Los que se van: la agridulce salida de buscar afuera lo que el país no ofrece
La crisis argentina sigue expulsando jóvenes al exterior, donde recuperan un futuro pero resignan la cercanía de sus afectos; el país pierde talento joven y calificado
- 10 minutos de lectura'
Mientras le sacaban una foto carnet para renovar su pasaporte antes de irse del país, Mara escuchó una frase que la marcó. “Es muy triste ver cómo todos los jóvenes emigran. Son las generaciones de las que dependemos como país. Así no podemos avanzar”, le confesó el empleado que atendía el local. Era una tarde calma, en plena pandemia de Covid-19. Hoy hace ya tres años que Mara Müller, una joven argentina de 29 años, vive en Irlanda y trabaja en una empresa tecnológica. Atrás quedaron las frustraciones de una Argentina compleja e incierta.
“Es un país que te expulsa a buscar otras alternativas por la crisis económica y social”, resume Mara. Como ella, miles de jóvenes argentinos eligen irse en busca de mejores oportunidades de desarrollo profesional y progreso personal. En el aeropuerto internacional de Ezeiza se multiplican las despedidas, los abrazos interminables entre padres e hijos y las lágrimas de amigos que no saben cuándo volverán a verse.
"Los jóvenes esperan que la situación aquí empeore. Se perciben en peor situación que la de sus padres"
Hoy entre los jóvenes argentinos predomina una desesperanza muy fuerte respecto del futuro. La frustración que desencadena la situación económica, combinada con las dificultades para encontrar un trabajo de calidad, empujan a muchos a construir una nueva vida fuera del país. La globalización y el auge de las nuevas tecnologías también facilitan el éxodo, y tienen un impacto importante en una generación acostumbrada a vivir en un mundo hiperconectado.
Esta partida masiva de jóvenes argentinos tiene múltiples efectos. A nivel social, en esta generación reina un pesimismo difícil de revertir. La separación forzada fragmenta las estructuras familiares. Y en lo económico, son talentos valiosos que se pierden para aportar al desarrollo del país.
En nuestro país los datos no distinguen entre quienes salen de la Argentina de manera transitoria y permanente. Desde la Dirección Nacional de Migraciones, aclararon a LA NACION que las personas no están obligadas a declarar el motivo de salida del país. Solo en el período pandémico lo hacían a través de la declaración jurada electrónica. Pero fue un período anómalo.
"Al irse se produce un desgarro de la musculatura afectiva. Se repara, pero se sufre"
De todas formas, las estadísticas de otros países reflejan un aumento en la cantidad de argentinos que emigraron en los últimos años. Solo durante la primera mitad del año pasado, 15.103 argentinos se instalaron en España. Allí el flujo migratorio argentino viene creciendo desde hace tiempo. En 2019, más de 17.000 argentinos partieron al país ibérico. Hace seis años, en 2017, emigraron apenas 8783 argentinos y una década atrás, en 2013, lo hicieron solo 3759 argentinos, según el Instituto Nacional de Estadística (INE).
Según registros de la Dirección Nacional de Migración de Uruguay, el país vecino concedió en 2018 solo 200 residencias a argentinos. En 2021 hubo un pico de 1623 residencias otorgadas.
En 2018, había 73.476 argentinos residentes en Chile, mientras que el año siguiente la cifra subió a 75.740, en 2020 llegó a 76.449 y en 2021 ascendió a 77.023. Estos datos se desprenden del Instituto Nacional de Estadísticas de Chile.
El fenómeno crece al compás del deterioro económico. Las principales razones de los jóvenes argentinos para emigrar se vinculan a la profunda frustración que desencadena la crisis económica prolongada desde hace años, la falta de un horizonte de mejora a futuro y la desesperanza que eso causa.
“El país expulsa a sus jóvenes. Los jóvenes necesitan una noción de futuro y de porvenir. Este país hoy es opaco en ese sentido. Hay una vivencia de angustia y peligro, de amenaza por lo económico y por la ausencia de reglas. Vivimos en una anarquía: como las reglas cambian todo el tiempo, entonces no hay reglas. Eso genera desamparo, abandono, una desprotección muy grande. Lo incierto del mañana, que es algo inherente a la vida, se convierte así en una amenaza. Es una partida cuasi obligatoria. Un exilio voluntario, pero a la vez obligatorio, para tener derecho a un mañana. Ellos no se van, los echan”, afirma José Abadi, médico psiquiatra y psicoanalista.
Terreno hostil
En un momento en el que el desempleo joven se sitúa en 13,6% para las mujeres y 12,6% para los varones menores de 30 años, la pobreza se ubica en 39,2% y la inflación supera el 100% interanual, el país es terreno hostil para quienes intentan dar sus primeros pasos laborales. Por estos motivos, el 70% de los jóvenes de entre 16 y 24 años se iría a vivir al exterior y el 55% de los argentinos de 25 a 34 años quiere emigrar, según el informe “Perspectivas de los jóvenes a futuro”, del Centro de Investigaciones Sociales (CIS) de la UADE, realizado en 2021.
"‘Los jóvenes creen que tienen las cualidades y habilidades técnicas necesarias, pero el desempleo y las exigencias de experiencia frustran sus posibilidades’, dice Rotelli"
“Para los próximos diez años, los jóvenes esperan que la pobreza y la inseguridad se incrementen. También esperan una peor situación económica. El desempleo, las excesivas exigencias de experiencia previa, la falta de educación y los sueldos bajos son las principales dificultades de los jóvenes para encontrar trabajo. En el informe aparece una sensación de estancamiento muy visible. Los jóvenes se autoperciben en una peor situación respecto a la de sus padres. Quieren emigrar porque consideran que existen mejores posibilidades de desarrollo profesional en otros países”, explica Solange Finkelsztein, economista, coordinadora de Investigaciones de UADE.
En una línea similar, Nicolás Rotelli, magíster en gestión política, coordinador del Instituto de Ciencias Sociales y Disciplinas Proyectuales de la UADE, apunta: “La situación económica y la falta de progreso personal son las principales preocupaciones. Los jóvenes creen que tienen las cualidades y habilidades técnicas necesarias, pero el desempleo y las exigencias de experiencia frustran sus posibilidades. Como no progresan como quisieran, buscan ese progreso en otras latitudes”. Sin embargo, más allá de las serias dificultades que enfrenta la Argentina, también influyen factores externos como la globalización y la creciente virtualidad facilitada por la tecnología.
“El contexto económico, social y político conspira contra un futuro laboral promisorio para los jóvenes”, advierte Matías Ghidini, especialista en mercado laboral y CEO de la consultora Ghidini-Rodil. “Pero también hay otras causas, relacionadas al mindset global de las nuevas generaciones. Conciben su desarrollo personal y profesional de manera mundial. Esto está potenciado por la tecnología, que facilitó el acceso al mundo. La pandemia, a través de la forzada virtualidad, expuso la posibilidad de trabajar para otro país sin tener que irse a vivir afuera. Por eso irse afuera no es solo un proyecto profesional, sino también personal, relacionado a vivir otras experiencias. En los jóvenes lo laboral y lo personal están integrados”, completa Ghidini.
El caso de Mara, graduada de Hotelería y Turismo, refleja cómo la situación del país y el deseo de vivir otras experiencias en un mundo globalizado se combinan en la decisión de partir: “Siempre tuve mucho interés en hacer una experiencia en el exterior, pero no me terminaba de animar. Durante la pandemia, me sentí muy estancada y decidí irme. A las semanas me contactaron por LinkedIn de una empresa diciendo que les interesaba mi perfil porque necesitaban a alguien que hablara alemán. La crisis económica, las dificultades para conseguir un buen trabajo y la falta de futuro en la Argentina influyeron muchísimo a la hora de aceptar esta oferta”.
A pesar de las posibilidades que ofrecen otros países, también hay dificultades y contras a la hora de partir e instalarse en un nuevo lugar. Extrañar a la familia, a los amigos y vínculos cercanos, la separación forzada que provoca la decisión de emigrar, son los principales obstáculos. La tecnología ayuda a mantener el contacto, pero es insuficiente para calmar del todo la herida que produce la distancia física.
Irse tiene un precio
“Al irse se produce un desprendimiento, un desgarro de la musculatura afectiva. Se repara, pero se sufre. Irse tiene un precio, aunque sea la decisión adecuada. Nunca debería ser una reacción impulsiva, sino una decisión madurada. Se necesita una estructura psíquica madura para afrontarlo. Es importante disolver el pensamiento mágico y ser realista, sabiendo que emigrar tiene un costo. La tecnología ayuda mucho a no sentirse solo, a estar en contacto permanente de manera cotidiana con la familia y amigos. Es importante que la familia que se queda acá no acuse ni castigue al que se va, para no generar en él sentimientos de culpa que perturban su proceso de adaptación”, señala Abadi.
En el caso de Mara, su familia pasó por emociones encontradas. “Lo vivió con mucha tristeza, pero también me empujaron a que hiciera la experiencia afuera, que probara, y si no me sentía a gusto, siempre podía volver. No les gustaba verme estancada y sin posibilidad de crecimiento”, dice. Desde su lado, también hay claroscuros. “Hay muchas cosas que extraño. Más que nada, a mis vínculos afectivos. Pero sé que fue una buena decisión irme. Es una experiencia enriquecedora en todo sentido”, cuenta.
Desde Buenos Aires, su mamá la apoya, pero también siente su ausencia. “Cuando tomó la decisión de irse, la apoyé totalmente. Es muy duro que tu hija se vaya del país por sentirse frustrada. La extraño muchísimo. Me doy cuenta cuando viene de visita. Pero sentís alivio de que tu hijo no lidie con los problemas del país. La tecnología es muy importante. Ella me cuenta muchas cosas, me manda fotos. Nuestra relación es óptima y somos muy cercanas”, dice Margarita García Batista, madre de Mara.
En el informe de la UADE, la familia es una de las principales razones por las cuales los jóvenes evitan irse. “Entre quienes quieren quedarse en la Argentina, predominan los motivos familiares y el compromiso con el país”, sostiene Finkelsztein. Esta tendencia es más marcada en los jóvenes de 25 a 34 años que entre los de 16 a 24 años.
“La principal razón para quedarse es la familia. Ya sea porque extrañan a parte de su familia que se queda acá o por el deseo de formar sus propias familias y consolidarlas. Las limitaciones culturales, legales o administrativas-burocráticas no tienen mucho peso”, agrega Rotelli.
Muchos en esta generación de jóvenes argentinos sienten la contradicción de querer profundamente al país y a la vez sentirse expulsados. Esta expulsión, que no es gratuita para las familias y tiene un costo afectivo para los jóvenes emigrados, también impacta a nivel económico. Muchos de ellos tienen títulos universitarios, habilidades valiosas y una sólida formación.
“Hay una pérdida importante de talento joven, que conspira contra la necesidad de recursos humanos calificados para el desarrollo de las compañías. Esto impacta mucho más en los perfiles escasos dentro del mercado laboral argentino, que son los del grupo STEM: ciencia, tecnología, ingeniería y matemática. En el mercado laboral argentino sobran abogados, psicólogos, economistas. Necesitamos un planeamiento estratégico para corregir la desconexión entre la oferta y la demanda laboral. Si los que emigran a otro país son perfiles escasos, el impacto económico es muy alto”, afirma Ghidini.
Del otro lado están los jóvenes que eligen quedarse a pesar de las adversidades y las dificultades que plantea un país en crisis. “Hay muchos jóvenes que quieren emprender en la Argentina. Hay talento, nuestro país es una usina importante de unicornios”, dice Ghidini.
Ninguna decisión es definitiva. Quizás algún día, si se disipa el denso manto de desesperanza que hoy pesa sobre los jóvenes, si las condiciones económicas mejoran y surgen nuevas oportunidades, la generación expulsada vuelva. “Amo a mi país. Volver es siempre una opción”, dice Mara, entre la nostalgia por lo que dejó atrás y la satisfacción por su presente.