Los ni-ni-ni. Jóvenes que hoy no sueñan con un futuro
No estudian ni trabajan, y ya tampoco buscan empleo; según un estudio de la UCA, son el 14,8% de una franja etaria que va de los 18 a los 24 años
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Son jóvenes y pobres. Argentinos. No van a la escuela ni trabajan. Hay muchos que ni siquiera salen a buscar empleo. Viven de un magro aporte que distribuye el Estado, que fantasea con que esa ayuda se traduzca en apoyo electoral. Ese aporte no implica una contraprestación ni de estudio ni de trabajo. Las estadísticas, muchas veces estigmatizantes, los llaman Generación ni-ni. Por aquello de “ni estudian, ni trabajan”. Se trata de uno de cada cuatro jóvenes. Pero en los últimos tiempos se le ha sumado otro “ni”, el de “ni buscan empleo”.
"A estos jóvenes argentinos la inestabilidad e informalidad les pertenece. Los define. También, la desesperanza"
Los ni-ni-ni tienen entre 18 y 24 años y a juzgar por su pasado y su presente, grandes dificultades para soñar un futuro mejor. Según el Observatorio de la Deuda Social de la Universidad Católica Argentina (UCA), representan el 14,8% de su franja etaria: 10, 1% son varones, y el 19,6 % son mujeres. Sí, más mujeres que varones. Todos son pobres.
Son hijos de las crisis. Nacieron con el cambio de milenio. Aunque no son un emergente exclusivo de este país. Pero, a diferencia de España, por ejemplo, aquí no son fruto de una crisis existencial que retiene a los jóvenes en una adolescencia eterna signada por la falta de estímulos, sin proyectos ni ilusiones. A estos jóvenes argentinos la inestabilidad e informalidad les pertenece. Los define. También, la desesperanza. Se anotan para estudiar, pero la mayoría de las veces no terminan el año y abandonan la escuela. Tienen que “ayudar en casa” y no se puede. Fuera del sistema educativo, no tienen tampoco en su entorno ninguna institución que los contenga y les brinde asistencia básica para capacitarse, cuidar su salud y no estar en la calle. Si consiguen algún trabajo, es una changa. Un trabajo no registrado. Cuentapropismo. Y en el caso de las mujeres, trabajos de cuidado de chicos y ancianos, o de limpieza. Claramente trabajo sin registrar, sin beneficios sociales, sin continuidad.
"El Estado ayudaría más si interpelara a los jóvenes por su capacidad"
“La particularidad de esta generación ni-ni-ni es la desesperanza por el futuro. Lo lógico sería que pudieran pensar que si trabajan van a poder ganar algo para ellos, para ayudar en la casa, también para ahorrar y estar mejor en el futuro. Pero no, no pasa. Y si eso se rompe, si sienten que el trabajo es una explotación, si los van a tratar mal, si van a tener un trabajo muy inestable, si es que se tienen que inventar un trabajo, como los cuentapropistas, los recicladores de residuos, una venta ambulante... se trata de situaciones muy difíciles. Más con una sociedad que los entiende pero no los acompaña con políticas que tendrían que ser más activas, de cuidado de la juventud, que mínimamente tendrían que proveerlos de lugares donde estar, con televisores, computadoras. Lugares donde les enseñaran a hacer un currículum”, dice Eduardo Donza, sociólogo e investigador del Observatorio de la Deuda Social de la UCA, en un primer pantallazo de la situación que viven estos jóvenes en el país.
Lo que sí saben hacer
Frente a la realidad que reflejan estas estadísticas, hay quienes reniegan no de lo que muestran sino de lo que ocultan. Pablo Vommaro, doctor en Ciencias Sociales, docente e investigador de Conicet, además de coordinador del Grupo de Estudios de Políticas y Juventudes de la UBA, considera que esta categoría de los ni-ni-ni es estigmatizante por plantear una doble, triple negación. “Oculta realidades laborales precarizadas que están invisibilizadas por las estadísticas, oculta otra forma de trabajo. No es capaz de capturar las sinuosidades del mercado laboral formal e informal –dice–. El Estado ayudaría más si interpelara a las juventudes por su capacidad. Por lo que sí saben hacer los jóvenes”. Por ejemplo, cuidar a otros, estar en espacios de educación popular o de formación de pares. La enseñanza de oficios, en muchos casos, puede ser un puente para estos jóvenes que se han caído del sistema formal de aprendizaje, y para los que el mundo laboral no tiene reservado un lugar seguro.
"Los adultos no les estamos dando a los jóvenes ni oportunidades ni ejemplos"
En lo que atañe a la educación de los jóvenes ni-ni-ni, hay un par de datos llamativos. Uno tiene que ver con la formación de las mujeres. Donza explica que si bien “los niveles educativos de las mujeres hace muchos años que son mayores que el de los varones”, eso no se ve reflejado en su participación en el mercado laboral. En estos segmentos de la sociedad no se trata del techo de cristal, ya que ni logran llegar al empleo formal. “Hay una sociedad que cuida más a las mujeres para que sigan participando en los trayectos educativos –subraya–, pero a pesar de tener una mayor capacitación, terminan viéndose impedidas de participar en el mercado de trabajo formal ya sea por las tareas de crianza de hijos, de hermanos menores, por el cuidado que tienen que hacer de adultos mayores, o por ser las encargadas de hacer las compras, la limpieza o cocinar. Así, terminan en el grupo de los ni-ni”.
Otra cuestión que merece ser revisada es qué se considera “alumno que concurre a la escuela”. Donza apunta que basta con que hayan tenido “algún” contacto con la escuela para que se lo considere dentro del sistema educativo. Y ese estar concurriendo a la escuela del que se hacen eco las estadísticas pudo haber sido tan solo un cruce por WhatsApp con la maestra, señala.
Adultos ni-ni
Lejos están los jóvenes de ser los principales responsables de esta realidad a la que la Argentina los empuja. Para Martín Maldonado, que trabaja para el programa Municipios Unidos por la Niñez y la Adolescencia, de Unicef, el problema no son los jóvenes ni-ni, sino los adultos ni-ni. “Los adultos somos los que no les estamos dando a los jóvenes ni oportunidades, ni el ejemplo, ni las instituciones, ni la formación para insertarse en la sociedad”, subraya.
Y pasa a detallar cómo, por ejemplo, los cuatro sectores más productivos en términos de generación de riquezas en la Argentina de hoy no necesitan trabajadores. “El sector financiero, la minería, el agro tecnificado, el monocultivo con la soja a la cabeza, y el sector de producción de tecnología –dice– contratan muy poca mano de obra, y la que toman es altamente tecnificada. ¿Y de qué van a trabajar los jóvenes nuestros si el trabajo como tal ya no existe? No hay oportunidad de trabajo, no hay demanda. La educación que les ofrecemos no los prepara ni para el mundo laboral ni para el mundo de la tecnología”.
La tecnología puede parecer una herramienta de inclusión para los jóvenes. Sin embargo, y por el ritmo al que corren los cambios y las innovaciones, que se aceleraron incluso con la pandemia, hoy los jóvenes tienen la tecnología en sus manos pero “sin la contención adulta que necesita su buen uso”. Así, dice Maldonado, termina siendo otro factor de exclusión. “Allí es donde aparece lo peor de las redes sociales o lo peor de internet o lo peor de la tecnología, que es una tecnología sin horizonte de sentido, sin utopías. Sin contenidos de valores. Hay muchísima posibilidad de tecnología de comunicación y no tenemos qué decirnos. Los adultos no hemos generado ni los contenidos ni los marcos para contener esa tecnología que los chicos tienen en sus manos”, razona Maldonado.
Si el trabajo y la tecnología los expulsa, también los aparta la política. “El orden actual responde a otro tiempo y no representa a los jóvenes; premia la jerarquía, la experiencia, la permanencia en el tiempo”, afirma Maldonado. Y agrega que tanto el Estado como la sociedad son “adultocéntricos”, ya que “suponen que es mejor alguien de 60 años que de 20″. No dan el lugar necesario a la participación de los jóvenes, opina.
Liliana de Riz, doctora en socióloga y miembro de la Academia de Ciencias Morales y Políticas, prefiere dejar en claro los riesgos que encierra responsabilizar a la política por los jóvenes ni-ni-ni, que suelen ser carnada fácil para el clientelismo. “La generalización sobre los políticos tiene el riesgo de poner a todos en la misma bolsa y luego exponerlos a los que quieren eliminarlos como casta de privilegiados. La reforma laboral es resistida por un peronismo que persiste en ideas de los tiempos en los que la Argentina era una sociedad industrial con obreros capacitados. Y por cierto lucra con la administración de un Estado botín para mantener su clientela y engrosar sus bolsillos”, señala de Riz.
Educar, la clave
¿El clientelismo, en su afán de buscar votos, retiene a los jóvenes ni-ni-ni en sus casas? Dice de Riz: “En nuestro país, el clientelismo apuntala un gobierno de capitalismo de amigos. Si no se quiebra ese sistema seguirán los ni-ni-ni, que veremos cuánto resisten la lealtad a los planes. Mientras tanto los retiene y los saca a acampar para manifestar demandas porque en el país está organizada la administración de la pobreza. ¿A dónde los mandaría el gobierno si no crea empleos, si no educa para el mundo del trabajo, si sigue produciendo ágrafos que no saben comprender lo que leen?”
En Inglaterra encontraron una fórmula que estaría cambiando la falta de horizonte de los ni-ni-ni. Fue gracias a las ideas de sir John Holman, profesor emérito de la Universidad de York, quien en 2014 publicó The Good Career Guidance (“La buena orientación profesional”, en inglés), un informe en el que desarrolló ocho puntos esenciales, entre ellos, introducir contenidos de empleo en los programas educativos o asegurar una pasantía en una empresa antes de los 16 años. En 2017, el gobierno británico colocó este trabajo en el centro de su estrategia de orientación de los institutos educativos públicos. En 2022, en aquellos lugares que cumplieron con esos postulados, se pudo reducir un 9,7% la tasa de alumnos que tras acabar la escuela no siguen estudiando ni trabajando.
Paola Del Bosco, flamante presidente de la Academia Nacional de Educación, observa que muchas escuelas cerraron sus puertas en las últimas semanas por falta de gas, ante la llegada del frío invernal, y recuerda que la educación es un derecho humano. “La responsabilidad de proporcionar todos los elementos para optimizar el período de la educación de los chicos y jóvenes corresponde a la generación de adultos a cargo. Padres, docentes. También, a las autoridades y la sociedad en su conjunto. Porque, como dijo el filósofo alemán Hans Jonas, nosotros tenemos una responsabilidad no recíproca con las nuevas generaciones”. En suma, todos somos, de algún modo u otro, responsables de la generación ni-ni-ni.