Marine Le Pen se modera para aspirar al Palacio del Elíseo
La líder de la extrema derecha francesa busca reinventarse como una figura más digerible para el establishment con miras a las elecciones del año próximo
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La Trinité-sur-Mer, Francia
Era el lugar perfecto para contar cómo empezó todo, o al menos así lo parecía. Marine Le Pen, la política de ultraderecha que aspira a convertirse en la próxima presidenta de Francia, había decidido lanzar su campaña en la misma ciudad balnearia donde su incendiario padre alguna vez anunció su propia candidatura a la presidencia, desde el hogar familiar.
Pero el reciente viaje de Marine a la base de la familia en La Trinité-sur-Mer, en el oeste de Francia, donde posó para la selfie con sus admiradores, se codeó con los recolectores de ostras y sacó a pasear a los periodistas en barco, fue en realidad una etapa crucial de su esfuerzo por reconvertirse para ganar respetabilidad.
El timonel del barco era Florent de Kersauson, un importante empresario francés que tras décadas de apoyar a candidatos de centroderecha, se estaba pasando a la Agrupación Nacional, el partido de Le Pen. Con la incorporación de Kersauson, exalto ejecutivo de la gigante de las telecomunicaciones Alcatel, Le Pen aparece asociada con esa clase de figuras del establishment que puede ayudarla a convencer a los votantes de que su partido es algo más que un emprendimiento bélico familiar. Y hasta podría despejar las dudas sobre sus verdaderas aptitudes para merecer el Palacio del Elíseo. “La Agrupación Nacional, antes Frente Nacional, pasó de ser un movimiento de protesta a ser un movimiento opositor, y ahora es un movimiento de gobierno”, dijo Le Pen.
A un año de las próximas elecciones en Francia, todos creen que Le Pen, de 52 años, irá por la revancha de 2017 y será la principal adversaria del presidente Emmanuel Macron. Le Pen se ha pasado los últimos cuatro años tratando de reconstruir su credibilidad, después de una campaña pobrísima, plagada de mensajes incoherentes y coronada por un debate con desastrosos resultados frente a Macron.
Pero en estos años Marine fue afinando su discurso económico y abandonó la oposición al euro y a la Unión Europea que sostenía su partido, una postura que ahuyentaba a los conservadores moderados. Ahora, Marine habla de armar un gobierno de unidad nacional con los individuos más competentes y experimentados, incluidas figuras de la izquierda, dotando así de más peso específico a un partido cuyo vicepresidente, Jordan Bardella, tiene apenas veinticinco años.
Aunque sigue aferrada a la dura visión nacionalista y antiinmigrante del partido, Le Pen ahora se desvive por “desdemonizar” a su partido, durante mucho tiempo asociado con el antisemitismo, la xenofobia, el negacionismo del Holocausto y la nostalgia colonial de Jean-Marie Le Pen, padre de Marine y fundador del partido.
Parte de esa reconversión ha sido un esfuerzo por humanizarla. En los últimos meses, los medios publicaron varios informes que daban cuenta de su afición y amor por los gatos, y revelaban que Le Pen era criadora certificada de las razas somalí y de bengala. Las fotos de Marine posando con esos adorables felinos eran el testimonio vivo de que el partido ya no pertenecía a su padre, conocido por su afición por los intimidantes perros dóberman.
Las encuestas más recientes muestran que Le Pen y Macron están cabeza a cabeza para la primera ronda de las elecciones del próximo año, y para una eventual segunda vuelta Le Pen va a la zaga por apenas unos pocos puntos.
El politólogo Nicolas Lebourg dice que Le Pen, que se postula a la presidencia por tercera vez, ha tenido problemas para recuperarse de su floja actuación de 2017. Si bien cuando se hizo cargo del partido de su padre, hace diez años, Marine proyectaba una imagen moderna, lo cierto es que su figura apela a los temores profundos que atraviesan la sociedad francesa sin ofrecer una visión positiva para el futuro, dice Lebourg.
“Es posible que en la primera ronda consiga muy buenos resultados, tal vez incluso quede primera y luego pierda en la segunda ronda”, señala Lebourg, y agrega que su fuerte proyección se debe menos a su “carisma” que al pesimismo que cunde en Francia. “Ella apela al miedo de los franceses a la decadencia”.
El mal manejo de la pandemia que hizo el gobierno francés socavó la confianza en el Estado y profundizó la sensación una decadencia nacional generalizada, dice Lebourg. Macron también quedó trabado en una serie de crisis, incluido el movimiento de protesta de los Chalecos Amarillos. Los atentados de los últimos meses también alientan el temor al terrorismo y refuerzan el giro de Macron hacia la derecha, para defenderse de Le Pen.
“Creo que puedo ganar”, dice Le Pen en una entrevista de más de una hora, desde sus oficinas en la Asamblea Nacional, en París. Sobre su escritorio, un ejemplar de The Philosopher Cat –un volumen ilustrado de aforismos sobre felinos–, y una carpeta azul con una etiqueta que dice “inmigración” y “seguridad”.
Para Le Pen, Macron fue el candidato de la globalización, cuya presidencia ha sido una de “desorden, fragmentación y división de la sociedad francesa”.
“Yo soy la candidata de la restauración de la autoridad del Estado”, dice Le Pen, y agrega que protegerá los intereses nacionales de Francia. La candidata ha desechado parte de su agenda económica populista, especialmente su propuesta de abandonar el euro. Ahora afirma que la estabilidad que ofrece la moneda común europea supera todos sus aspectos negativos.
Se cree que al apoyar el euro Le Pen busca cortejar a los conservadores tradicionales, el mismo grupo al que apunta Macron. “El euro ya le dio tranquilidad a las personas que temían por el valor de sus activos”, señala Le Pen, que dice que su partido ha ido ganando credibilidad gracias a los gobiernos locales que controla, principalmente en las regiones económicamente deprimidas del norte y el sur de Francia.
En la entrevista, Le Pen alza la voz cuando habla de inmigración. Dice que las políticas gubernamentales son demasiado laxas, y culpa a la inmigración de fragmentar la sociedad francesa y de dar lugar al auge del islamismo y el terrorismo. “No podemos resolver el problema de la inseguridad si no admitimos que la inmigración es anárquica y que es el motor de la inseguridad en nuestro país. Cuando viene el plomero a arreglar una pérdida, lo primero que hace es cortar el agua”.
Le Pen quiere reducir drásticamente la inmigración y deportar a quienes se encuentran ilegalmente en Francia. Dice que acceder a la ciudadanía francesa debería ser más difícil, y que debería depender del respeto “a las costumbres y los códigos” franceses. “También tiene que ver con la defensa del estilo de vida francés”, agrega. “Los estadounidenses no son franceses, los franceses no son italianos. Todos tenemos nuestra cultura, y cada uno nuestra identidad”.
También dice no tener un problema personal con el islam, pero promete tomar medidas drásticas contra el islamismo o cualquier intento de reemplazar los valores republicanos franceses por leyes religiosas. Sus detractores, sin embargo, dicen que su definición del islamismo es problemática. Para Le Pen, por ejemplo, el pañuelo de cabeza musulmán es inherentemente una expresión del islamismo, y su uso en público debería estar prohibido. “En Francia no nos cubrimos la cabeza con un pañuelo”, dice. “Francia es más Brigitte Bardot en traje de baño que mujeres con hiyab”.
Se describe como “muy discreta”, pero dice que quiere abrirse más y darse a conocer antes de las elecciones. “Creo que muchas personas sienten que me conocen, pero en realidad no me conocen bien. Tal vez crean que me conocen porque me conocieron a través de mi padre”.
Marine dice haberse reconciliado con el patriarca, que ahora tiene 93 años y a quien ella misma expulsó del partido en 2015 por sus expresiones antisemitas. Un año antes, Marine se había mudado de la residencia familiar en las afueras de París después de que uno de los perros de su padre –uno rescatado, no un dóberman–, mató a uno de sus gatos. Marine recuerda que aquel perro era bueno, al igual que los dóberman de su padre. “No hay que caer en estereotipos”, dice. “Los dóberman tienen mala prensa, pero en realidad son perros buenísimos”.
Traducción de Jaime Arrambide