Los escenarios en Estados Unidos ante un eventual renunciamiento de Biden
Después del debate con Donald Trump, aumentan las presiones y se abren múltiples especulaciones
- 11 minutos de lectura'
Pocas cosas, dicen los analistas políticos, generan más ansiedad y tienen al mismo tiempo menos impacto electoral que los debates presidenciales. Podemos contar con los dedos de una mano, enfatizan, aquellos que han tenido un papel relevante en la definición de un resultado electoral. Y aun en esos pocos casos, dicen los especialistas, importa menos el contenido de lo dicho que el lenguaje corporal, o más generalmente la comunicación no verbal.
Por ejemplo, entre los norteamericanos, se destaca el primer debate presidencial entre John Fitzgerald Kennedy y Richard Nixon, el 12 de septiembre de 1960. El entonces vicepresidente republicano vistió un traje claro (era a finales del verano) que se perdía contra el fondo, no se maquilló (le habrá parecido poco viril) y transpiró profusamente su semblante mal afeitado. Entretanto, el joven senador de Massachusetts, que no ganó en los argumentos, pero se vistió con un traje elegantemente oscuro y lució bronceado (o, al menos, bien maquillado). Los testigos que escucharon el debate por la radio concluyeron que ganó Nixon, no así los que lo vieron por TV.
Algo similar parece haber sucedido en el debate entre Sergio Massa y Javier Milei antes del balotaje, el 12 de noviembre de 2023. Para un observador desapasionado, Massa argumentó mejor, por momentos humillando al que resultaría electo presidente. Pero no fue eso lo que vieron los votantes argentinos, sino el contraste entre un político profesional, un chupasangre del Estado, arrogante e hipócrita, y un Rocky Balboa mal vestido, inexperto pero valiente, que recibió los golpes con virilidad, sin quejarse, como los reciben los votantes, desde hace décadas. Por eso ganó ese día, y la segunda vuelta con holgura.
El debate del 27 de junio entre Biden y Trump cayó como un balde de agua fría entre círculos demócratas, con el potencial de causar un terremoto de cara a las elecciones presidenciales de noviembre. El contraste entre los dos candidatos no pudo haber sido más notorio. Trump, que nunca se ha destacado por su capacidad para articular ideas complicadas, de expresarse en el lenguaje de un adulto, dotar sus argumentos de información relevante o guardar la calma, hizo lo que sabe hacer mejor: no dijo nada sustancial y mintió con descaro, pero al menos guardó la calma. Al hacerlo, sorprendió de forma positiva.
Biden se preparó de más. Llegó al debate munido de datos y argumentos, los que a duras penas llegó a expresar, luciendo cansado, pálido, físicamente frágil, perdiendo por momentos el hilo de la discusión, incapacitado en apariencia de mantener la boca cerrada, con la vista por momentos perdida, mirando entre espantado y resignado.
Ni siquiera los medios más afines (CNN, por ejemplo) osaron defender o justificar al Presidente. No bien había terminado el debate, comenzaron a circular las teorías conspirativas (“como no quiso bajarse, le hicieron la cama, forzándolo a un debate absurdo, para dejarlo en evidencia”), las recriminaciones (“el culpable es el partido y la familia, que dado el peligro que corre la democracia americana, nunca debieron haber permitido que se postulara”) y las predicciones (“se baja y queda Kamala, no, se bajan los dos y ponen a Newsom, no, necesitás a un afroamericano, etc.”).
Si Biden padece alguna forma de demencia senil, si ella se aceleró notablemente en los últimos meses, y si lo sabían o debieron saberlo sus allegados más cercanos, no está claro. Lo que sí lo está es que el debate confirmó los peores temores de los demócratas y las burlas más crueles de los republicanos, y apto o no para concluir su primer mandato, no debería someterse ni someter al país a un segundo período. La presidencia norteamericana es, a fin de cuentas, el trabajo más exigente del mundo.
Los rumores de un renunciamiento corrieron durante todos estos días, y si Biden termina resignando su postulación tan cerca de las elecciones, será la primera vez que algo así sucede desde 1968, cuando el 31 de marzo de ese año, sorprendiendo a propios y extraños, Lyndon Johnson declaró que no se postularía a la reelección.
Para analizar el caso que nos concierne, hay varios elementos a tener en cuenta:
1. Bajarlo a Biden. Las primarias del partido han concluido y Biden fue el ganador indiscutido, controlando una amplia mayoría de los delegados que deberán escoger al candidato en la convención programada para los días 19-22 de agosto en Chicago. La única forma concebible de que esos delegados escojan a otro candidato es que Biden decida renunciar a su postulación. Y para que esto suceda, se necesitará un deterioro drástico de la salud del candidato, de su performance en las encuestas, de su acceso al financiamiento para la campaña o la presión de su familia y amigos.
2. El dilema Kamala. En caso de que Biden se bajara antes de la convención, la candidata natural para sucederlo sería su vicepresidenta, Kamala Harris, que además del cargo que ejerce, es mujer y afroamericana y es quien por ahora mejor mide en las encuestas entre potenciales reemplazos de Biden. Sin embargo, existe temor de que esas encuestas puedan no ser del todo relevantes hasta que Biden no se baje, y de que tal vez no sea la mejor candidata para enfrentar a Trump dada su falta de experiencia ejecutiva, entre otros factores. ¿Para qué hacer tanto lío, se preguntan los capitostes del Partido Demócrata, y correr el riesgo de perder igual?
3. El vil metal. Es bien sabido que las campañas presidenciales norteamericanas son muy costosas. Los fondos recaudados por los candidatos son, en principio, solo para los candidatos. Al momento, Biden cuenta con US$ 212 millones en su haber y, si él se bajara, Kamala Harris podría usarlos. No así si los dos se bajaran, o eso es al menos lo que dice la legislación electoral. Como en todos lados, sin embargo, hecha la ley, hecha la trampa, por lo que la disponibilidad de ese fondeo no sería en principio obstáculo para escoger otro candidato.
4. ¿Quién si no Kamala? Si Kamala se bajara (o la bajaran), los demócratas van a querer conformar una fórmula “diversa”; en otras palabras, combinar un hombre y una mujer, y muy probablemente que uno de los dos sea afroamericano. Al mismo tiempo, querrán empujar la fórmula hacia el centro, distanciándose del “wokismo” que repele a buena parte del votante independiente, y ciertamente el republicano anti-Trump. Posibles candidatos para integrar esa fórmula son gobernadores como Gavin Newsom, de California; Gretchen Whitmer, de Michigan; Josh Shapiro, de Pensilvania; J.B. Pritzker, de Illinois; Wes Moore, de Maryland, o Andy Beshear, de Kentucky. Y miembros del gabinete como Gina Raimondo (Comercio) o Pete Buttigieg (Transporte), o senadores como Cory Booker. Menos probables, pero también posibles, son Hillary Clinton y Michelle Obama.
5. Cómo llegar enteros. Si en los próximos días o semanas Biden decidiera bajarse, y si Kamala decidiera hacer otro tanto, es posible imaginar tres escenarios.
El primero, el menos democrático, pero tal vez el menos disruptivo, sería que Biden mismo se ocupara de seleccionar la fórmula, y les encargase a sus delegados votar por ella en la convención de agosto.
El segundo, algo más complejo, sería que en “smoke-filled rooms”, como solía hacerse en otros tiempos, una combinación de políticos demócratas de peso y sus donantes seleccionasen una fórmula, y que la convención se limitase a bendecirla.
El tercero, el más democrático, pero también el más desordenado, es postergar la elección de la fórmula alternativa hasta la convención, y que los delegados voten en rondas sucesivas hasta que alguna decisión alcance la mayoría.
Sobre estos temas nadie puede ser experto, y ciertamente no un economista nacido en la Argentina que nunca tomó un curso en ciencia política ni realizó una encuesta. Ya lo dijo Samuel Goldwyn: es difícil hacer pronósticos, especialmente del futuro. Pero valor ¡y al toro!: creo que Biden terminará bajándose, y que lo reemplazará Kamala, acompañada por un gobernador, o si la bajaran a Kamala, la fórmula la liderará un gobernador o una gobernadora, acompañados por Kamala u otro afroamericano.
Vale observar que hay tres estados –Georgia, Wisconsin y Nevada– en los que por motivos diversos los republicanos podrían interponer recursos legales a los intentos de desplazar a Biden de la fórmula presidencial. Dejemos, sin embargo, esos pruritos de lado y consideremos las fórmulas alternativas y escenarios resultantes. En casi todos ellos, el Senado, en el que hoy hay mayoría demócrata, pasará a ser republicano dada la aritmética electoral (por los estados que eligen senadores este año y cuál de los dos partidos pone más senadores en juego):
1. Biden y Kamala se postulan, o se postula Kamala a la presidencia: es casi seguro que, si el candidato es Biden, gane Trump, y que los republicanos capturen las dos cámaras del Congreso. En el caso de que la candidata fuese Kamala, si lograse armar una fórmula orientada hacia el centro, acompañada tal vez por un gobernador, las chances de ganar la presidencia (y la Cámara de Representantes, no así el Senado) serían algo más altas, aunque no podría descartarse tampoco en este caso una victoria republicana. Con un gobierno unificado, es de esperar una política fiscal muy expansiva, una política comercial proteccionista, y una Reserva Federal forzada a ser más restrictiva. Hay encuestas que muestran a Kamala superando a Biden en las chances de ganarle a Trump, pero son muy tempranas y pocas.
2. Fórmula demócrata con alternativa de centro: en este caso, los demócratas podrían capturar la presidencia por un buen margen, y muy probablemente también la Cámara de Representantes. Habría alguna chance, aunque baja, de que capturaran el Senado, pero aún sin él, es posible que consiguieran un acuerdo bipartidario para reducir el déficit fiscal a cambio de preservar algunas de las políticas promedio ambiente adoptadas por la administración Biden. Una derrota más de Trump debería también reorientar al Partido Republicano hacia posiciones de centro derecha liberal, distanciándose del populismo de derecha propio de la corriente MAGA.
3. Fórmula demócrata como alternativa de izquierda: si, en cambio, los demócratas eligieran una fórmula con antecedentes progresistas, les resultaría más complicado ganar, y si lo hicieran, el margen sería estrecho, eliminando las chances de capturar el Senado, y corriendo el riesgo de no capturar la Cámara Baja. Con una victoria ajustada, no podría descartarse que algunos estados republicanos se resistieran a reconocer la victoria, y se diera una repetición de lo sucedido en 2020-2021… o peor.
¿Y nosotros?
El resultado electoral tendrá consecuencias para la política norteamericana sobre la región, e indirectamente sobre la Argentina. En términos generales, hay tres temas por monitorear: la política fiscal, la política comercial y la resultante política monetaria.
Es posible aventurar las siguientes conclusiones:
1. La política fiscal tenderá a ser más expansiva bajo gobiernos “unificados” (por ejemplo, si la presidencia y el Congreso quedasen bajo el control del mismo partido) que bajo gobiernos divididos. Asimismo, la política fiscal será más expansiva bajo un gobierno republicano (Trump ha dicho que pretende extender todos los recortes de impuestos que impulsó en 2017 y recortar algunos más) que bajo un gobierno demócrata, que solo extenderá algunos de esos recortes, pero intentará subir otros.
2. La política comercial será más proteccionista si gana Trump. El candidato republicano ha anticipado que planea imponer un arancel de 10% a todas las importaciones, y uno del 60% a las que provienen de China. Estas medidas, si son instrumentadas, serán inflacionarias, y potencialmente recesivas.
3. La política monetaria responderá a las condiciones macroeconómicas y, a igualdad de condiciones, será más restrictiva cuanto más expansiva sea la política fiscal. El impacto de la política comercial en la política monetaria sería más ambiguo: una suba de tarifas será inflacionario, aunque posiblemente recesivo, pero quienes han simulado la respuesta óptima de la Reserva Federal (Goldman Sachs) predicen que se verá forzada a subir la tasa de política monetaria 125 puntos básicos (o sea, cinco subas de 25 puntos básicos). Es probable, en tal caso, que el dólar se aprecie y el precio de las materias primas caiga.
Dados los escenarios posibles, el de un gobierno unido, especialmente si fuera republicano, sería el peor para la Argentina. Esto al margen de cualquier apoyo adicional, probablemente marginal, que una administración trumpista pudiera conseguirnos a través del Fondo, que demostró ser totalmente insuficiente para prevenir una crisis cuando, en 2018, la política fiscal americana se tornó expansiva y la Reserva Federal aceleró el ritmo de suba de su tasa de política monetaria.
Un gobierno dividido, especialmente con un presidente demócrata, sería probablemente el mejor para nosotros: resultaría en una política fiscal menos expansiva, una política comercial más amistosa, y permitiría que la Reserva Federal reduzca gradualmente la tasa de interés, fomentando un dólar más depreciado y mayores flujos de capital hacia los mercados emergentes.
Doctor en economía (Harvard) y abogado (UBA). Es jefe de investigación y estrategia del fondo NWI y vive en Nueva York