Por qué casi no hay películas del boom
A Gabriel García Márquez le gustaba recordar que el único título que tenía era el de guionista cinematográfico. A pesar de eso y de su interés por el cine se negó a que Cien años de soledad, su novela insignia, pasara a la pantalla grande. Anthony Quinn le ofreció una millonada para ponerse en la piel de alguno de los Buendía. No hubo caso: su objetivo declarado era que los lectores tuvieran que adentrarse en la ficción sin ser inducidos por ninguna imagen. El libro había vendido tanto que se podía dar el lujo, aunque más tarde permitiría adaptaciones de otras obras (como en Eréndira, de Ruy Guerra, o Crónica de una muerte anunciada, de Francesco Rosi).
"Que Cien años de soledad no haya tenido película hasta ahora fue una decisión excepcional, que de manera involuntaria parece haber repercutido en las obras de los demás autores del boom"
Llegada la hora de los herederos, Cien años de soledad tendrá finalmente su versión audiovisual en formato de serie (se verá en diciembre) y romperá con aquel tenaz gesto de autonomía literaria que –todo hay que decirlo– GGM había limitado a un “mientras yo viva”.
Que Cien años de soledad no haya tenido película hasta ahora fue una decisión excepcional, que de manera involuntaria parece haber repercutido en las obras de los demás autores del boom. Esa generación salió a la luz en los años sesenta, una época en que el cine de autor causaba fervor. No solo los escritores se interesaban en ese medio, sino que recibieron la influencia, más allá del barroquismo y el experimentalismo de sus novelas, del lenguaje cinematográfico. Son pocas, sin embargo, las obras importantes del boom que tuvieran sus correspondientes películas.
De Mario Vargas Llosa hubo adaptaciones de Pantaleón y las visitadoras (la codirigió él mismo, en 1975) y en los años ochenta una versión de La ciudad y los perros. De Carlos Fuentes –guionista prolífico– está Gringo viejo, filmada por Luis Puenzo, pero no hay adaptaciones de La muerte de Artemio Cruz o de Aura. De José Donoso, el mexicano Arturo Ripstein filmó El lugar sin límites (una novela que hoy se consideraría queer), pero no de El obsceno pájaro de la noche (formidable pesadilla de vanguardia) ni de Casa de campo. De Cortázar, Manuel Antín filmó tempranamente algunos de sus cuentos (La cifra impar, basado en “Cartas de mamá”, o Circe). El Perseguidor inspiró alguna cinta inmediata. En la versión de Michelangelo Antonioni de “Las babas del diablo” (la famosa Blow Up), en cambio, no quedan rastros del relato original. Con Rayuela nadie se atrevió. Raúl Ruiz tiene una película que se llama Tres Tristes Tigres, pero, sorpresa, no tiene nada que ver con la novela del cubano Guillermo Cabrera Infante, el cinéfilo más admirable de los escritores del boom. Son solo algunos ejemplos.
Pasadas las décadas, eso puede estar cambiando. A la inminente Cien años de soledad se le adelantó la recién estrenada Pedro Páramo que dirigió Rodrigo Prieto. Aunque Juan Rulfo era algo mayor que todos esos autores que lo tenían por maestro –y casi no publicó después de esa novela y de El llano en llamas– compartió su época y sus intereses. Fue fotógrafo y también escribió argumentos para un cineasta, el Indio Fernández. Un relato tardío, “El gallo de oro” (se publicaría mucho después, en 1980) fue adaptado en los años sesenta por García Márquez y Fuentes para una película filmada por Roberto Gavaldón. El propio Pedro Páramo tuvo una versión en 1967, al parecer tan frustrada que ni siquiera figura entre las adaptaciones que Wikipedia consigna en la entrada dedicada al mexicano.
Las críticas al Pedro Páramo de Prieto apuntaron contra la prolijidad de la transposición. Son válidas: hace tiempo que el cine aprendió que, para ser literal, mejor leer el libro. Pero la fidelidad extrema tal vez revele una nostalgia inconsciente: la de que casi no haya películas de esos clásicos latinoamericanos, a los que nadie les quitará ya, como a Cien años de soledad, su bien afirmado poder escrito. ¿O acaso en otras latitudes no siguen filmando sin ningún trauma a Dickens o al Balzac de Las ilusiones perdidas?
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