Miguel Ángel Pichetto: un viaje a los secretos y pliegues de la política
En Capitalismo o pobrismo (Sudamericana), libro del que aquí brindamos un anticipo, Carlos M. Reymundo Roberts dialoga con el excandidato a vicepresidente de Macri, que analiza con su larga experiencia los últimos gobiernos y los dilemas del país
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Después de cuatro décadas de militancia peronista, Miguel Ángel Pichetto (71 años, auditor general de la Nación) sorprendió en 2019 al aceptar ser candidato a vicepresidente de Mauricio Macri. Para completar la llamativa parábola, desde hace un tiempo se presenta como un hombre de centroderecha y abraza abiertamente el capitalismo. Todo eso, dice, producto de una “evolución” personal y de su estructura de ideas.
En Capitalismo o pobrismo (esa es la cuestión), que Sudamericana lanzó esta semana, Pichetto acepta el desafío de Carlos M. Reymundo Roberts, articulista de LA NACION, de analizar a fondo ese cambio de vereda; repasa la gestión de cada uno de los presidentes desde la restauración democrática; juzga, en términos que a muchos sorprenderá, los mandatos de los Kirchner y de Macri; se muestra particularmente crítico del actual gobierno, y advierte que la Argentina debe hacer un giro radical para no convertirse en un país inviable.
En un adelanto exclusivo para Ideas, se reproducen aquí fragmentos del libro.
–Miguel, primero vamos a hablar de usted. La gente que lea este libro podría preguntarse con qué Pichetto se va a encontrar: si el que fue uno de los más consistentes defensores de tres gobiernos kirchneristas o el que hoy es un detractor del kirchnerismo.
–Se va a encontrar con un hombre que ha evolucionado y que, como todo ser humano, se nutre de una larga experiencia política, de una visión fundamentalmente democrática que ha consolidado un núcleo firme de ideas. Y se va a encontrar con el tránsito de una vida en el peronismo, movimiento en el que actué con lealtad y con responsabilidad institucional en los cargos que ocupé. […] Habla ese hombre que no se permitió ser rígido. Yo no soy el que era hace veinte años, ni hace cuarenta, cuando empecé mi carrera política como intendente de Sierra Grande, un pueblo pequeño en la costa patagónica. Lógicamente un hombre evoluciona, se nutre de información, de lecturas, conocimientos, experiencias, vivencias.
–Usted habla de evolución. Su evolución fue muy rápida: era opositor al gobierno de Macri y, poco después, candidato a vicepresidente de Macri.
–Esa es una apreciación incorrecta que puede tener alguien que no haya hecho un registro detallado de cómo fue el proceso político del gobierno de Mauricio Macri. Cuando termina el mandato de Cristina Kirchner, el 10 de diciembre de 2015, yo continúo como senador y jefe de bloque, y desde ese lugar hice un aporte a la Argentina en términos de construir gobernabilidad para el nuevo gobierno. […] En este sentido, cuando Macri me hace la propuesta, acepto, pero acepto en el marco de un proceso de consolidación de estas ideas. Es decir que no hay un corte abrupto, fue una evolución de cuatro años.
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–Siempre se dijo que los Kirchner lo respetaban por su trabajo como jefe del bloque, pero que en el fondo no lo querían, que no lo tenían como alguien del riñón de ellos.
–Debo decir que la relación con Néstor y Cristina Kirchner siempre fue correcta en el plano humano. Quizás hubo un punto de mayor diferenciación conmigo a partir del fallecimiento de Néstor, cuando entran a jugar otros actores, otras posturas, algunas miradas más radicalizadas. Algunos siempre creyeron, y creían la verdad, que yo era un hombre más de centroderecha. Y la realidad es que Kirchner era un pragmático, un hombre menos ideológico. Los sectores juveniles quizá tenían una mirada más negativa de mí: yo era la derecha, y ellos, la izquierda progresista.
–¿Podríamos decir que durante las presidencias de los Kirchner usted tuvo que resignar sus ideas?
–No todas. Hubo algunos temas en los que coincidí, ciertos temas me gustaban más, otros menos. Pero, en realidad, el rol que tenía como parte de un gobierno, como presidente del bloque, me obligaba a llevar adelante los lineamientos del gobierno al cual yo pertenecía. Después podemos analizar errores... Por ejemplo, siempre creí que lo de la 125 no fue una discusión sobre el poder. Hubo una confusión ahí de Néstor y de Cristina. Ellos creyeron que detrás del levantamiento del campo había una disputa de poder, pero lo que había era una disputa de intereses.
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–Desde lo moral, ¿cuán cómodo o incómodo se sentía durante los gobiernos de los Kirchner, que ya eran considerados entre los más corruptos de la historia?
–En un gobierno siempre hay situaciones de corrupción, puede haber responsabilidad de funcionarios, pero pensar que el gobierno era estructuralmente corrupto, nunca lo entendí así. Sí me parecía que había hechos que debían ser investigados, y que aún deben ser investigados y que deben ser saldados con una sentencia judicial firme.
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–¿Hay riesgos de que la Argentina sea un país fallido, inviable?
–La Argentina no es un estado fallido, pero si no hacemos algo se va a avanzar en la consolidación de esquemas de exclusión y caeremos en la “cultura del pobrismo”, que consiste en que la Argentina sea más justa, pero más pobre. Estamos bajo la amenaza de un proceso de decadencia sin piso.
–Usted introdujo en el país el concepto del pobrismo, entendido como una política basada en subsidiar a los pobres no con el objetivo de erradicar la pobreza, sino más bien de sacar rédito de ella.
–Efectivamente. Promueven que ser pobre supone una superioridad moral. Eso implica que acá ser empresario, comerciante o tener una pyme es algo mal mirado y sospechado. Y en donde lo único que te garantiza un valor trascendente en la sociedad es ser pobre. Es una construcción política y cultural a la que la Iglesia argentina, fundamentalmente el Papa, ha contribuido.
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–La figura del presidente Alfonsín ha sido revalorizada con los años.
–Alfonsín está incorporado a la galería de grandes presidentes, por haber sido el artífice del rescate democrático después de esa dictadura atroz que tuvo la Argentina. Revalorizó el mundo de las instituciones, la ley y la Constitución. Había valores que la sociedad estaba reclamando, que Alfonsín interpretó, y en ese momento el peronismo no lo supo comprender. Y también hay que reconocerle un acto de gran valentía, que fue el juicio a las Juntas, algo único en Latinoamérica. […] No hay duda de que es una etapa importante, pero que fracasa en lo económico.
–Usted admiró especialmente a Menem.
–[…] Un gran presidente. Es muy interesante la personalidad de Menem, un formidable constructor político y un gran seductor. La historia lo va a reconocer mucho más que la crónica contemporánea. Modernizó el país y puso a un partido del poder como el peronismo en la senda del capitalismo moderno y de la integración al mundo. Ese es uno de los mayores legados que dejó.
–De la Rúa probablemente llegó a la presidencia con el mejor currículum, pero fracasó.
–Había algo que indudablemente lo abrumaba, lo sobrepasaba. Hubo una gestión de gobierno que no estuvo a la altura de su currículum. ¿Qué le pasó? Hay muchas hipótesis. Algunos viven el poder de una manera y otros, de otra muy distinta. Menem, por ejemplo, disfrutaba el ejercicio del poder. Kirchner lo ejercía férreamente. De la Rúa lo sufrió. Claudio Escribano describe eso en el libro que se publicó este año [Escribano. 60 años de periodismo y poder en La Nación. Planeta, 2021]. Dice que Fernando tenía algunos problemas, que delegaba mucho en sus hijos… Indudablemente hubo acontecimientos que lo superaron.
–¿Duhalde?
– Llegó al poder en medio de un gran caos político y económico, y gracias a un acuerdo con Alfonsín y la UCR se puso en marcha una experiencia de gobierno parlamentario muy exitoso, que se nutrió además de la gran gestión de Lavagna en Economía. Fue una lástima que el episodio de las muertes de Kosteki y Santillán, en junio de 2002, lo llevaran a acortar su mandato. Nunca entendí esa decisión. Reitero que ser presidente en la Argentina requiere de una personalidad muy fuerte y capacidad para soportar enormes presiones, cosa que impacta sobre las personas y su psiquis.
–¿Se siente condicionado para evaluar a Néstor Kirchner?
–Me siento en total libertad. De ese gobierno tengo un balance altamente positivo. Principalmente si analizamos el contexto: la crisis que se vivía en el sistema de partidos políticos y el proceso casi de destrucción de la credibilidad en la democracia. Hay que recordar que la consigna que marcó el año 2001 fue “que se vayan todos”. Además, estaba el enojo con el sistema financiero, porque los bancos habían retenido los depósitos de plazo fijo en dólares de muchísima gente. Si bien la transición de Duhalde comenzó un proceso tenue de recuperación, los cuatro años de Kirchner fueron años virtuosos, con crecimiento económico gracias a un programa ortodoxo. En el plano ideológico lo defino como un conservador popular y visión de dirigente liberal. Esto seguramente La Cámpora lo pueda sentir como una afrenta. ¿En qué me baso para decir que tenía una posición económica ortodoxa? En los cuatro años de superávit comercial y equilibrio fiscal.
–Me pregunto qué pensarán en Juntos por el Cambio cuando lean esto...
–Es que quiero ser justo con la historia y además fui parte de ese proceso. El que me tomó a mí como parte de la fórmula de Macri me tomó con todo mi pasado.
– ¿Qué cambió con Cristina?
– Aparecieron cosas recurrentes en la Argentina: a un período de crecimiento le sigue otro de incremento del gasto público, del déficit fiscal. […] De todos modos, mi balance de su primer período es positivo. Pero enviudó, y ya en el segundo mandato empezaron a gravitar otras personas, otro mundo de ideas, más radicalizadas. Hubo un proceso de consolidación rápida de la generación joven, de La Cámpora. Con la llegada de Kicillof hubo también una mayor intervención en la economía.
–Macri comenzó bien y terminó muy mal.
–Logró un objetivo importante para un gobierno no peronista, que es poder completar su mandato de 4 años. Es el primer presidente en 70 años en lograrlo. Apostó por el gradualismo al no tener mayoría en ninguna de las dos cámaras. […] El problema se dio a fines de 2017, después de ganar las elecciones de medio término. Ahí se debería haber ido a un acuerdo con el peronismo republicano, una alianza que le hubiese permitido gobernar con mucho apoyo los dos últimos años. Pero no se hizo eso. Se impulsaron leyes muy polémicas y se fue a una confrontación. Dilapidaron el éxito que acababan de tener en las urnas. Lamentablemente, se desperdició la oportunidad.
–Usted define el gobierno de los Fernández como una “anomalía”.
–[…] Siempre dije que era una anomalía, y que la figura que iba a gravitar en ese esquema de poder era la vicepresidenta. Es lo que ha ocurrido. El Presidente trata de hacer equilibrios. Muchas veces sus mensajes están más dirigidos a la propia coalición que a la sociedad.
–¿Le sorprenden las dificultades que está teniendo para gobernar? Cuesta creer que es un presidente peronista…
–Claro que me sorprenden. […] Lo conozco desde hace años y no parece la misma persona.
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–Le pido que mire el país de hoy, para pensar el del futuro. ¿Qué está viendo?
–Veo riesgos. La pobreza está por encima del 42% y sigue creciendo, y millones de personas viven de planes, no trabajan. Un país con tanta gente que no trabaja es un país que camina en la cornisa. El problema de fondo de la Argentina, el verdadero debate, es si vamos a aceptar que el capitalismo es el único modelo de salida.