Martín Gurri: “Milei es el más interesante de los populistas, porque tiene una propuesta”
Cubano criado en EE.UU., el autor de La rebelión del público afirma que el presidente argentino, a diferencia de otros líderes crecidos al calor de la bronca social, llegó al poder con un programa
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Multitudes furiosas que protestan enardecidas contra un sistema que consideran injusto. Expresiones virales del desencanto ciudadano que se multiplican en las redes sociales. Un público indignado que siente que una creciente distancia lo separa cada vez más de las clases dirigentes y que, a la vez, tiene acceso a un enorme caudal de información a través de sus dispositivos móviles. Para Martin Gurri, exanalista de la CIA y experto en la relación entre medios de comunicación y política, todo esto conforma un cóctel del que surgen turbulencias sociales y políticas en todo el globo, mientras se extienden a los liderazgos populistas que canalizan el creciente sentimiento antisistema de las sociedades.
Esa es la idea que plantea Gurri en La Rebelión del público, libro que acaba de publicar en español el sello Interferencias de Adriana Hidalgo Editora, y cuyo título es un homenaje a La rebelión de las masas, de José Ortega y Gasset. Para Gurri, investigador en el campo de la geopolítica y el cambio social en el Mercatus Center de la George Mason University, la Primavera árabe de 2011, el movimiento de los indignados en España, el Brexit, los chalecos amarillos en Francia, las protestas contra el chavismo en Venezuela y la llegada al poder de líderes outsiders como Donald Trump en Estados Unidos, Boris Johnson en Gran Bretaña y Javier Milei en la Argentina forman parte de un mismo fenómeno: la severa crisis de autoridad que sufren las élites tradicionales.
"Las élites están haciendo todo mal. No quieren que la historia avance. Las élites de izquierda y de derecha son reaccionarias por igual"
En diálogo con LA NACION, Gurri, nacido en La Habana, Cuba, en 1949, advierte que el “tsunami informativo” causado por el auge de la digitalización de los medios choca contra las viejas jerarquías verticales de las élites construidas durante el siglo XX. “Las élites son muy reaccionarias”, afirma Gurri, y por eso el público busca destruir un sistema anticuado, anacrónico, sin voluntad de adaptarse a la horizontalidad que caracteriza este tiempo. En este escenario donde lo viejo no termina de morir y lo nuevo no termina de nacer, todas las instituciones están amenazadas. También la democracia, señala Gurri, enfocado en descifrar el impacto de las nuevas tecnologías y las redes sociales (Facebook, X, TikTok) sobre la política, el Estado y la autoridad.
“El público se mueve en las redes a la velocidad de la luz, mientras las élites se mantienen en sus laboriosas jerarquías como si el antiguo mundo analógico nunca hubiera perecido”, sostiene el experto a la hora de explicar el temblor.
Cuando Gurri trabajaba en la CIA como analista de medios mundiales, el volumen de información era muy limitado, aun en los países desarrollados. “Si el presidente quería saber algo de Francia, mirábamos dos periódicos: Le Monde y Le Figaro –cuenta–. Pero al empezar el nuevo siglo, un terremoto digital creó un tsunami de información en volúmenes que no se habían experimentado nunca antes en la historia de nuestra especie. Según unos profesores de la Universidad de California en Berkeley, la información que se produjo en 2001 es el doble de toda la que había antes, desde los tiempos de las cavernas y el alba de la cultura humana. Entonces, detrás de eso vinieron las turbulencias sociales y políticas”. Allí encontró el analista el foco de su libro. “La conexión entre ambas cosas ahora parece muy clara, pero no era obvia en ese momento. Cuando salí del gobierno, el libro fue mi manera de explicar lo que estaba pasando y analizar por qué los medios de comunicación digitales estaban teniendo una influencia tan potente sobre la política y los cambios sociales”.
–¿Cuáles son los efectos de las redes sociales, internet y la creciente digitalización?
–La información es una fuerza que cambia el paisaje de modo drástico. Los periódicos y la comunicación impresa eran centrales en el siglo XIX y XX. Son jerárquicos, se organizan de arriba hacia abajo, con editores y jefes de redacción. Las instituciones del siglo XXI se formaron en el siglo XX bajo este modelo vertical. Eso se puede mantener y es considerado legítimo solo cuando las instituciones tienen un monopolio, aunque sea parcial, sobre la información en todos los ámbitos. El tsunami de información arrasó con ese modelo y con su legitimidad, y hoy todavía estamos tratando de descifrar qué hacer con esta nueva estructura de información de la “Quinta Ola”.
–¿Por qué el público se está rebelando? ¿Por qué hay tanto descontento de los ciudadanos contra la autoridad de las élites gobernantes? ¿Por qué siente la gente que sus dirigentes no los representan?
–Esa es la gran pregunta de nuestro momento. Si supiera la respuesta, podría ser dictador del mundo. No la tengo, pero tengo una idea. Estructuralmente, el público se mueve en las redes a la velocidad de la luz, mientras las élites se mantienen en sus laboriosas jerarquías como si el antiguo mundo analógico nunca hubiera perecido. Son dos placas tectónicas moviéndose en direcciones opuestas. Los choques son inevitables. Si uno ve las protestas en las calles, hay dos razones que explican la furia de la gente: la primera es la distancia. Para muchos, una vez electos sus representantes se comportan como estrellas de cine y se vuelven inaccesibles. El público no quiere que la distancia social sea una recompensa por el éxito político. No suena democrático y, la verdad, no lo es. Lo segundo es el fracaso. El público está convencido que las élites han fracasado en su trabajo, que es dirigir el país. Y eso se suele interpretar como corrupción. Y ahí sí entra la economía en escena. Mucha gente se ha convencido de que el sistema existe para defraudar al público y enriquecer a los que están en la cúspide. El público está viendo a las élites de una manera muy diferente respecto a antes del tsunami digital. Ha concluido que, primero, las élites están muy distantes, y eso no es democrático; segundo, que son un fracaso.
"El público se mueve en las redes a la velocidad de la luz mientras que las élites se mantienen en las jerarquías del mundo analógico. Son dos placas tectónicas que chocan"
–¿En qué fracasaron las clases dirigentes? ¿Cómo se creó la brecha que hoy separa a la política de la sociedad?
–Las élites están haciendo todo mal. Todas las élites que conozco, empezando por las de mi país, y las de la Argentina, las de Latinoamérica, las de Europa. Son un desastre. No están a la altura de su tiempo. El siglo XX fue un momento muy cómodo para ser élite. Hoy las élites son muy reaccionarias, quieren volver al siglo XX. Tenemos un pueblo, un público, que es casi nihilista, y unas élites que son reaccionarias. La verdadera élite, lo que Ortega y Gasset llamaba la “minoría selecta”, debería estar reconfigurando las instituciones para que puedan funcionar en el mundo digital. Las instituciones se reformaron a principios del siglo XX y hoy se están desmoronando. Hace falta que el público tenga un sistema más actualizado. Un equivalente en la política de Amazon, que es una plataforma eficiente que brinda un servicio magnífico. En los servicios que ofrecen los gobiernos, la gente experimenta la burocracia, la condescendencia, la arrogancia. Pero simplemente las élites no quieren hacer este cambio. No quieren que la historia avance. Las élites de izquierda y de derecha son reaccionarias por igual. Van a las mismas universidades, tienen ideas similares. Simplemente se niegan a aceptar que el mundo ha cambiado.
–Uno de los conceptos centrales del libro es el de nihilismo, esta idea de destruir el sistema sin querer reemplazarlo por nada. ¿Qué riesgos implica el nihilismo?
–El público no puede unirse ni movilizarse en torno a ningún punto ideológico porque está muy dividido, muy fracturado. Solo se moviliza en contra de algo. Es muy fácil decir “estoy en contra” y derrumbar un edificio. Lo que es difícil es erigir uno nuevo. Siguiendo a Sarmiento, lo que está pasando es un poco bárbaro. Lo fácil, que es que el nihilismo y la destrucción tienta a mucha gente. La democracia no puede sobrevivir con el nihilismo, no puede existir sobre la nada. Hay que elaborar programas de reconfiguración de las instituciones para adaptarlas al mundo digital. Del otro lado, la única ideología de las élites es mantener su poder y su control. Escribí el libro porque todas las instituciones están en peligro, incluyendo a la democracia. Tenemos que tratar de que la democracia siga presente de alguna forma. Si uno aplica los métodos digitales, la democracia podría ser aún más democrática. Hoy la democracia representativa no es muy democrática, y eso explica parte de la furia del público. Uno elige a alguien y por unos años ese alguien se distancia de la sociedad. En las redes se puede votar, se puede opinar, es todo mucho más inmediato, horizontal e igualitario. Y todo eso se puede aplicar a la política.
–¿Cómo podemos reconstruir la autoridad? ¿Es posible introducir cierta verticalidad y jerarquía, valores típicos del siglo XX, en pleno siglo XXI donde la horizontalidad y la digitalización son la norma? ¿Qué deberían hacer las élites para adaptarse?
–No será la misma jerarquía del siglo XX. Para Ortega y Gasset, como escribió en “España invertebrada”, las élites son personas que uno admira. Son un modelo a seguir, uno quiere ser como ellos. En lugar de las jerarquías de hoy, basadas en que “fui a Harvard y tengo este grado de importancia”, deberían convertirse en un ejemplo para los otros. El mundo digital es tan horizontal que será natural que funcione de esa manera espontáneamente. Ciertas estructuras seguirán siendo necesarias. Pero será una autoridad como la entendía Ortega y Gasset, definida por la admiración. La nueva autoridad será más difícil de construir. Será mucho más plana. Con muchos referéndum. Será más caótica, pero si funciona bien, será más libre e igualitaria. La gente que es elegida no se convertirá en distantes estrellas de cine, sino que serán ciudadanos como nosotros. Las sociedades humanas no pueden existir sin autoridad, así que la autoridad de alguna forma se tiene que reconstruir. Soy muy igualitario y democrático, pero las jerarquías son necesarias.
"Los populistas tienen muchos rasgos familiares y pueden ser de izquierda o de derecha. Todos tienen pelos locos. No es una excentricidad, sino una potente señal política"
–Donald Trump es un ejemplo de los líderes que surgen bajo este clima de rebeldía del público contra el sistema, potenciado por el uso de las redes sociales. ¿Hay chances de que vuelva a la presidencia en esta campaña electoral? ¿Qué similitudes tiene con Javier Milei?
–Trump y Milei son dos seres humanos raros, que dicen cosas estrafalarias. Están siempre en el centro de atención. Todo en ellos es excesivo. Tienen melenas extrañas. Eso tienen en común también con otros populistas de Europa, como Boris Johnson. Pero Trump es un populista mucho más típico, porque él está en contra. Los populistas son como el público: siempre están en contra del sistema, pero nunca piensan en qué pasa después. Creo que Milei es diferente. No se considera a sí mismo populista y además tiene un programa positivo. Esa es una diferencia fundamental con Trump. Yendo a las elecciones en Estados Unidos, es muy posible que gane Trump. Porque lo que pasó en 2020 no se puede repetir. De no ser por la pandemia, Trump seguramente hubiese ganado. Biden hoy es una figura de muy poca importancia, no es muy popular, pero detrás de él están todas las instituciones de Estados Unidos, desde los medios hasta las universidades y las instituciones científicas. Todos ellos tienen muchas ganas de destruir a Trump. Y, con tanto poder como tienen, lo deberían poder hacer. Biden es muy débil, pero hay grandes poderes que lo apoyan.
"Mucha gente se ha convencido de que el sistema existe para defraudar al público y enriquecer a los que están en la cúspide"
–¿Considera que el argumento central del libro se puede aplicar también al presidente Javier Milei?
–Milei encaja totalmente en la hipótesis del libro. Los populistas tienen muchos rasgos familiares, y pueden ser de izquierda o de derecha. Los hay de los dos tipos. Se puede construir una teoría del populismo simplemente analizando las melenas. Todos tienen pelos locos. Esas no son excentricidades personales, es una potente señal política. Es una manera de decir “no soy como ellos, no me confundan con ellos”. Pero Milei es más que estar en contra. Es un libertario de verdad. Tiene un programa que quiere aplicar en la Argentina, más allá de que pueda ser bueno, malo, tener éxito o fracasar. Y eso lo hace casi único entre los populistas. Milei es muy diferente, porque propone una alternativa y por eso es el más interesante de todos los populistas. Él acusa a los kirchneristas de ser populistas y tiene razón.
–Más allá de la política, la crisis de autoridad afecta también a otras instituciones, como los medios de comunicación tradicionales y las universidades. ¿Qué ocurrirá con ellos?
–Los medios son dinosaurios. Se van a extinguir. Algunos sobrevivirán, porque tienen nombre famoso, como The New York Times. Pero todos los demás se evaporarán. Ocurrirá a diferentes ritmos en diferentes países. Pero va a pasar. En un mundo en el que la gente se está ahogando de información, no hay razón para que uno le ofrezca aún más. Lo que la gente quiere es entender, en lugar de solo saber lo que está pasando. En Estados Unidos, surgió SubStack, una plataforma donde muchos experiodistas de grandes medios publican sus notas. Ellos piensan que están volviendo a los principios básicos del periodismo, como la objetividad. Pero en realidad, están haciendo algo muy único. Ganaron mucho control sobre lo que escriben, no tienen editores, nadie decide por ellos. Es un modelo infinitamente superior al del periodismo actual. El resto de los periódicos de Estados Unidos dicen lo mismo todos los días. Son unidades políticas, todos los medios son demócratas y progresistas, están alineados de un lado. Y las universidades en Estados Unidos se han convertido en fuentes de esta ideología progresista donde todo el mundo sale pensando lo mismo. La universidad, que debería ser un lugar de excentricidad intelectual, donde haya gente que piensa diferente, es lo opuesto hoy en día. No mandaría a mis hijos a Harvard. Sería una educación terrible, propagandística. No hay curiosidad intelectual. Esta conformidad tan brutal es lo opuesto a lo que la vida intelectual debería ser.
–¿Qué podemos esperar del futuro? ¿Es usted pesimista u optimista?
–Siempre digo que soy pesimista de corto plazo y optimista de largo plazo. Estamos atravesando una zona de turbulencias, pero después podremos salir de aquí y todo estará mucho mejor. Creo que todas las reconfiguraciones y reformas que hacen falta para salir se pueden hacer. Sería magnífico si yo pudiera ver estas transformaciones, pero mis hijos y nietos seguro las verán. Vivirán en un mundo muy competitivo, pero también muy individualista, muy llano, abierto y libre.
CON EL OÍDO PUESTO EN LA SOCIEDAD
PERFIL: Martin Gurri
■ Martín Gurri es autor e investigador en el campo de la geopolítica y el cambio social en el Mercatus Center de la Universidad George Mason (Fairfax, Estados Unidos). Estudia las grandes mutaciones sociales y su vínculo con las disrupciones tecnológicas, y sigue el pulso global de las rebeliones políticas.
■ Nació en Cuba en 1949 y llegó a Estados Unidos con sus padres en los años 50. Trabajó como analista de la CIA investigando sobre la relación entre medios de comunicación y política; luego de dejar el gobierno publicó en coautoría Our Visual Persuasion Gap.
■ Su libro La rebelión del público y la crisis de la autoridad en el nuevo milenio, publicado en 2014, puso el foco en las rebeliones del siglo XXI y anticipó la llegada de Trump a Estados Unidos y el Brexit en el Reino Unido. En versión actualizada, fue editado aquí por Adriana Hidalgo