Marcela Ternavasio: “Milei se parece mucho a Rosas, que era un antiliberal en lo político”
Tanto el Presidente como el caudillo federal llegan al poder como outsiders de la política, dice la historiadora, y señala que ambos apelan a un lenguaje agonal para crear enemigos y construir poder
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Más allá del deseo del presidente Javier Milei de emular a Juan Bautista Alberdi, la reconocida historiadora e investigadora Marcela Ternavasio lo identifica más con los paradigmas de Juan Manuel de Rosas: “Liberalismo en lo económico, antiliberalismo en lo político”, sostiene. Destaca que el Presidente ejerce un uso “agonal” del discurso y exhibe cierta orfandad de poder político que lo determina a la hora de gobernar.
“Los dos son outsiders que emergen en la política en una coyuntura muy corta, de gran crisis. Rosas no juntaba ninguna de las credenciales para la carrera de la política. No era un héroe de la Independencia, no era un militar, no era un letrado, no conocía el arte de la política. El único capital que tuvo Rosas, y que tiene ahora Milei, justamente es la antipolítica”, explica Ternavasio, que tiene estudios posdoctorales en la universidad de Harvard y es miembro de la Academia Nacional de la Historia.
Sin embargo, señala, hay diferencias. Rosas sabía manejar los silencios. Y además, como le confesó en una carta a su amiga Josefa Gómez, resultó ser un tiempista. “Para hacer política es necesario no ir en un barco a vapor sino en la navegación a vela, y la navegación a vela implica dar muchas bordadas hasta encontrar el rumbo”, cita Ternavasio a Rosas, que como gobernador de la provincia de Buenos Aires (1829-1832 y 1835-1852) dominó la política nacional durante más de dos décadas.
Ternavasio también puede ayudarnos a entender el modo en que los líderes políticos argentinos suelen referenciarse en alguna figura histórica, tal como Carlos Menem lo hizo con Facundo Quiroga y ahora Milei con Juan Bautista Alberdi.
“No todos los gobiernos de turno hacen un uso intensivo de la historia ni buscan referenciarse en algún personaje en particular –dice la historiadora–. Pero muchos sí, como Milei ahora supuestamente retoma a Alberdi. Antes, el kirchnerismo también hizo un uso intensivo de la historia invocando lo que llamamos la línea revisionista, que en los años 30 surge como un movimiento intelectual, más que historiográfico, y cuestiona al liberalismo desde la reivindicación del nacionalismo. Y aunque en el revisionismo hay muchas variantes, buena parte de esa corriente revindica la figura de Juan Manuel de Rosas, así como el federalismo y los caudillos del interior”.
Cuando los líderes políticos buscan una identificación con estas figuras históricas no lo hacen pensando en el pasado, sino en el presente, destaca Ternavasio. “Apelan al pasado para avalar políticas del presente. Para legitimarse en los cursos de acción hacia el futuro. De alguna manera, eso está contemplado en las formas de hacer política. Algunos lo hacen de manera más intensiva y otros de modo más atenuado. Milei se referencia en el liberalismo, que es un espectro variado. Desde que surge, a fines del siglo XVIII, hasta la actualidad, ha dado lugar a distintas combinaciones. Por eso digo, cuidado... Milei se parece mucho a Rosas, que era un antiliberal en lo político. En esa combinación entre un supuesto liberalismo económico y un antiliberalismo político veo su construcción de liderazgo, lo que se manifiesta en las formas de conectarse con el coro de voces de la representación política del Congreso. Ahí veo una relación complicada que, en todo caso, mucho más que en Alberdi se referencia en este antecedente que es Rosas”.
"Con el gigantesco DNU del Gobierno, lo que se intentó al enviarlo al Congreso es hacer una suerte de reforma constitucional ad hoc"
–¿Cómo perfilamos a Alberdi? Lo conocemos por las Bases que dan sustento a la Constitución Nacional. Pero ¿qué más fue o es Alberdi?
–Hay ríos de tinta, desde la filosofía política o desde la teoría política, que hablan sobre muchos Alberdis. De un primer Alberdi que coquetea con el liderazgo de Juan Manuel de Rosas. Un Alberdi romántico que cuando tiene que salir al exilio, como tantos compañeros de ruta hace suyos los principios liberales. Ellos adhieren al liberalismo en gran parte en oposición a Rosas, que los está expulsando de la arena política y del país. Por lo tanto, ahí tenemos un Alberdi constructor y gran polemista. Por ejemplo frente a Sarmiento, en cuanto a cómo debe ser el futuro orden dentro de la coincidencia liberal. Había distintas formas de pensar la relación entre república, democracia y liberalismo. Hay varios autores que consideran que el de Alberdi es un liberalismo más conservador. Al mismo tiempo es un liberalismo muy historicista, que intenta conciliar el pasado con el presente. Alberdi dirá que hay que conciliar las tendencias federales preexistentes con las tendencias centralistas, que preexisten también.
–¿Era un conciliador?
– Sí. Pero al mismo tiempo tiene su proyecto, que era un proyecto estatal. Y ahí está el punto central. Todos nuestros liberales del siglo XIX tienen un proyecto de construcción del Estado, que es la gran asignatura pendiente de la Revolución. Dos asignaturas pendientes dejan la Revolución de Mayo y la Independencia: construir una idea de Nación, identitaria, y al mismo tiempo construir un Estado y darle materialidad. Ese Estado presupone una arquitectura política de instituciones republicanas. Pero también hay diversas formas de pensar el republicanismo. Natalio Botana ha estudiado muchísimo la tradición republicana, la libertad política y su historia. Hilda Sábato tiene un libro reciente sobre el experimento republicano decimonónico en Hispanoamérica. Ambos han descripto las distintas variedades. Dentro de esas diferencias en los usos políticos de la historia, los líderes se apropian y hacen un uso sui generis de lo que les interesa y sirve.
–¿Eso es lo que ahora hace el Presidente con Alberdi?
–En el caso de Milei, más que estar conformando un conjunto articulado de ideas, hay mucho eslogan. Un reduccionismo de las ideas para dar paso a la publicidad de las ideas y convertirlas en una causa. Y las causas por lo general están vaciadas de contenido, y en especial cuando obsesivamente intentan imponerse por sobre otras formas de pensar el mundo. Ahí estamos cayendo en una suerte de fundamentalismo político, de fanatismo.
–Durante el kirchnerismo fueron más identificables los historiadores que suscribían sus políticas. En cambio con este gobierno, que es muy reciente, la impresión es que nadie se mete. ¿Por qué?
–Han salido varios autores a cuestionar las formas en que La Libertad Avanza se apropia de la idea de libertad del liberalismo y sobre todo del liberalismo decimonónico, del liberalismo de Alberdi. Creo que a pesar del breve tiempo de gestión de Milei, varios ya han intervenido en la arena pública, mostrando lo que suele ocurrir con los usos políticos del pasado, que es la tergiversación a partir de la apropiación selectiva de determinados contenidos que pierden todo su contexto. En este caso, pierden el contexto del siglo XIX y ahí sí, el riesgo es el anacronismo. Trazar un puente entre el pasado y el presente siempre es complicado. Hay que darle densidad histórica a los problemas. Por ejemplo, la gran invención que fue un Poder Ejecutivo unipersonal, precisamente a fines del siglo XVIII, en la república norteamericana. Fue una invención que supuso una ingeniería política constitucional, para evitar el riesgo del despotismo de uno. Es decir, la amenaza de las viejas monarquías absolutas frente a las cuales se habían hecho las revoluciones y se habían declarado las independencias. La instauración de un Poder Ejecutivo de carácter unipersonal costó bastante. Fue muy discutido en la constituyente de Filadelfia, en la Constitución norteamericana de 1787. Ese modelo norteamericano no tiene nada que ver con las repúblicas clásicas. Es una república moderna, de carácter federal y representativo. ¿Dónde recalaba la representación de la soberanía popular? En el coro de voces del pueblo, en el Parlamento, que es donde está representada la pluralidad.
–¿Cómo influyó esto en el Río de la Plata?
–Cuando se produce la Revolución acá hubo mucha desconfianza hacia un Poder Ejecutivo unipersonal. La Revolución crea primero poderes colegiados: la Primera Junta, la Junta Grande, luego los Triunviratos. Y cuando se crea el primer Directorio y el Director Supremo, Carlos María de Alvear dirá que hay un gran temor hacia la figura del Poder Ejecutivo unipersonal, el temor al despotismo. Y a partir de allí lo que tenemos es el intento de uso de otorgar, por parte de la Legislatura, facultades extraordinarias al Poder Ejecutivo. Esto va a ser motivo de una gran discusión en la primera mitad del siglo XIX, con Rosas y luego Alberdi y los que lo sucedieron. Los liberales van a tratar de blindar constitucionalmente el uso de facultades extraordinarias.
–Hoy se repite la historia...
–Puentear al Parlamento es puentear la representación de la diversidad. El Gobierno no reconoce la existencia de un Parlamento donde se discuten las leyes. El uso de los decretos de necesidad y urgencia (DNU) se viene haciendo, de manera abusiva en muchos casos, desde la reforma de 1994. En el caso del gigantesco DNU del gobierno de Milei, lo que se intenta al enviarlo al Congreso es hacer una suerte de reforma constitucional ad hoc.
"Rosas no tenía ninguna de las credenciales para la carrera de la política. No era un héroe de la independencia, no era un militar, no era un letrado, no conocía el arte de la polític"
–Alguna señal da su nombre, “Bases para la reconstrucción de la Economía Argentina”. Emula a las Bases de Alberdi, y lo mismo pasa con el título de la ley ómnibus, “Bases y Puntos de Partida para la Libertad de los Argentinos”.
–El tema es que para reformar una Constitución se necesitan dos tercios del Congreso. Por lo tanto el uso del DNU con estas características me parece que es una degradación de la calidad de la democracia y del ejercicio institucional de la República; a mi modo de ver es muy amenazante, temerario. Y al mismo tiempo, acompañado de un lenguaje que no es el de la política, sino el de la guerra. Lejos de la tradición liberal pluralista y consensualista, donde supuestamente se inscribe La Libertad Avanza, se está avanzando hacia una tradición agonal. Tradición que está en la base de los populismos, no importa que sean de izquierda o de derecha. Crear un enemigo y a partir de allí construir una idea de poder que intenta pasar por encima de las instituciones parlamentarias destinadas a la conversación pública.
–¿Fue así también con Rosas? ¿Qué semejanzas y diferencias se pueden trazar con respecto a Milei?
–Una primera gran semejanza: los dos son outsiders que emergen en la política en una coyuntura muy corta, de gran crisis. Rosas no tenía ninguna de las credenciales para la carrera de la política. No era un héroe de la independencia, no era un militar, no era un letrado, no conocía el arte de la política. El único capital que tuvo Rosas y que tiene Milei justamente es la antipolítica. La diferencia de Rosas es que, como le confiesa a una amiga epistolar, Josefa Gómez, una vez desterrado en Inglaterra, “para hacer política es necesario no ir en un barco a vapor sino en la navegación a vela y la navegación a vela implica dar muchas bordadas hasta encontrar el rumbo”. Esto implica darle determinado timing a la política. Eso Rosas lo terminó entendiendo. Salvo sus primeros fracasos, como cuando en 1829 creyó que podía instaurar una lista única de candidatos. Pero la dirigencia se manejó como lo hacía hasta ese momento, deliberando y conformando muchas listas. Y la obsesión por obtener facultades extraordinarias. Rosas se encontró con una Legislatura que se las otorga por un tiempo con rendición de cuentas, pero limitando sobre qué leyes puede avanzar o no. Eso dependía de las mayorías dentro de esa Legislatura, que era netamente federal. Porque al partido unitario lo había mandado prácticamente al exilio. Hasta que los números en la Legislatura no le dan, le retiran esas facultades extraordinarias y es allí donde Rosas tiene que repensar sus estrategias. No era una Legislatura dócil. Y lo que consiga va a ser a fuerza de extorsión. La semejanza entre Rosas y Milei que quiero resaltar es el lenguaje agonal de la política, el uso de la furia por parte de quien detenta el poder denigrando a cualquier sospechado de opositor, o a aquel que vote en contra, llamándolo “traidor”. Esto habla de una forma de pensar la política y es un punto en común y una pésima señal para nuestro sistema.
–¿Rosas cambió estas características en algún momento?
–Durante seis años Rosas va navegando a vela y al mismo tiempo, y esta es una gran diferencia con Milei, utilizando muy bien los silencios de cuándo intervenir en la arena pública y cuándo no. Lo que no podemos comparar, por fortuna, es el uso de la violencia política durante la etapa rosista para amedrentar y expulsar a los opositores. Ahora lo que sí quiero marcar es ese lenguaje de la furia y de la guerra para pensar la política respecto del conjunto de las dirigencias, a las que también Rosas despreciaba. Despreciaba ir al fuerte, donde hoy está emplazada la Casa de Gobierno, y prefería gobernar desde su casa o desde algún puesto de campaña a través de su correspondencia. No existían las redes sociales [risas]. Y luego, cuando se construyó su residencia en Palermo, en 1838, prácticamente gobernó desde ahí. Digo, esto habla también de un enquistamiento por parte de un séquito muy cercano y cerrado. Y de no escuchar otras voces más allá de ese séquito.
"Hipólito Yrigoyen, cuando asume, también tuvo una relación de mucha tensión con las provincias"
–¿Cómo dejó el país Rosas?
–Dejó esa gran asignatura pendiente que era la Constitución. Y eso es lo que va a reivindicar tanto el liberalismo desde el exilio como los románticos y todas esas familias de expulsados. Como también quien lo derrocó en la batalla de Caseros, un federal de Entre Ríos, Justo José de Urquiza. Una figura importantísima para pensar ese tránsito. Porque va a ser desde allí donde reivindique la necesidad de constituir el país y terminar con esa forma confederal dominada por la provincia más poderosa, que era Buenos Aires, donde tenía el poder territorial Rosas. Una provincia en muchísimos aspectos distinta a la de hoy (una de las distinciones era que estaba también constituida por lo que hoy es la Capital y todo el entorno rural), que poseía el puerto, y de ahí el liberalismo económico de Rosas, quien aprovecha los aranceles de importación y exportación, dado que la forma confederal no distribuía al resto de las provincias. Y Rosas también, en ese contexto, hace uso de ese poderío económico para jugar con ciertos subsidios entre los gobernadores aliados o amigos; solo que a los enemigos les mandaba el ejército confederal.
–¿Hubo otros presidentes en la historia que se llevaron mal con las provincias?
–Hipólito Yrigoyen, cuando asume, también tuvo una relación de mucha tensión con las provincias. Hizo uso y abuso de las intervenciones federales, que es un mecanismo constitucional. Lo que vemos también es que durante el primer peronismo la reforma política fue pensada para lograr una mayor unanimidad en el Congreso. Cuando se planteó en la ley ómnibus de Milei un proyecto de ley uninominal por circunscripción se retomaron otros dos ensayos, uno previo a la Ley Sáenz Peña, cuando los liberales reformistas de entonces (1920) estaban buscando mecanismos de conciliación mediante una reforma electoral que pudiera dar respuesta a las demandas contra el fraude, así como de no representación de las minorías. Y el otro ensayo fue durante el peronismo, cuando se avanzó con una reforma electoral que le permitió al peronismo tener una posición casi absoluta en el Congreso. Esta propuesta actual va en el mismo sentido y habla de cómo están pensando en el oficialismo la relación entre el gobierno y la representación en el Parlamento.
UNA ESPECIALISTA EN EL SIGLO XIX ATENTA AL PRESENTE
PERFIL: Marcela Ternavasio
■ Marcela Ternavasio es profesora y licenciada en Historia (Facultad de Humanidades y Artes, Universidad Nacional de Rosario), máster en Ciencias Sociales (Flacso) y doctora en Historia (Facultad de Filosofía y Letras, UBA).
■ Es investigadora del Conicet y del Consejo de Investigaciones de la UNR, y se desempeña como profesora titular ordinaria de Historia Argentina I en la Facultad de Humanidades y Artes de esa universidad.
■ Sus líneas de investigación se han desarrollado dentro del campo de la historia política argentina e iberoamericana del siglo XIX.
■ Es autora de los libros La revolución del voto. Política y elecciones en Buenos Aires, 1810-1852 (Siglo XXI), La correspondencia de Juan Manuel de Rosas (Eudeba), Gobernar la revolución, Historia de la Argentina, 1806-1852 y Los juegos de la política. Las independencias hispanoamericanas frente a la contrarrevolución (Siglo XXI).