Marcel Proust. La comunión de las artes, un paraíso recobrado
A 150 años de su nacimiento, el autor de En busca del tiempo perdido sigue deslumbrando con una obra que apuntó a las esencias a través de los signos de la realidad
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El caso de Marcel Proust tiene cierta semejanza con el de Jorge Luis Borges. La gloria, la celebridad, los lectores y la influencia de ambos no han dejado de crecer después de sus respectivas muertes. Hoy, 10 de julio, se celebra el sesquicentenario del nacimiento de Proust en 1871. También podrían conmemorarse los ciento cincuenta años de la trágica rebelión de la Comuna de París, que obligó a Jeanne Weil, casada con el Dr. Adrien Proust, a refugiarse en la casa de su tío abuelo Louis Weil en Auteuil, para terminar de un modo más tranquilo su primer embarazo. Allí, nació el futuro escritor.
En un año, cuatro meses y ocho días, se cumplirá un siglo de su muerte.
Varios de los escritores, filósofos, historiadores de la literatura y biógrafos más reverenciados de los siglos XX y XXI le dedicaron sus esfuerzos al estudio de En busca del tiempo perdido: signo de la vigencia de su autor. Entre aquellos proustianos ilustres está el escritor y filósofo Walter Benjamin, que tradujo a Proust al alemán y en cuyos escritos no es necesario que lo nombre (aunque lo hace), porque la huella es identificable: baste pensar en los momentos de iluminación, las “epifanías” del tipo de las magdalenas, las baldosas desiguales del baptisterio de San Marcos, de Venecia; en lo que le deben los conceptos de vivencia y experiencia de Benjamin a la memoria involuntaria. El texto más difundido del pensador, La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica está marcado por À la recherche....
"El mundo de Proust es un libro en el que convergen todas las artes, todos los sentidos y la vida vivida"
A través de Benjamin, el sello del petit Marcel también se encuentra en Theodor Adorno y, más cerca en el tiempo, en Jean-Paul Sartre (Les mots); en Maurice Merleau- Ponty y su cautivadora expresión de la idea como “sublimación de la carne”; en Roland Barthes que, aun en su obra de escritura estructuralista, El sistema de la moda, muy lejana de la proustiana, no hizo sino rendirle un homenaje al difusor más prestigioso y agudo del artista, diseñador, inventor, fotógrafo y creador de textiles Mariano Fortuny y Madrazo, el mago de la túnica Delfos y los terciopelos venecianos. No es necesario decir nada sobre Fragmentos de un discurso amoroso, donde Barthes, desde el título, confiesa sus lecturas.
Y qué decir de Proust y los signos, de Gilles Deleuze, quizá la interpretación más original de la obra de aquel (lo que no quiere decir la más acertada), porque no coloca a la memoria involuntaria ni al tiempo ni a la metáfora como las claves de À la recherche, sino a los signos, su desciframiento y a la verdad, es decir que hace de esa novela, no es el primero, una ontología.
Hay un punto en que Deleuze acierta, pero en eso no es original: el libro de Proust es una novela de aprendizaje. Su narrador, que quiere ser escritor pero no sabe sobre qué escribir, debe aprender a descifrar signos de la realidad que remiten a la verdad, a la esencia; esta esencia es inmanente al signo. Hay cuatro tipos de signos. Primero, se pasa por los de la vacía mundanidad; luego, por los del amor, signos engañosos que ocultan mundos desconocidos, los de la persona amada; el tercer grupo es el de las impresiones o sensaciones que surgen del encuentro azaroso, no producido por la inteligencia ni la voluntad, de una persona con ciertos objetos o experiencias vinculadas con los sentidos y la percepción que abren el secreto de la memoria involuntaria; visiones como la epifanía de los árboles de Martinville, que remiten a las muchachas en flor; el aroma y el sabor de la magdalena bañada en té, de los que surge la memoria de Combray; sonidos como la campanilla de la puerta trasera de la casa de la tía Léonie, o la sinestesia o propiocepción generada por las baldosas desiguales del baptisterio de San Marcos, en Venecia. De esos contactos imprevistos nace la memoria no buscada de una sensación semejante, percibida en una circunstancia lejana, pero que está al mismo tiempo en aquel presente y en el actual y que libra el acceso a la verdad. El origen de esa memoria está en los sentidos, es decir, en el cuerpo, y no solo remite a la cualidad en común que tienen la sensación pasada y la presente, sino a todo lo que rodeaba a aquella. Ese momento de coincidencia está regido por una temporalidad distinta de la cronológica, la del reloj. Podría decirse que la memoria involuntaria surge en una especie de limbo atemporal. Proust emplea una expresión más precisa: “un instante de tiempo en estado puro”.
"Una manera que tiene Proust de retratar sus personajes es compararlos con pinturas"
El cuarto mundo de signos es el del arte. Esos signos desmaterializados remiten a una esencia ideal que actúa sobre las impresiones sensibles, las convoca en “el instante de tiempo en estado puro”, en el que renacen Combray, Venecia, la frasecita de Vinteuil, no tal como fueron en el presente de aquel momento, ni como son ahora, sino en el esplendor de su ser, en un presente radiante e inmortal que solo se vive en el mundo de las esencias, la verdad y el arte.
Pasar del tiempo perdido al recuperado exige un esfuerzo más. Cuando se producen esas epifanías, quien las experimenta se siente invadido por la felicidad. El tiempo, en ese caso, se ha recuperado brevemente y en forma individual. Pero si se ahonda en una impresión para entenderla y se escribe un libro, o se pinta la plenitud del Ser en una de sus manifestaciones, el tiempo se habrá recuperado para todos los que se acerquen a las esencias liberadas por el arte.
En la Recherche abundan las citas de cuadros, esculturas, obras musicales, libros, poemas, a las que el narrador les da mucha importancia porque en ellas hay un misterio que aquél todavía no ha podido revelar: sospecha que hay algo en común entre todas las formas artísticas, así como en un sentido están involucrados todos los otros. La revelación le llegará por medio de la memoria involuntaria y del arte al final de la novela, cuando se haya desengañado de la mundanidad y también del amor.
Para cada una de las disciplinas artísticas, Proust crea un representante no real, sino de ficción, que es el emblema de su disciplina. En pintura, es el personaje de Elstir; en literatura, Bergotte; en música, Vinteuil.
¿Cuáles fueron los pintores preferidos de Proust en la vida real? Empecemos por uno poco conocido en el siglo XIX, Vermeer; el mismo Marcel no sabía de él hasta que lo descubrió gracias a su amigo Bertrand de Fénélon. Con éste, Proust viajó a Holanda en su juventud para contemplar las pinturas de los pintores flamencos, entre ellos, Vermeer. De éste, lo que más les interesaba a los dos amigos era Vista de Delft. Para verlo, fueron al Museo de La Haya. Lo hicieron el 18 de octubre de 1902. Cuando salió del Museo, Marcel dijo “Sé que he visto el cuadro más hermoso del mundo”. Desde ese día, lo obsesionó el pequeño lienzo de pared amarilla que resalta entre las casas de colores oscuros.
En À la recherche.., transfiere esa obsesión a Bergotte, el escritor admirado por el narrador. Diecinueve años después del viaje a La Haya, Proust escribe un pasaje conmovedor. Bergotte, gravemente enfermo, presiente que le queda muy poco de vida. A pesar de su debilidad y sufrimiento, va a ver una exposición de Vermeer en París. Lo que quiere es contemplar el pequeño lienzo amarillo de pared para comparar la perfección de ese fragmento con su escritura. “Así debiera haber escrito yo –se decía–. Mis últimos libros son demasiado secos, tendría que haberles dado varias capas de color, que mi frase fuera preciosa por ella misma, como ese pequeño panel amarillo”. En la sala del museo, muere.
Es muy interesante que Bergotte haya comparado su escritura con una creación no literaria. En una disciplina artística, están todas los demás. Las convoca la sinestesia, la metáfora, el tiempo recuperado.
El arte introduce el tiempo recuperado en la novela. Una de las maneras de Proust para retratar a sus personajes es compararlos con pinturas; por ejemplo, Odette, la amada de Swann, se parece a la hija de Jethro, el suegro de Moisés, en un fresco de Botticelli en el Vaticano. En esa comparación, la verdad de la pintura ilumina la cara de Odette y produce un espejismo.
Albertine, en La prisionera, se viste con ropas y telas de Fortuny. Éstas se inspiran en las pinturas de Carpaccio, otro de los artistas favoritos de Marcel.
Envuelta en esos peignoirs que evocan la luz, la sensualidad y las texturas de Venecia y Oriente, más que una mujer es un mundo presente e ideal, tangible y volátil.
La preferencia de Proust por Wagner se debe no solo a la belleza de su música, sino a su visión de la ópera como “arte total”. Hablaban un lenguaje común.
Proust se refiere una y otra vez en su obra a las catedrales medievales. John Ruskin, al que tradujo, le enseñó a amarlas y apreciarlas. Como escritor, lo que toma de las iglesias para su obra es la estructura. Los arcos que unen las columnas y sirven de sostén en Chartres o en Amiens son en la obra literaria los arcos que unen los objetos o sensaciones presentes con el pasado y terminan por constituir el tiempo recuperado en la escritura.
Los retratos de sus personajes son como las esculturas de los pórticos adosadas a los pilares catedralicios. A los grupos, les corresponden tímpanos o dovelas en los que aparecen los Verdurin, los Guermantes, el Combray popular, Doncière y la vida militar, los dreyfusards y los antidreyfusards que están también en otros grupos con otras identidades.
Tomemos un caso minúsculo formado por tres arcos impulsados por el mismo motivo: el personaje de Alí Babá de Las mil y una noches. Este le sirve a Proust de referencia como el llamado de un corno repetido en distintos lugares de un bosque a los cazadores y sus perros; cada una de esas apariciones de Alí Baba son señales al lector en la página 18 y en la 56 de Du Côté de Chez Swann de la unidad y solidez de la construcción del libro. Mucho más lejos en la página 98 de À l’ombre des jeunes filles en fleurs, Alí Babá es un guiño familiar porque en Combray, en la casa de la tía Léonie, había un juego de platos pintados con ilustraciones de Las mil y una noches. A la de Alí Babá la utiliza para tres comparaciones. Una de ellas está asociada a pocos renglones de distancia con una mención de la Eneida de Virgilio. Las dos en relación con el mundo elegante y aristocrático que Swann frecuentaba y con la ignorancia en que estaba la tía del Narrador de esos contactos con el gran mundo de un hijo de agente de Bolsa. A la abuela, esa intimidad le hubiera parecido tan extraordinaria como tener a Alí Babá en su casa para la cena sin saber que, cuando estuviera solo, iría a la gruta donde había escondido un tesoro insospechado; o a una señora culta la idea de estar personalmente ligada con Aristeo, el hijo de Apolo y guardián de las abejas, que, después de hablar con ella, se sumergiría en las aguas del imperio de Tetis, sustraído a los ojos de los mortales, para conversar con ella. En ese pasaje de doce renglones desfilan la mitología griega, la cultura latina, la literatura oriental y el servicio de vajilla de una casa burguesa con motivos orientales de moda: un retrato humorístico del aislamiento en que vive una señora anciana en una pequeña ciudad de provincia.
Cada uno de los emblemas de ficción de una disciplina artística, como Elstir, el pintor, está compuesto en la obra de Proust por aspectos de artistas reales: Monet, Whistler, Moreau, Helleu, Boldini, Renoir; otro tanto ocurre con Vinteuil, cuya música imaginaria está inspirada en Saint-Saëns, Fauré, Wagner, Franck, Schumann, Beethoven, Chopin.
El mundo de Borges está hecho de literatura. Sus obras son libros escritos a partir de libros. Su Paraíso tenía la forma y el contenido de una biblioteca.
El mundo de Proust es un libro en el que convergen todas las artes, todos los sentidos y la vida vivida, olvidada y recuperada de forma fragmentaria, como aparece en los álbumes de fotografías; en los portales de las iglesias; en los movimientos de una sinfonía. Su paraíso se funda en la comunión de las artes, entre las que incluye a la literatura. Esa comunión es la única esperanza, la única ilusión de inmortalidad.