados. El encierro incuba otro mundo, una ‘posnormalidad’. En este momento intermedio nos jugamos un futuro más democrático o menos democrático; o más filosófico, en el sentido de esa caminata que es la filosofía, interrogándonos por lo que hacemos, por lo que somos y por lo que haremos, o menos filosófico, es decir, menos humano, más cercano a la conversión de la vida en un automatismo irreflexivo”.
"Para Wiñazki, en tiempos prepandémicos la filosofía estaba encerrada en el academicismo"
Desde esta perspectiva, el autor emprende una “caminata” por el pensamiento y las obras de filósofos, artistas, narradores y poetas. “Escribir es un vuelo, alto y bajo, como un sendero que asciende y que desciende de la montaña”, se lee en el prólogo. Aristóteles, Voltaire, Mariano Moreno, Miguel Hernández, Gustave Flaubert (y su otro yo, Madame Bovary), Alejandra Pizarnik, Ludwig Wittgenstein, Martha Nussbaum, Jorge Luis Borges y Ernest Hemingway son algunos de los autores que, por tramos, lo acompañan.
Para Wiñazki, en tiempos prepandémicos la filosofía estaba encerrada en el academicismo. “En el vicio de la filosofía como institución –señala–. De pronto, la muerte irrumpió desde el terrorífico estómago de un murciélago y eso despertó las preguntas esenciales sobre el sentido de la vida, la angustia ante la muerte, la enfermedad y a la vez la ética de la solidaridad. La filosofía debió salir de los cofres que solo abrían los eruditos, los exégetas de los padres pensadores, y el pensamiento mismo cobró nueva vida”. Asimismo, irrumpieron nuevas polémicas. “En medio de una plaga universal, todos nos volvimos filósofos. El virus resucitó las preguntas y la filosofía ha vuelto”.
Con sutileza y optimismo, Wiñazki aborda cuestiones tan universales como actuales para la humanidad: la soledad, la codicia, la angustia existencial, la conciencia individual en épocas de relativismo moral, la amistad, el amor y el desamor, y la libertad. “El deseo de libertad es el primer motor inmóvil de la vida social –afirma–. Y no pueden contra esa fuerza los traidores del deseo, los autoritarios”.
La filosofía –esa “enredadera de preguntas”, como la define en su ensayo– se mide con la religión y con la ciencia. “La religión es uno de los modos de pensamiento; es meditar con fe –observa el autor–. No perderá vigencia tras la pandemia, pero incluye un gran peligro conocido: el fanatismo, que es dejar de pensar para priorizar la concepción que define al que disiente como un infiel. Esa nueva inquisición es también otra plaga, que también mata”.
"El modelo cartesiano es estéticamente magnético: ‘Estoy aquí solo frente al fuego, pensando’."
Se refiere, además, a los puntos de contacto entre discurso científico y discurso filosófico. “La ciencia es democrática, abierta, cooperativa, interactiva, y la filosofía también. El modelo cartesiano es estéticamente magnético: ‘Estoy aquí solo frente al fuego, pensando’. Es una hermosa imagen, pero en rigor nadie piensa literalmente en soledad sino con los otros, presentes o ausentes físicamente; pensamos contra los otros, en ese polemos experimental que es la palabra abierta”. La ciencia requiere del mismo clima mental que garantiza la filosofía: “La apertura, la comprensión de que el error acecha siempre y de que la búsqueda es permanente”.
Además de preparar sus columnas para el diario Clarín y Radio Mitre, Wiñazki avanza en la escritura de un nuevo libro sobre la fenomenología del aire, el agua, el fuego y la tierra. “A la manera de los primeros filósofos, salvando las infinitas distancias”, bromea.
La esperanza se perfila como el punto de llegada del recorrido filosófico propuesto en La posnormalidad. “El fin el mundo aconteció mil veces –recuerda el autor–. Plagas, catástrofes, guerras mundiales, y siempre continuó andando. Y en estas instancias límites y a pesar de tantos inmorales, la humanidad encontró fuerzas mentales y tecnológicas para atenuar el mal, porque las sociedades expresaron su voluntad de vivir de mil maneras, y porque no podemos evadir la esperanza. Es la más profunda de las realidades antropológicas, esperar deseando que lo que viene sea mejor que lo que está. El deseo es esperanza”.
La posnormalidad argentina
Si bien en el ensayo no abundan las referencias explícitas al contexto nacional, entre líneas –o detrás de las líneas– se intuye la mirada del filósofo y periodista sobre la sociedad y la política en la Argentina. El autoritarismo, la libertad, el fanatismo y la convivencia democrática en el presente asoman como núcleos que examina desde la óptica de la filosofía y las artes. “Los desafíos políticos son los de siempre pero readaptados a estos tiempos: libertad e igualdad o antilibertad y desigualdad –dice a este diario–. No hay republicanismo sin equidad. El epicentro desafiante del futuro es la conjunción, que parece utópica, entre republicanismo y equidad”.
Según Wiñazki, en la “posnormalidad argentina” se exigirán más acciones concretas y menos demagogia por parte de los gobernantes. “No salimos hasta ahora de otro confinamiento extenso: el de la retórica hueca de la clase política que tiende, aquí y en todas partes, a configurarse como clase dominante. Por supuesto, esto es una generalización, pero sin reforma política profunda, no hay mutación posible hacia una democracia plena”.
Desde su punto de vista, esta reforma implicaría una renovación tal del modus operandi de los dirigentes políticos que los obligaría a mirar hacia afuera del sistema político y no dentro de un marco corporativo (algo difícil en un año electoral).
Respecto de la gestión de la pandemia por parte del gobierno nacional, Wiñazki no gasta eufemismos. “Fue triunfalista, banal, ineficiente y negligente, además de inmoral, habida cuenta del así denominado ‘vacunagate’. La sociedad soportó esas barbaridades con estoicismo, todos inmersos en un cuadro económico desesperante para millones”.
En los últimos años, el autor entre otros títulos de Periodismo: ficción y realidad, La noticia deseada y La Dueña (en colaboración con su hijo Nicolás), que integra la Academia Nacional de Periodismo y brinda clases sobre el arte de informar en varias instituciones, ha tomado cierta distancia de la práctica periodística para dedicarse a su otra pasión: la filosofía.
“El trabajo periodístico ha sido crucial porque la información es crucial –destaca sobre el rol del periodismo en el país–. Sin información, no hay convivencia democrática. Durante estos años el periodismo generó información extraordinariamente relevante. Se trata de pensar en base a la información. Los desinformados piensan mal”.
Con preocupación, Wiñazki observa que ha crecido una corriente antiperiodística que afecta al periodismo responsable. “Lo desacredita desde un aparato propagandístico paraestatal que simula practicar el periodismo. Esta estrategia genera confusión y manipula a la opinión pública. No es un juego nuevo, es una vieja trampa. Pero ha sido desdichadamente efectiva. De todos modos, el periodismo proveedor de información relevante se ha mantenido en pie y eso resulta vital”.
Con la posnormalidad instalada en la sociedad, es posible profundizar en la “posmoralidad”, materia de un ensayo del autor publicado en 2017, cuando la pandemia de coronavirus era algo inimaginable para la mayoría. En su opinión, esta circunstancia excepcional dejó al descubierto conductas miserables y también otras solidarias.
“La moral de los manuales de moral es un fiasco, un engaño –remarca–. La vida no se resuelve con códigos de ética retóricos sino en situación. La ética es en parte situacionista, lo cual no debe confundirse con relativismos de ninguna especie. En determinada situación, huir puede ser moralmente correcto y en otras situaciones puede ser moralmente despreciable. Pero hay valores, o imperativos morales universales, válidos para cualquier situación. Nunca y bajo ninguna circunstancia, para dar un solo ejemplo, una violación puede ser moral”.
¿Qué es entonces la posmoralidad? “Una ética alejada de los manuales simplistas y moralistas, pero no relativista sino realista ante situaciones límites. La pandemia puso de manifiesto los valores en juego: unos robaron vacunas, otros se jugaron y se juegan salvando vidas, investigando para encontrar antídotos, buscando nuevas formas de superar tanto daño”. En medio de la incertidumbre, los conflictos y las pérdidas ocasionadas por la pandemia, Wiñazki invita a pensar y a confiar. “No hay faros en medio de la tempestad de cada vida –advierte en las páginas de La posnormalidad–. Pero no por eso dejamos de navegar”.
Filosofía retroviral
“La red viral, la política viral, la sociedad viral no mataron a la filosofía ni apagaron nuestras ganas de pensar, todo lo contrario: las refundaron –escribe Miguel Wiñazki en las primeras páginas de su nuevo libro–. Retroviral, la filosofía ha resucitado de sus cenizas portando el farol de Diógenes, encendido necesariamente porque así lo requiere la oscuridad”. A partir de la experiencia extraordinaria de la pandemia, el autor emprende en La posnormalidad un recorrido por el pensamiento de filósofos, artistas y escritores que, en momentos difíciles, reflexionaron y arrojaron luz sobre el sentido de la vida, el “inasible anhelo” que persigue la filosofía, según lo define en estas páginas.