Para recordar a Benny Golson
Tal vez algún lector se acuerde del papel que jugaba el jazz en La Terminal, aquella película de Steven Spielberg con Tom Hanks en la que un individuo de un país ficticio, Krakhozhia, quedaba varado por años en el aeropuerto Kennedy de Nueva York. La historia es larga, pero el detalle es simple. El protagonista tenía un padre fanático del jazz que se había dedicado a juntar autógrafos de los 57 músicos de jazz que figuraban en una famosa fotografía de 1958, conocida como A Great Day in Harlem. En la imagen faltaban muchos (Miles Davis, Dave Brubeck o John Coltrane, comparativamente poco conocidos todavía, que al año siguiente revolucionarían el género con Kind of Blue, Time Out y Giant Steps), pero aparecían figuras como Count Basie, Charles Mingus, Dizzy Gillespie, Gerry Mulligan y la gran píanista Mary Lou Williams.
Al padre de Viktor, el protagonista de La terminal, le faltaba un solo autógrafo de los retratados, el de Benny Golson, y al final de la cinta, en un memorable cameo del saxofonista, el hijo lo consigue.
La muerte en septiembre (a los 94 años) de un grande como Golson pasó inadvertida en estas latitudes, y dejó como único superviviente de los que posaron en aquella foto al legendario Sonny Rollins.
"Golson escribió “I Remember Clifford” –hoy un standard– en 1956, poco después de la muerte del amigo al que todos consideraban el trompetista más dotado de su generación"
En aquella Golden Age, la muerte joven era cosa de todos los días entre los músicos de jazz. Los varios gigs en una misma noche, la vida horaria a contramano, las drogas y el alcohol, la persecución policial (sobre todo para los jazzmen negros, la mayoría) era una combinación tan vertiginosa como letal. El caso más citado es el de Charlie Parker (que murió, dice el mito, de un ataque de risa, mientras miraba en la televisión un show de jazz, envejecido a pesar de andar en la treintena), pero es solo el más emblemático.
En estos años, sin embargo, se pudo constatar que aquel triste fenómeno tuvo su contracara en la longevidad de muchos de aquellos músicos: Golson o –por citar otro adiós reciente– Roy Haynes, que siguió tocando la batería hasta sus noventa, son dos ejemplos.
Además de sus prestaciones al comando de su saxo alto, Golson dejó muchas composiciones fundamentales del género (“Whisper not”, “Along Came Betty”), pero hay una en la que las caras de esa moneda bifronte del jazz –de un lado, la muerte temprana y trágica; en el reverso, los que llegaron a viejo– se dan la mano de manera imborrable: me refiero a “I Remember Clifford”, la pieza que Golson escribió en recuerdo de Clifford Brown.
Golson escribió ese tema –hoy un standard– en 1956, poco después de la muerte del amigo al que todos consideraban el trompetista más dotado de su generación (la posta la tomaría pronto Miles Davis). En tiempos en que la heroína hacía estragos entre los músicos, Brown y Golson eran de los pocos que la evitaban: no se drogaban, pero tampoco tomaban alcohol. Por eso, la muerte de Clifford, la prueba de que se podía tocar a altísmo nivel estando “limpio”, fue doblemente conmocionante. Brown se dirigía a Chicago con el pianista Richie Powell (el hermano de Bud Powell) para tocar en otro concierto más. Aprovecharon el trayecto para dormir y llegar en forma, pero el coche, manejado de noche bajo la lluvia por Nancy, la mujer de Richie, se salió de la ruta y volcó. El jazz podía preveer muchas muertes, pero no esa, que todavía hoy se sigue lamentando. Clifford solo tenía 25 años.
“I Remember Clifford” fue la manera que tuvo Golson de transmitir en tiempo presente su zozobra. La balada no tiene solemnidad, nada de réquiem, sino más bien aires de despedida, como si se tratara de un último diálogo íntimo entre los dos amigos, antes de soltar para siempre al que ya no va a estar y quedará a partir de entonces vibrando como recuerdo en ese tema. Ahora, al escuchar por enésima vez la canción y sabiendo que no hay autógrafo que valga, también nos queda recordar y agradecerle Benny Golson, donde sea que haya ido.
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